/ martes 23 de junio de 2020

Nueva gobernadora

Hay una nueva gobernadora de Veracruz. Durará 4 años en el mando y en el poder.

Se llama Rosa Martínez. Fue electa en el Consejo Indígena. Su tiempo es del año 2020 al año 2023. El objetivo social, político y filosófico es uno solo. Luchar contra el racismo.

Y el racismo, dice, significa omisión, extinción, discriminación y marginación” (Diario de Xalapa, Melissa Hernández).

Un millón de indígenas en la entidad federativa. Huayacocotla, Chicontepec, Otontepec, Papantla, Zongolica y Soteapan y los valles de Santa Marta y Uxpanapa. AMLO les llama “los pobres entre los pobres”.

En realidad, población en la miseria.

La gobernadora Rosa Martínez es contadora, egresada de la Universidad Veracruzana.

Se dedica a la exportación de productos agroalimentarios.

Es originaria del poblado San Juan Volador, de Pajapan, en el sur del estado, allá donde se ubica la polémica y controvertida presa Yuribia que desde cuando fuera construida en el sexenio de Agustín Acosta Lagunes ha significado terribles y espantosos dolores sociales de cabeza.

Desde el Consejo Indígena luchará en materia social para enaltecer los pueblos étnicos.

El Consejo Indígena, que la eligió, está formada por trece pueblos. Totonacas, otomíes, mazatecos, chinantecos, mixes, zoques, nahuas, popolucas, tenek y huastecos.

Y aun cuando la gubernatura es honoraria, sin un pago mensual, sin recursos públicos, apuesta a la fuerza moral.

También, claro, a las relaciones y a la buena voluntad pública. El día de su toma de posesión la acompañó la diputada federal Dorheny García Cayetano, quien forma parte del primer círculo del poder del gobierno de Veracruz.

Y, bueno, ninguna otra mejor cabildera y diplomática ante el góber de AMLO como Dorheny.

De entrada, para llevar la fiesta en paz.

En el priismo, Juan Zimbrón, de la sierra de Papantla, fue el símbolo indígena. Desde el gobernador Rafael Hernández Ochoa lo utilizaban.

Asistía a todos los eventos étnicos. Agarraba el bastón y bendecía a las elites rojas.

Y bastaba para que la población de Veracruz quedara convencida de la vocación social indígena de la dinastía política en turno.

Ya se verá con Rosa Martínez. En su primera declaración mediática, por ejemplo, habló del racismo a los compitas.

Se trata de un asuntito tan viejo como la historia de la humanidad, cuando, caray, hay más graves pendientes sociales en las regiones indígenas.

Terrible que los niños de la escuela primaria queden dormidos en el salón de clases por la anemia y desnutrición milenaria arrastrada.

Terrible que los profesores solo trabajen de martes a jueves y de 9 a 12 horas, incluida media hora de recreo todos los días, sin que ninguna autoridad aseste el manotazo.

Terrible que los indígenas ganen setenta pesos como jornaleros en faenas que inician antes de que el sol salga y terminan cuando la luna alumbra el surco.

Canijo que los enfermos sean trasladados amarrados a una silla de madera sujeta en la espalda de los vecinos solidarios que los transportan de la comunidad hasta el pueblo más cercano con una Clínica de Salud y mueran en el camino.

Demoledora es también la migración indígena a las ciudades urbanas más cercanas y al interior del país, en donde por lo regular engruesan los cinturones de miseria.

Muchos pendientes. Gran desafío para la gobernadora del Consejo Indígena, por ejemplo, para luchar hasta que los gobiernos estatal y federal volteen hacia ellos.

Hay una nueva gobernadora de Veracruz. Durará 4 años en el mando y en el poder.

Se llama Rosa Martínez. Fue electa en el Consejo Indígena. Su tiempo es del año 2020 al año 2023. El objetivo social, político y filosófico es uno solo. Luchar contra el racismo.

Y el racismo, dice, significa omisión, extinción, discriminación y marginación” (Diario de Xalapa, Melissa Hernández).

Un millón de indígenas en la entidad federativa. Huayacocotla, Chicontepec, Otontepec, Papantla, Zongolica y Soteapan y los valles de Santa Marta y Uxpanapa. AMLO les llama “los pobres entre los pobres”.

En realidad, población en la miseria.

La gobernadora Rosa Martínez es contadora, egresada de la Universidad Veracruzana.

Se dedica a la exportación de productos agroalimentarios.

Es originaria del poblado San Juan Volador, de Pajapan, en el sur del estado, allá donde se ubica la polémica y controvertida presa Yuribia que desde cuando fuera construida en el sexenio de Agustín Acosta Lagunes ha significado terribles y espantosos dolores sociales de cabeza.

Desde el Consejo Indígena luchará en materia social para enaltecer los pueblos étnicos.

El Consejo Indígena, que la eligió, está formada por trece pueblos. Totonacas, otomíes, mazatecos, chinantecos, mixes, zoques, nahuas, popolucas, tenek y huastecos.

Y aun cuando la gubernatura es honoraria, sin un pago mensual, sin recursos públicos, apuesta a la fuerza moral.

También, claro, a las relaciones y a la buena voluntad pública. El día de su toma de posesión la acompañó la diputada federal Dorheny García Cayetano, quien forma parte del primer círculo del poder del gobierno de Veracruz.

Y, bueno, ninguna otra mejor cabildera y diplomática ante el góber de AMLO como Dorheny.

De entrada, para llevar la fiesta en paz.

En el priismo, Juan Zimbrón, de la sierra de Papantla, fue el símbolo indígena. Desde el gobernador Rafael Hernández Ochoa lo utilizaban.

Asistía a todos los eventos étnicos. Agarraba el bastón y bendecía a las elites rojas.

Y bastaba para que la población de Veracruz quedara convencida de la vocación social indígena de la dinastía política en turno.

Ya se verá con Rosa Martínez. En su primera declaración mediática, por ejemplo, habló del racismo a los compitas.

Se trata de un asuntito tan viejo como la historia de la humanidad, cuando, caray, hay más graves pendientes sociales en las regiones indígenas.

Terrible que los niños de la escuela primaria queden dormidos en el salón de clases por la anemia y desnutrición milenaria arrastrada.

Terrible que los profesores solo trabajen de martes a jueves y de 9 a 12 horas, incluida media hora de recreo todos los días, sin que ninguna autoridad aseste el manotazo.

Terrible que los indígenas ganen setenta pesos como jornaleros en faenas que inician antes de que el sol salga y terminan cuando la luna alumbra el surco.

Canijo que los enfermos sean trasladados amarrados a una silla de madera sujeta en la espalda de los vecinos solidarios que los transportan de la comunidad hasta el pueblo más cercano con una Clínica de Salud y mueran en el camino.

Demoledora es también la migración indígena a las ciudades urbanas más cercanas y al interior del país, en donde por lo regular engruesan los cinturones de miseria.

Muchos pendientes. Gran desafío para la gobernadora del Consejo Indígena, por ejemplo, para luchar hasta que los gobiernos estatal y federal volteen hacia ellos.

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