/ jueves 1 de febrero de 2018

Nueva realidad de la política mexicana

Debo reconocer que hoy el mundo vive un relativismo moral, ideológico y religioso que se manifiesta en todos los órdenes de la vida humana. Hemos llegado al punto en que con una facilidad asombrosa se cambia de ideas y de convicciones como si éstas fueran al gusto de quien prefiere “anclar” su comportamiento a principios “más modernos” que los que han regido al ser humano a lo largo de su historia en este planeta.

Y es que en la actualidad todo va acompañado de inestabilidad, en muchos aspectos de la vida, que se confunde con una “evolución” inexistente, la cual más bien se asemeja a la búsqueda de nuevos referentes, porque los actuales ya no satisfacen al materialismo y a la tecnificación de las sociedades del siglo XXI. No hay tal evolución.

El mundo no cambia en esencia, los principios menos; los que cambiamos somos los seres humanos.

Me dicen algunos políticos que en la actualidad en política ya no valen las ideologías, que la política en México no conoce de tradiciones, de izquierda o derecha, de ideales de partido, el hueso llama, los valores de los políticos mexicanos son del tamaño de un ridículo chaleco, que en esta efervescencia electoral que estamos viviendo en México, que el país de los años 90 ya cambió; y por ello, hay que cambiar de formas ideológicas y principios rectores del comportamiento. Nos equivocamos. Los que cambiamos somos los seres humanos. Cambian las circunstancias, no la sustancia de la convivencia humana que, al final de cuentas, su único objetivo es mantener la grandeza y dignidad de la especie. Lo demás es pragmatismo puro. Pero es parte de la gran confusión ideológica del nuevo siglo.

Así como hubo un siglo de “las luces”, hoy vivimos uno de “sombras”.

El mundo, amenazado por la guerra, por la inseguridad, por el hambre, por la pobreza, por la desigualdad y la marcada división que generan el racismo y el rechazo al que es diferente en todos los sentidos; la migración que hoy aleja a familias enteras de sus raíces y que nos convierte en sociedades más “cerradas”, a pesar de los avances científicos que hoy vive la humanidad.

Es temporada de circo. Hay maromas, equilibristas en la cuerda floja, payasos, trapecistas en maniobras que parecen imposibles, pero que uno las ve asombrado, osos por todos lados. En fin: tiempo de elecciones.

Los partidos en México se han convertido en verdaderas gallinas ponedoras de huevos de oro para quienes los controlan: plataformas para obtener posiciones de poder y dinero, arcas con abultados montos de recursos públicos y foros para gratificar egos y alimentar proyectos vindicativos y proféticos. Paradójicamente, un número creciente de políticos tiende a encontrar empatía con los enclaves más antipolíticos de la sociedad que sólo ven en los partidos el patito feo, deforme, autoritario y corrupto de la democracia mexicana.

En estos enclaves se contrapone una suerte de concupiscencia de los miembros de los partidos a una idea de pureza de los ajenos a los partidos. Incluso sólo éstos se les reserva allí el título de ciudadanos, mientras se les niega a los siniestros políticos.

Estos y estas protagonistas de la actual temporada preelectoral están leyendo a toda velocidad los cambios ocurridos en la realidad política de México. Y están actuando en consecuencia y se vienen a unir a los frecuentes desplazamientos de políticos, empresarios, comunicadores e intelectuales de unos a otros bandos en lucha cada vez más encarnizada por el poder: un transfuguismo masivo.

Debo reconocer que hoy el mundo vive un relativismo moral, ideológico y religioso que se manifiesta en todos los órdenes de la vida humana. Hemos llegado al punto en que con una facilidad asombrosa se cambia de ideas y de convicciones como si éstas fueran al gusto de quien prefiere “anclar” su comportamiento a principios “más modernos” que los que han regido al ser humano a lo largo de su historia en este planeta.

Y es que en la actualidad todo va acompañado de inestabilidad, en muchos aspectos de la vida, que se confunde con una “evolución” inexistente, la cual más bien se asemeja a la búsqueda de nuevos referentes, porque los actuales ya no satisfacen al materialismo y a la tecnificación de las sociedades del siglo XXI. No hay tal evolución.

El mundo no cambia en esencia, los principios menos; los que cambiamos somos los seres humanos.

Me dicen algunos políticos que en la actualidad en política ya no valen las ideologías, que la política en México no conoce de tradiciones, de izquierda o derecha, de ideales de partido, el hueso llama, los valores de los políticos mexicanos son del tamaño de un ridículo chaleco, que en esta efervescencia electoral que estamos viviendo en México, que el país de los años 90 ya cambió; y por ello, hay que cambiar de formas ideológicas y principios rectores del comportamiento. Nos equivocamos. Los que cambiamos somos los seres humanos. Cambian las circunstancias, no la sustancia de la convivencia humana que, al final de cuentas, su único objetivo es mantener la grandeza y dignidad de la especie. Lo demás es pragmatismo puro. Pero es parte de la gran confusión ideológica del nuevo siglo.

Así como hubo un siglo de “las luces”, hoy vivimos uno de “sombras”.

El mundo, amenazado por la guerra, por la inseguridad, por el hambre, por la pobreza, por la desigualdad y la marcada división que generan el racismo y el rechazo al que es diferente en todos los sentidos; la migración que hoy aleja a familias enteras de sus raíces y que nos convierte en sociedades más “cerradas”, a pesar de los avances científicos que hoy vive la humanidad.

Es temporada de circo. Hay maromas, equilibristas en la cuerda floja, payasos, trapecistas en maniobras que parecen imposibles, pero que uno las ve asombrado, osos por todos lados. En fin: tiempo de elecciones.

Los partidos en México se han convertido en verdaderas gallinas ponedoras de huevos de oro para quienes los controlan: plataformas para obtener posiciones de poder y dinero, arcas con abultados montos de recursos públicos y foros para gratificar egos y alimentar proyectos vindicativos y proféticos. Paradójicamente, un número creciente de políticos tiende a encontrar empatía con los enclaves más antipolíticos de la sociedad que sólo ven en los partidos el patito feo, deforme, autoritario y corrupto de la democracia mexicana.

En estos enclaves se contrapone una suerte de concupiscencia de los miembros de los partidos a una idea de pureza de los ajenos a los partidos. Incluso sólo éstos se les reserva allí el título de ciudadanos, mientras se les niega a los siniestros políticos.

Estos y estas protagonistas de la actual temporada preelectoral están leyendo a toda velocidad los cambios ocurridos en la realidad política de México. Y están actuando en consecuencia y se vienen a unir a los frecuentes desplazamientos de políticos, empresarios, comunicadores e intelectuales de unos a otros bandos en lucha cada vez más encarnizada por el poder: un transfuguismo masivo.