/ lunes 13 de agosto de 2018

Ochenta años se han ido de mi vida

Tres días antes del final de agosto ochenta años se habrán ido de mi vida, ello sobrecoge mi espíritu no por significado numérico sino por su inmenso contenido. En ochenta años se han guardado en mi cava de sentimientos muchos elíxires añejos que al libarlos hoy en copas de nostalgia me embriagan de alegría, con un toque amargo al final de cada trago porque cada una se lleva un ya tenue aroma de juventud.

Hoy en el silencio de la noche, escuchando “Claro de luna”, o “Adagio de Albinoni” y el melodioso chorro de mi fuente, me veo ante el almanaque de mi vida cuyas hojas desprendo y caen suavemente, arrastradas por el viento de los años, perdiéndose en un vacío negro sin fondo, sin esperanza de volver, de cada hoja que se pierde trato de rescatar la esencia del día que se llevan.

Logro vislumbrar entre la bruma cetrina de los años, la casona de mi infancia en el número ocho de la callecita Belisario Domínguez, bella en aquel entonces y nuestros juegos infantiles con trompo, balero, yo-yo, la emoción por ganar en la rayuela o vencer a trompadas al “guapo” del barrio contrincante.

Desprendo otro puño de hojas de aquel calendario de mi madre en el que veneraba la imagen de “su virgencita del Sagrado Corazón” y de un salto muchos años habrán pasado, entonces veo mi entorno rodeado de adolescentes con bates, guantes de beisbol, ellas con crinolina ampona, cabello engomado pero cuán bellas las veíamos.

Se escapa al vacío otro montón de eneros a diciembres y la magia del recuerdo me permite ver escenas de mi vida de ocho años después, mi amada “Prepa Juárez”, el parque señorial y la calle de Enríquez llenos de chamacos bachilleres paseando en las tardes de niebla y chipi-chipi del Xalapa del 56, óleo inmortal grabado en mi memoria.

Cada montoncito de hojas desprendidas del almanaque se llevan muchos años de mi vida y así, sigo de salto en salto. En el cielo azul del Xalapa de mi infancia y juventud van quedando ilusiones, amistades, alegrías, desengaños y “amores primeros que nunca olvidaré”, pero en corto tiempo se apagaron como pavesa en vendaval.

En las hojas del calendario de mi madurez disfruto los años de lucha en mi ejercicio profesional, la formación fragorosa de un hogar sereno, estable y lleno de amor con Gra, mis hijos, Gyna, Fer, Xime, Humberto y ese lucero rutilante luz en mi debut en la edad serena, Regina con apenas cuatro años de haberla recibido del señor, hoy es parte toral de mi existencia. Ellos han participado en la culminación de mi búsqueda de la felicidad.

Muchos consideran los ochenta como la declinación de poco a poco o de mucho en más, pero eso sólo será cierto si lo acepto. Hoy cada uno de mis instantes puede ser el último, por ello lo disfruto y alargo con la más deleitosa de las fruiciones, he cosechado el equilibrio y la paz de no envidiar, no criticar ni odiar, desear el bien al prójimo, ser feliz con lo que tengo y siempre perseguir una nueva ilusión. He vivido ochenta años, y “hoy sólo tengo los que me quedan por vivir, cinco o quizá seis, los vividos ya no los tengo”.

Queridos amigos, les deseo muchos años de feliz existencia y que lleguen a los ochenta, amando la vida como yo.

hsilva_mendoza@hotmail.com



Tres días antes del final de agosto ochenta años se habrán ido de mi vida, ello sobrecoge mi espíritu no por significado numérico sino por su inmenso contenido. En ochenta años se han guardado en mi cava de sentimientos muchos elíxires añejos que al libarlos hoy en copas de nostalgia me embriagan de alegría, con un toque amargo al final de cada trago porque cada una se lleva un ya tenue aroma de juventud.

Hoy en el silencio de la noche, escuchando “Claro de luna”, o “Adagio de Albinoni” y el melodioso chorro de mi fuente, me veo ante el almanaque de mi vida cuyas hojas desprendo y caen suavemente, arrastradas por el viento de los años, perdiéndose en un vacío negro sin fondo, sin esperanza de volver, de cada hoja que se pierde trato de rescatar la esencia del día que se llevan.

Logro vislumbrar entre la bruma cetrina de los años, la casona de mi infancia en el número ocho de la callecita Belisario Domínguez, bella en aquel entonces y nuestros juegos infantiles con trompo, balero, yo-yo, la emoción por ganar en la rayuela o vencer a trompadas al “guapo” del barrio contrincante.

Desprendo otro puño de hojas de aquel calendario de mi madre en el que veneraba la imagen de “su virgencita del Sagrado Corazón” y de un salto muchos años habrán pasado, entonces veo mi entorno rodeado de adolescentes con bates, guantes de beisbol, ellas con crinolina ampona, cabello engomado pero cuán bellas las veíamos.

Se escapa al vacío otro montón de eneros a diciembres y la magia del recuerdo me permite ver escenas de mi vida de ocho años después, mi amada “Prepa Juárez”, el parque señorial y la calle de Enríquez llenos de chamacos bachilleres paseando en las tardes de niebla y chipi-chipi del Xalapa del 56, óleo inmortal grabado en mi memoria.

Cada montoncito de hojas desprendidas del almanaque se llevan muchos años de mi vida y así, sigo de salto en salto. En el cielo azul del Xalapa de mi infancia y juventud van quedando ilusiones, amistades, alegrías, desengaños y “amores primeros que nunca olvidaré”, pero en corto tiempo se apagaron como pavesa en vendaval.

En las hojas del calendario de mi madurez disfruto los años de lucha en mi ejercicio profesional, la formación fragorosa de un hogar sereno, estable y lleno de amor con Gra, mis hijos, Gyna, Fer, Xime, Humberto y ese lucero rutilante luz en mi debut en la edad serena, Regina con apenas cuatro años de haberla recibido del señor, hoy es parte toral de mi existencia. Ellos han participado en la culminación de mi búsqueda de la felicidad.

Muchos consideran los ochenta como la declinación de poco a poco o de mucho en más, pero eso sólo será cierto si lo acepto. Hoy cada uno de mis instantes puede ser el último, por ello lo disfruto y alargo con la más deleitosa de las fruiciones, he cosechado el equilibrio y la paz de no envidiar, no criticar ni odiar, desear el bien al prójimo, ser feliz con lo que tengo y siempre perseguir una nueva ilusión. He vivido ochenta años, y “hoy sólo tengo los que me quedan por vivir, cinco o quizá seis, los vividos ya no los tengo”.

Queridos amigos, les deseo muchos años de feliz existencia y que lleguen a los ochenta, amando la vida como yo.

hsilva_mendoza@hotmail.com