/ domingo 9 de agosto de 2020

Oración, poder y fe en Dios

En este día, 9 de agosto de 2020, celebramos el domingo 19 del tiempo ordinario, ciclo A, en la liturgia de la Iglesia Católica.

El pasaje evangélico de hoy es de San Mateo (14, 22-33): “Inmediatamente después de la multiplicación de los panes, Jesús hizo que sus discípulos subieran a la barca y se dirigieran a la otra orilla, mientras él despedía a la gente. Después de despedirla, subió al monte a solas para orar. Llegada la noche, estaba él solo allí”.

Orar como Jesús. Los evangelistas presentan con frecuencia a Jesús haciendo oración: cuando el Padre revela su misión después de su bautismo, antes del llamamiento de los Apóstoles, en la multiplicación de los panes y de los peces, en la Transfiguración, cuando sana al sordomudo y cuando resucita a Lázaro, cuando enseña a orar a sus discípulos, cuando les pregunta sobre su identidad mesiánica, cuando bendice a los niños, en la institución de la Eucaristía y en la oración sacerdotal, en su agonía en el Monte de los Olivos y en la misma Cruz. La actividad diaria de Jesús estaba tan unida con la oración que incluso aparece fluyendo de la misma, como cuando se retiraba al desierto o al monte para orar, levantándose muy de mañana, o al anochecer, permaneciendo en oración hasta la madrugada.

Lo que Jesús puso por obra nos lo mandó hacer también a nosotros. Muchas veces dijo: ´Oren’; ´Pidan en mi nombre´. Incluso nos enseñó a dirigirnos a Dios con la oración del Padre Nuestro y advirtió que la oración es necesaria y que debe ser humilde, atenta y perseverante.

El poder de Jesús. El texto evangélico prosigue: “Entre tanto, la barca iba ya muy lejos de la costa, y las olas la sacudían, porque el viento era contrario. A la madrugada, Jesús fue hacia ellos, caminando sobre el agua. Los discípulos, al verlo andar sobre el agua, se espantaron y decían: ¡Es un fantasma! Y daban gritos de terror. Pero Jesús les dijo enseguida: Tranquilícense y no teman. Soy yo”. Según el Antiguo Testamento, sólo Dios despliega los cielos sin ayuda y somete la furia del mar (Cf. Job 9, 8), y promete a su pueblo Israel: “No temas porque eres mío y si cruzas las aguas, yo estoy contigo; si pasas los ríos, no te hundirás” (Is 43, 2). Este relato presenta a Jesús ejerciendo el control divino sobre las aguas del caos, símbolo de las potencias del mal. Jesús tiene el poder de salvar a sus discípulos. También se ha interpretado que la barca que traslada a los discípulos representa a la Iglesia, zarandeada por los vientos de la persecución, del odio y de la incomprensión. Esa barca siempre ha recibido la protección salvadora de Jesús, pero necesita confiar plenamente en él para no dudar ni desalentarse.

Hombre de poca fe. El relato evangélico concluye: “Entonces le dijo Pedro: ‘Señor, si eres tú, mándame ir a ti caminando sobre el agua’. Jesús le contestó: ‘Ven’. Pedro bajó de la barca y comenzó a caminar sobre el agua hacia Jesús; pero al sentir la fuerza del viento, le entró miedo, comenzó a hundirse y gritó: ‘¡Sálvame, Señor’! Inmediatamente Jesús le tendió la mano, lo sostuvo y le dijo: ‘Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste? La confianza en Jesús impulsó a Pedro a intentar lo humanamente imposible, pero resultó ser muy poca su fe y sucumbió ante el miedo y la duda. Sin embargo, el poder de Jesús aviva la fe de Pedro y de los discípulos: “Los que estaban en la barca se postraron ante Jesús diciendo: Verdaderamente tú eres el Hijo de Dios”. Esta frase anticipa la confesión de Pedro en Cesarea de Filipo: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo” (Mt 16, 16). La fe que Jesús exige a sus discípulos es un impulso de confianza y abandono, por el cual el hombre renuncia a apoyarse en sus pensamientos y sus fuerzas, para abandonarse a la palabra y al poder de aquél en quien cree.

Dios nos conceda plena confianza en el poder de Jesús ante las tentaciones y adversidades ofrecidas por los poderes del mal.

En este día, 9 de agosto de 2020, celebramos el domingo 19 del tiempo ordinario, ciclo A, en la liturgia de la Iglesia Católica.

El pasaje evangélico de hoy es de San Mateo (14, 22-33): “Inmediatamente después de la multiplicación de los panes, Jesús hizo que sus discípulos subieran a la barca y se dirigieran a la otra orilla, mientras él despedía a la gente. Después de despedirla, subió al monte a solas para orar. Llegada la noche, estaba él solo allí”.

Orar como Jesús. Los evangelistas presentan con frecuencia a Jesús haciendo oración: cuando el Padre revela su misión después de su bautismo, antes del llamamiento de los Apóstoles, en la multiplicación de los panes y de los peces, en la Transfiguración, cuando sana al sordomudo y cuando resucita a Lázaro, cuando enseña a orar a sus discípulos, cuando les pregunta sobre su identidad mesiánica, cuando bendice a los niños, en la institución de la Eucaristía y en la oración sacerdotal, en su agonía en el Monte de los Olivos y en la misma Cruz. La actividad diaria de Jesús estaba tan unida con la oración que incluso aparece fluyendo de la misma, como cuando se retiraba al desierto o al monte para orar, levantándose muy de mañana, o al anochecer, permaneciendo en oración hasta la madrugada.

Lo que Jesús puso por obra nos lo mandó hacer también a nosotros. Muchas veces dijo: ´Oren’; ´Pidan en mi nombre´. Incluso nos enseñó a dirigirnos a Dios con la oración del Padre Nuestro y advirtió que la oración es necesaria y que debe ser humilde, atenta y perseverante.

El poder de Jesús. El texto evangélico prosigue: “Entre tanto, la barca iba ya muy lejos de la costa, y las olas la sacudían, porque el viento era contrario. A la madrugada, Jesús fue hacia ellos, caminando sobre el agua. Los discípulos, al verlo andar sobre el agua, se espantaron y decían: ¡Es un fantasma! Y daban gritos de terror. Pero Jesús les dijo enseguida: Tranquilícense y no teman. Soy yo”. Según el Antiguo Testamento, sólo Dios despliega los cielos sin ayuda y somete la furia del mar (Cf. Job 9, 8), y promete a su pueblo Israel: “No temas porque eres mío y si cruzas las aguas, yo estoy contigo; si pasas los ríos, no te hundirás” (Is 43, 2). Este relato presenta a Jesús ejerciendo el control divino sobre las aguas del caos, símbolo de las potencias del mal. Jesús tiene el poder de salvar a sus discípulos. También se ha interpretado que la barca que traslada a los discípulos representa a la Iglesia, zarandeada por los vientos de la persecución, del odio y de la incomprensión. Esa barca siempre ha recibido la protección salvadora de Jesús, pero necesita confiar plenamente en él para no dudar ni desalentarse.

Hombre de poca fe. El relato evangélico concluye: “Entonces le dijo Pedro: ‘Señor, si eres tú, mándame ir a ti caminando sobre el agua’. Jesús le contestó: ‘Ven’. Pedro bajó de la barca y comenzó a caminar sobre el agua hacia Jesús; pero al sentir la fuerza del viento, le entró miedo, comenzó a hundirse y gritó: ‘¡Sálvame, Señor’! Inmediatamente Jesús le tendió la mano, lo sostuvo y le dijo: ‘Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste? La confianza en Jesús impulsó a Pedro a intentar lo humanamente imposible, pero resultó ser muy poca su fe y sucumbió ante el miedo y la duda. Sin embargo, el poder de Jesús aviva la fe de Pedro y de los discípulos: “Los que estaban en la barca se postraron ante Jesús diciendo: Verdaderamente tú eres el Hijo de Dios”. Esta frase anticipa la confesión de Pedro en Cesarea de Filipo: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo” (Mt 16, 16). La fe que Jesús exige a sus discípulos es un impulso de confianza y abandono, por el cual el hombre renuncia a apoyarse en sus pensamientos y sus fuerzas, para abandonarse a la palabra y al poder de aquél en quien cree.

Dios nos conceda plena confianza en el poder de Jesús ante las tentaciones y adversidades ofrecidas por los poderes del mal.