/ miércoles 14 de noviembre de 2018

París, siempre París

París durante muchas décadas fue la meca de escritores, poetas, pintores y todo aquel que se sintiera tocado por la mano misteriosa de las musas. Hemingway fue uno de ellos y su admirador Enrique Vila-Matas; el primero en los años 20 y el segundo en los 70 del siglo pasado. El segundo escribió un relato excelente donde la línea entre lo real y lo ficticio es invisible como el meridiano de Greenwich, lo intituló París no se acaba nunca; en él da cuenta de su estancia en la Ciudad Luz durante dos años en la citada década de los 70. Resultan interesantes las peripecias del entonces joven español en su afán de formarse como escritor: desde haber sido inquilino de una “cochambrosa” buhardilla perteneciente a la escritora Marguerite Duras, comportarse como si fuera Hemingway redivivo, haber sido confundido por la policía secreta con el terrorista “Carlos”, sus dudas existenciales, su vagabundeo por cafés y bares, su contacto con otros españoles y latinoamericanos también en busca de las musas del Parnaso en Paris, su vuelta a la capital francesa casi 30 años después; total, todo ello puede leerse en el espléndido relato ya mencionado.

Aunque París siempre ha estado en el imaginario de muchos en todo el mundo; no es exclusivo de los artistas o aspirantes a serlo. Yo también reconozco mi añeja aspiración a conocer esta capital europea; su historia y literatura fueron las responsables. Su hoy espléndida Plaza de la Concordia antes de la Revolución, fue el lugar donde concluyó la detentación del poder por decreto divino con la decapitación del rey Luis XVI y se escribió el destino de los tiranos al guillotinar a Robespierre. Fue la ciudad donde el ginebrino Rousseau dejó escrito que el poder correspondía originalmente al pueblo, fórmula que hicieron suya muchas de nuestras constituciones occidentales. Es una auténtica ciudad-museo, donde cada piedra nos habla de un pasado que ha dejado una huella que llega hasta nuestros días. En mi primera visita subí hasta el campanario de la catedral de Notre Dame, donde según Víctor Hugo era el reino del jorobado Cuasimodo; no encontré a Esmeralda, pero disfruté de una bella estampa de París con el Sena a mis pies. Entonces recordé que en el interior de la catedral se había suicidado Antonieta Rivas Mercado con la pistola de su amante: José Vasconcelos; que ahí se había coronado emperador Napoleón, y Robespierre había proclamado a la razón como una diosa. Mezcla de literatura, historia y más, eso es París.


París durante muchas décadas fue la meca de escritores, poetas, pintores y todo aquel que se sintiera tocado por la mano misteriosa de las musas. Hemingway fue uno de ellos y su admirador Enrique Vila-Matas; el primero en los años 20 y el segundo en los 70 del siglo pasado. El segundo escribió un relato excelente donde la línea entre lo real y lo ficticio es invisible como el meridiano de Greenwich, lo intituló París no se acaba nunca; en él da cuenta de su estancia en la Ciudad Luz durante dos años en la citada década de los 70. Resultan interesantes las peripecias del entonces joven español en su afán de formarse como escritor: desde haber sido inquilino de una “cochambrosa” buhardilla perteneciente a la escritora Marguerite Duras, comportarse como si fuera Hemingway redivivo, haber sido confundido por la policía secreta con el terrorista “Carlos”, sus dudas existenciales, su vagabundeo por cafés y bares, su contacto con otros españoles y latinoamericanos también en busca de las musas del Parnaso en Paris, su vuelta a la capital francesa casi 30 años después; total, todo ello puede leerse en el espléndido relato ya mencionado.

Aunque París siempre ha estado en el imaginario de muchos en todo el mundo; no es exclusivo de los artistas o aspirantes a serlo. Yo también reconozco mi añeja aspiración a conocer esta capital europea; su historia y literatura fueron las responsables. Su hoy espléndida Plaza de la Concordia antes de la Revolución, fue el lugar donde concluyó la detentación del poder por decreto divino con la decapitación del rey Luis XVI y se escribió el destino de los tiranos al guillotinar a Robespierre. Fue la ciudad donde el ginebrino Rousseau dejó escrito que el poder correspondía originalmente al pueblo, fórmula que hicieron suya muchas de nuestras constituciones occidentales. Es una auténtica ciudad-museo, donde cada piedra nos habla de un pasado que ha dejado una huella que llega hasta nuestros días. En mi primera visita subí hasta el campanario de la catedral de Notre Dame, donde según Víctor Hugo era el reino del jorobado Cuasimodo; no encontré a Esmeralda, pero disfruté de una bella estampa de París con el Sena a mis pies. Entonces recordé que en el interior de la catedral se había suicidado Antonieta Rivas Mercado con la pistola de su amante: José Vasconcelos; que ahí se había coronado emperador Napoleón, y Robespierre había proclamado a la razón como una diosa. Mezcla de literatura, historia y más, eso es París.