/ lunes 9 de abril de 2018

Parque Juárez, arcón de nuestros recuerdos

Una tarde de estas fui al parque Juárez, di varias vueltas en su redondel, me sentí pisando los mismos pequeños trozos de piso donde caminé muchas veces cuando fui niño y un ente lleno de ilusiones en un porvenir aún no vislumbrado en la lejanía, porque el arcano no me permitía ver.

Entrada la primavera, la tarde del temprano anochecer era fría, con niebla y la luz de arbotantes se convertía en un velo satinado horadado por pequeñas hojas de araucaria arrebatadas a las ramas de esos árboles centenarios, vitales y vigorosos desde mi añorada infancia. Amado parque, escenario de mi niñez desbocada cuando correteando con mis hermanos, Rico, Marco y Lety, llegábamos desde Morelos y Barragán a disfrutar la niebla helada e inventar cuentos fantasmales. Ya "entrada la noche" las graves campanadas de catedral anunciaban que eran “las ocho y todo sereno", como gritaba el velador de mi barrio en aquellos años del cincuenta, abajito de la "rampa" cuando éramos chiquillos de bota de suela de hule de llanta, overol y energía desbordante.

Al llegar a la terraza, dominando el caserío del Dique, entrañable barrio de mi ciudad, evoqué con claridad la voz de Beny Moré cantando “Yiri yiri bon", himno antillano candente y jolgorioso que los domingos por la tarde invitaba a bailar a los catorce-añeros con las lindas jovencitas domésticas quienes luciendo sus mejores galas esperaban ser "sacadas a bailar" por los hijos del patrón, que con tímida intención las cortejaban toda la semana con guiños y sonrisas en cocina y lavadero a escondidas de mamá.

Bajé a "la rampa" y en una ilusión óptica procedente de muchas décadas atrás, "me vi" al borde de la fuente de los patos, tomando de la mano a una damisela, cuyo rostro se ha perdido en el tiempo, a quien intentaba robarle un beso en la mejilla, imágenes extraídas del arcón de recuerdos guardados en lo profundo de mente y corazón, atesoradas desde la mitad de los años cincuenta de siglo veinte que me vio nacer. Parque Juárez, solar de infancia y juventud, "tierra nuestra" de los chicos de la década cincuenta, hoy "setenteros".

Los sobrevivientes revivimos aquellos años sin tele, telcel, web ni facebook, cuando fuimos tan felices... y quisiéramos volver a ellos, aunque fuese un ratito para ver otra vez nuestro parque de entonces, a los amigos ya ausentes para siempre y revivir las ilusiones, muchas sólo quimeras de juventud. Xalapa atesora sitios de recuerdos de xalapeños que nacieron, crecieron, se fueron, volvieron a su ciudad y ahora pueden recrear época y momentos grabados en su alma aún joven, hoy en plena madurez cercana a su vejez.

El parque Juárez nos hace revivir, lo que esta vida fragorosa hace olvidar en nuestra lucha cotidiana, por sobrevivir.

Esta “remembranza cincuentera” infunde al espíritu la ilusión de que la humanidad vuelva a ser un conglomerado de seres congruentes, honestos, pródigos en afecto a sus semejantes, como en aquella época cuando fuimos niños quienes hoy vemos lejana nuestra niñez y juventud. Ojalá así vuelva a ser… algún día.


hsilva_mendoza@hotmail.com

Una tarde de estas fui al parque Juárez, di varias vueltas en su redondel, me sentí pisando los mismos pequeños trozos de piso donde caminé muchas veces cuando fui niño y un ente lleno de ilusiones en un porvenir aún no vislumbrado en la lejanía, porque el arcano no me permitía ver.

Entrada la primavera, la tarde del temprano anochecer era fría, con niebla y la luz de arbotantes se convertía en un velo satinado horadado por pequeñas hojas de araucaria arrebatadas a las ramas de esos árboles centenarios, vitales y vigorosos desde mi añorada infancia. Amado parque, escenario de mi niñez desbocada cuando correteando con mis hermanos, Rico, Marco y Lety, llegábamos desde Morelos y Barragán a disfrutar la niebla helada e inventar cuentos fantasmales. Ya "entrada la noche" las graves campanadas de catedral anunciaban que eran “las ocho y todo sereno", como gritaba el velador de mi barrio en aquellos años del cincuenta, abajito de la "rampa" cuando éramos chiquillos de bota de suela de hule de llanta, overol y energía desbordante.

Al llegar a la terraza, dominando el caserío del Dique, entrañable barrio de mi ciudad, evoqué con claridad la voz de Beny Moré cantando “Yiri yiri bon", himno antillano candente y jolgorioso que los domingos por la tarde invitaba a bailar a los catorce-añeros con las lindas jovencitas domésticas quienes luciendo sus mejores galas esperaban ser "sacadas a bailar" por los hijos del patrón, que con tímida intención las cortejaban toda la semana con guiños y sonrisas en cocina y lavadero a escondidas de mamá.

Bajé a "la rampa" y en una ilusión óptica procedente de muchas décadas atrás, "me vi" al borde de la fuente de los patos, tomando de la mano a una damisela, cuyo rostro se ha perdido en el tiempo, a quien intentaba robarle un beso en la mejilla, imágenes extraídas del arcón de recuerdos guardados en lo profundo de mente y corazón, atesoradas desde la mitad de los años cincuenta de siglo veinte que me vio nacer. Parque Juárez, solar de infancia y juventud, "tierra nuestra" de los chicos de la década cincuenta, hoy "setenteros".

Los sobrevivientes revivimos aquellos años sin tele, telcel, web ni facebook, cuando fuimos tan felices... y quisiéramos volver a ellos, aunque fuese un ratito para ver otra vez nuestro parque de entonces, a los amigos ya ausentes para siempre y revivir las ilusiones, muchas sólo quimeras de juventud. Xalapa atesora sitios de recuerdos de xalapeños que nacieron, crecieron, se fueron, volvieron a su ciudad y ahora pueden recrear época y momentos grabados en su alma aún joven, hoy en plena madurez cercana a su vejez.

El parque Juárez nos hace revivir, lo que esta vida fragorosa hace olvidar en nuestra lucha cotidiana, por sobrevivir.

Esta “remembranza cincuentera” infunde al espíritu la ilusión de que la humanidad vuelva a ser un conglomerado de seres congruentes, honestos, pródigos en afecto a sus semejantes, como en aquella época cuando fuimos niños quienes hoy vemos lejana nuestra niñez y juventud. Ojalá así vuelva a ser… algún día.


hsilva_mendoza@hotmail.com