/ viernes 19 de noviembre de 2021

Participación en la realeza

El señorío es de Jesús: suyo es el reino, el poder y la gloria, Él es el digno cordero inmolado. Pero, su estilo de ser rey, dista mucho de lo que encarnan los poderosos de este mundo. Para Jesús, ser rey consiste en abajarse de tal manera, hasta tener la disponibilidad de pasar por nadie. Este es un rey al que no le preocupan las formas y estilos de los hombres, no tiene empacho en pasar en el mundo al natural. Por esta razón, a Él le pertenece el poder, la riqueza, la sabiduría, la fuerza y el honor. La gloria y la alabanza.

No se puede hablar de rey sin hacer referencia a su reino. Pues bien, el reino de Jesús, el rey sin precedentes, es un reino de la verdad, donde únicamente los que acogen la verdad y viven de cara a ella le pertenecen. Es un reino de la vida porque él ha venido para que todos tengan vida y la tengan en abundancia. Es un reino de la santidad, porque los suyos están llamados a ser santos como el Padre celestial es santo. Es un reino de la gracia, donde la oportunidad de ser de su séquito es un don que él otorga por pura gentileza. Es un reino de la justicia que se traduce en misericordia. Es un reino del amor, porque él nos ha amado primero y nos ha dejado ejemplo para amarnos a ese nivel. Por esta razón, el suyo es el reino de la paz.

Si el amor es la manifestación más clara de la ley, la pregunta siguiente nos planeta ¿cómo amar?, cuándo sé que lo que realizo lo hago por amor y no por otras motivaciones que oscurecen mis actos. Tal parece que la señal que nos hace comprender que amamos es que no causamos daños a los demás. Una mirada de amor a nuestros hermanos es la que nos permite animarlos, promoverlos, acompañarlos, desearles todo lo bueno en su favor. Por el contrario, quien se mantiene a la distancia, con una mirada vengativa, buscando que al otro le vaya mal, está en la ocasión de replantearse la calidad de su amor. En definitiva, a amar se aprende amando. Y esta es la manera más clara y concreta de participar en la realiza de nuestro Señor que es el Rey por excelencia.

Cuando contemplamos esto, observamos la llamada a una manera de reinar distinta a las expresiones del mundo. Una manera diferente que se antoja en estos tiempos en los que el mundo atraviesa por una dura crisis y turbulencia en la que, los señoríos se quieren erigir por doquier. Se nos presenta una forma de reinar, de ser señor, de no perder el equilibrio y de no buscar formas putrefactas de dominio.

El señorío es de Jesús: suyo es el reino, el poder y la gloria, Él es el digno cordero inmolado. Pero, su estilo de ser rey, dista mucho de lo que encarnan los poderosos de este mundo. Para Jesús, ser rey consiste en abajarse de tal manera, hasta tener la disponibilidad de pasar por nadie. Este es un rey al que no le preocupan las formas y estilos de los hombres, no tiene empacho en pasar en el mundo al natural. Por esta razón, a Él le pertenece el poder, la riqueza, la sabiduría, la fuerza y el honor. La gloria y la alabanza.

No se puede hablar de rey sin hacer referencia a su reino. Pues bien, el reino de Jesús, el rey sin precedentes, es un reino de la verdad, donde únicamente los que acogen la verdad y viven de cara a ella le pertenecen. Es un reino de la vida porque él ha venido para que todos tengan vida y la tengan en abundancia. Es un reino de la santidad, porque los suyos están llamados a ser santos como el Padre celestial es santo. Es un reino de la gracia, donde la oportunidad de ser de su séquito es un don que él otorga por pura gentileza. Es un reino de la justicia que se traduce en misericordia. Es un reino del amor, porque él nos ha amado primero y nos ha dejado ejemplo para amarnos a ese nivel. Por esta razón, el suyo es el reino de la paz.

Si el amor es la manifestación más clara de la ley, la pregunta siguiente nos planeta ¿cómo amar?, cuándo sé que lo que realizo lo hago por amor y no por otras motivaciones que oscurecen mis actos. Tal parece que la señal que nos hace comprender que amamos es que no causamos daños a los demás. Una mirada de amor a nuestros hermanos es la que nos permite animarlos, promoverlos, acompañarlos, desearles todo lo bueno en su favor. Por el contrario, quien se mantiene a la distancia, con una mirada vengativa, buscando que al otro le vaya mal, está en la ocasión de replantearse la calidad de su amor. En definitiva, a amar se aprende amando. Y esta es la manera más clara y concreta de participar en la realiza de nuestro Señor que es el Rey por excelencia.

Cuando contemplamos esto, observamos la llamada a una manera de reinar distinta a las expresiones del mundo. Una manera diferente que se antoja en estos tiempos en los que el mundo atraviesa por una dura crisis y turbulencia en la que, los señoríos se quieren erigir por doquier. Se nos presenta una forma de reinar, de ser señor, de no perder el equilibrio y de no buscar formas putrefactas de dominio.