/ viernes 10 de abril de 2020

Pascua en tiempos de COVID-19

El evento fundamental del judaísmo es la Pascua. Una fiesta, como casi todas las celebraciones del hombre bíblico, que hunde sus raíces en ceremonias agrarias. Tenía lugar en la estación de la primavera y en su cumbre se sacrificaba un cordero, símbolo del más dócil y humilde de los animalitos.

De hecho, la causa por la que esta festividad aún en nuestros días, no obstante que es la más grande de las celebraciones del calendario católico, no tenga una fecha fija es en razón de la primavera, concretamente del novilunio de ésta. Así, el día de la pascua ha de ser el más cercano con la primera luna llena de primavera.

Una fiesta que tiene mucho que decirnos en el presente; en estos nuestros días, especialmente en este contexto de contingencia generalizada, su mensaje sigue llenando nuestras más humanas aspiraciones. ¡Se asocia con la celebración de la libertad! Su origen se remonta a la salida del pueblo de la esclavitud a la que los tenían sometidos los tiranos faraones egipcios. Es pascua por muchas razones: es paso de la esclavitud a la libertad. De la muerte a la vida. Del árido Egipto por la brisa fresca del mar que se abre para que puedan pasar, gran signo que alude a la salida del mal, simbolizado en el mar que se abre para dar paso a la vida.

La pedagogía que se encierra en esta celebración es formidable, pues el rito de la liturgia del pessah no es el simple recuerdo de un gran acontecimiento, sino que es la llamada a la vida siempre y en todo lugar. Es la conmemoración del resurgimiento de todas las formas de muerte a la grandeza de la vida, al sendero de la libertad, a la constante liberación, prueba de ello son los elementos centrales de esta cena judía: el consumo de las hierbas amargas permite recordar la aflicción de la servidumbre a que fueron expuestos en Egipto. El consumo del pan sin levadura recuerda la salida de Egipto y la providencia de Aquel que los alimentó con pan que del cielo caía en la travesía del desierto. Y la bebida de las cuatro copas recuerda la gesta victoriosa; es la celebración festiva de la liberación.

La Pascua entonces, no es un rito que se vea agotado en la celebración litúrgica al interior de un templo y ahora sin fieles. Es, en realidad, una apuesta que se hace por el hombre. Es el paso efectivo y actual de la muerte a la vida, de la esclavitud y dura servidumbre a la libertad y liberación. En definitiva, del egoísmo francotirador al amor más fuerte que la muerte.

El evento fundamental del judaísmo es la Pascua. Una fiesta, como casi todas las celebraciones del hombre bíblico, que hunde sus raíces en ceremonias agrarias. Tenía lugar en la estación de la primavera y en su cumbre se sacrificaba un cordero, símbolo del más dócil y humilde de los animalitos.

De hecho, la causa por la que esta festividad aún en nuestros días, no obstante que es la más grande de las celebraciones del calendario católico, no tenga una fecha fija es en razón de la primavera, concretamente del novilunio de ésta. Así, el día de la pascua ha de ser el más cercano con la primera luna llena de primavera.

Una fiesta que tiene mucho que decirnos en el presente; en estos nuestros días, especialmente en este contexto de contingencia generalizada, su mensaje sigue llenando nuestras más humanas aspiraciones. ¡Se asocia con la celebración de la libertad! Su origen se remonta a la salida del pueblo de la esclavitud a la que los tenían sometidos los tiranos faraones egipcios. Es pascua por muchas razones: es paso de la esclavitud a la libertad. De la muerte a la vida. Del árido Egipto por la brisa fresca del mar que se abre para que puedan pasar, gran signo que alude a la salida del mal, simbolizado en el mar que se abre para dar paso a la vida.

La pedagogía que se encierra en esta celebración es formidable, pues el rito de la liturgia del pessah no es el simple recuerdo de un gran acontecimiento, sino que es la llamada a la vida siempre y en todo lugar. Es la conmemoración del resurgimiento de todas las formas de muerte a la grandeza de la vida, al sendero de la libertad, a la constante liberación, prueba de ello son los elementos centrales de esta cena judía: el consumo de las hierbas amargas permite recordar la aflicción de la servidumbre a que fueron expuestos en Egipto. El consumo del pan sin levadura recuerda la salida de Egipto y la providencia de Aquel que los alimentó con pan que del cielo caía en la travesía del desierto. Y la bebida de las cuatro copas recuerda la gesta victoriosa; es la celebración festiva de la liberación.

La Pascua entonces, no es un rito que se vea agotado en la celebración litúrgica al interior de un templo y ahora sin fieles. Es, en realidad, una apuesta que se hace por el hombre. Es el paso efectivo y actual de la muerte a la vida, de la esclavitud y dura servidumbre a la libertad y liberación. En definitiva, del egoísmo francotirador al amor más fuerte que la muerte.