/ lunes 29 de junio de 2020

Pensión humillante

Una mujer, trabajadora doméstica, acaba de cumplir los setenta años de edad. Llegó a la casa del patrón a los 10 años de edad.

Entonces le ponían un banquito para lavar los trastes luego de cada comida. Sesenta años después, apenas, apenitas, se jubilará. La Ley Federal del Trabajo contempla que una persona puede jubilarse luego de treinta años de edad.

Pero los patrones nunca lo permitieron. Siempre apelaron al chantaje. Y ella, con el corazón más bueno del mundo, toda la vida vivió como el conejito atrás de la zanahoria… y que nunca alcanzó.

Fue pensionada con tres mil pesos mensuales. Por una sola razón, la misma en la que por lo general, incurre la mayoría de los patrones: un salario pagan y otro salario reportan al Seguro Social. Y cuando se jubilan entonces les toca una miseria.

Un año y medio después del obradorismo, los diputados federales nunca se han detenido en el perverso candado de la ley.

Pero se trata de la más espantosa injusticia laboral, pues tal cual se encuentra la mayoría de los trabajadores pensionados.

Además, y como en el caso, la señora laboró sesenta años, pero solo fue dada de alta treinta años después, y eso, después de que ella misma se endureció y puso ultimátum a los patrones. "Me dan Seguro Social o renuncio mañana mismo".

Es decir, durante treinta años nunca disfrutó del Seguro Social ni del Infonavit.

Lo peor: vivía con los patrones y la explotación obrera alcanzaba dimensión insólita, pues cuando alguien de la familia enfermaba la levantaban a deshoras de la noche para cuidar al enfermo.

24 horas del día, entonces, al servicio de los patrones.

El día domingo era el día de asueto. Y de las 8 de la mañana a las 6 de la tarde porque debía dar de cenar.

La trabajadora doméstica tiró su vida lavando trastes, barriendo la casa y pasando jerga, haciendo la comida, lavando y planchando la ropa de una familia integrada por el matrimonio y cuatro hijos y actuando como la enfermera de cabecera.

A las 6 de la mañana estaba arriba para que las horas del día le alcanzaran para faena mayúscula. Cada día terminaba luego de las 11 de la noche, sin una tregua para el reposo ni tampoco para mirar la tele.

Así, un año tras otro año hasta completar sesenta años.

A los 10 años de edad, cuando llegó a la casa aquella, iba en cuarto año de primaria y sólo pudo terminar la escuela primaria estudiando el quinto y sexto año en la escuela nocturna.

Y la vida escolar terminó para ella.

Recibió, claro, curso de entrenamiento gastronómico en la casa aquella y aprendió a guisar platillos sabrosísimos, porque las trabajadoras domésticas mayores que por ahí iban desfilando le fueron enseñando.

Día llegó cuando quedó de jefe máxima, pues era la única ganando trescientos pesos diarios.

Soltera, jubilada, se retiró a vivir con una hermana viuda en su pueblo rural. La hermana tiene un changarro en su casa con la venta de picadas y gordas, tacos, tostadas y garnachas y la ayuda.

Y se hacen compañía.

Ella entregó su vida a la familia aquella sin exigir nunca el legítimo derecho a llevar una vida propia.

Y aun cuando los hijos de los patrones le ofrecían la tierra prometida para quedarse, a los 60 años de edad aprendió a decir no.

Una mujer, trabajadora doméstica, acaba de cumplir los setenta años de edad. Llegó a la casa del patrón a los 10 años de edad.

Entonces le ponían un banquito para lavar los trastes luego de cada comida. Sesenta años después, apenas, apenitas, se jubilará. La Ley Federal del Trabajo contempla que una persona puede jubilarse luego de treinta años de edad.

Pero los patrones nunca lo permitieron. Siempre apelaron al chantaje. Y ella, con el corazón más bueno del mundo, toda la vida vivió como el conejito atrás de la zanahoria… y que nunca alcanzó.

Fue pensionada con tres mil pesos mensuales. Por una sola razón, la misma en la que por lo general, incurre la mayoría de los patrones: un salario pagan y otro salario reportan al Seguro Social. Y cuando se jubilan entonces les toca una miseria.

Un año y medio después del obradorismo, los diputados federales nunca se han detenido en el perverso candado de la ley.

Pero se trata de la más espantosa injusticia laboral, pues tal cual se encuentra la mayoría de los trabajadores pensionados.

Además, y como en el caso, la señora laboró sesenta años, pero solo fue dada de alta treinta años después, y eso, después de que ella misma se endureció y puso ultimátum a los patrones. "Me dan Seguro Social o renuncio mañana mismo".

Es decir, durante treinta años nunca disfrutó del Seguro Social ni del Infonavit.

Lo peor: vivía con los patrones y la explotación obrera alcanzaba dimensión insólita, pues cuando alguien de la familia enfermaba la levantaban a deshoras de la noche para cuidar al enfermo.

24 horas del día, entonces, al servicio de los patrones.

El día domingo era el día de asueto. Y de las 8 de la mañana a las 6 de la tarde porque debía dar de cenar.

La trabajadora doméstica tiró su vida lavando trastes, barriendo la casa y pasando jerga, haciendo la comida, lavando y planchando la ropa de una familia integrada por el matrimonio y cuatro hijos y actuando como la enfermera de cabecera.

A las 6 de la mañana estaba arriba para que las horas del día le alcanzaran para faena mayúscula. Cada día terminaba luego de las 11 de la noche, sin una tregua para el reposo ni tampoco para mirar la tele.

Así, un año tras otro año hasta completar sesenta años.

A los 10 años de edad, cuando llegó a la casa aquella, iba en cuarto año de primaria y sólo pudo terminar la escuela primaria estudiando el quinto y sexto año en la escuela nocturna.

Y la vida escolar terminó para ella.

Recibió, claro, curso de entrenamiento gastronómico en la casa aquella y aprendió a guisar platillos sabrosísimos, porque las trabajadoras domésticas mayores que por ahí iban desfilando le fueron enseñando.

Día llegó cuando quedó de jefe máxima, pues era la única ganando trescientos pesos diarios.

Soltera, jubilada, se retiró a vivir con una hermana viuda en su pueblo rural. La hermana tiene un changarro en su casa con la venta de picadas y gordas, tacos, tostadas y garnachas y la ayuda.

Y se hacen compañía.

Ella entregó su vida a la familia aquella sin exigir nunca el legítimo derecho a llevar una vida propia.

Y aun cuando los hijos de los patrones le ofrecían la tierra prometida para quedarse, a los 60 años de edad aprendió a decir no.

ÚLTIMASCOLUMNAS
viernes 18 de diciembre de 2020

Buenos y malos

Luis Velázquez Rivera

miércoles 16 de diciembre de 2020

Siguen dedazos

Luis Velázquez Rivera

domingo 13 de diciembre de 2020

Policías emboscados

Luis Velázquez Rivera

sábado 12 de diciembre de 2020

Populismo educativo

Luis Velázquez Rivera

martes 08 de diciembre de 2020

Ordeñar la vaca

Luis Velázquez Rivera

domingo 06 de diciembre de 2020

La lista negra

Luis Velázquez Rivera

viernes 04 de diciembre de 2020

Pareja igualitaria

Luis Velázquez Rivera

domingo 29 de noviembre de 2020

Tache en la UV

Luis Velázquez Rivera

Cargar Más