/ viernes 8 de julio de 2022

Permanente llamado a la paz

Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en el corazón de la Iglesia.

La Iglesia es experta en humanidad, sabe de dolores y gozos, de esperanzas y sueños, de tristezas y lamentos. Todo encuentra resonancia en el corazón de la Iglesia porque su función es acompañar al hombre con todas las luces y sombras que implica la vida humana.

Y la Iglesia custodia el antídoto para que todo esto cambie para bien, la alegría del evangelio, la experiencia de Jesús es lo que mejor anima para que, cada vez, las condiciones sean mejores. El Maestro de Galilea fue un verdadero artífice de paz, y envió a los suyos como amantes y heraldos de la paz. La Iglesia en México siempre se ha interesado por la paz, no ha existido un solo momento en el que ella se mantenga al margen de lo que sucede en la vida nacional. Desde 1968 se han publicado de manera latente y permanente más de 116 documentos a nombre de los obispos de la Conferencia del Episcopado Mexicano, en los que la Iglesia ha hecho resonar su voz decidida y enfática suplicando a todos un compromiso serio y rotundo en favor de la paz.

Nuestra patria sabe de dolor que cada vez cubre de sangre más lugares y reviste de luto más familias. La pobreza, la violencia, la impunidad y tantos lastres que nos dañan y lastiman terriblemente parecen que, en ocasiones nos roban los sueños y nos quieren acomodar a este putrefacto estado de las cosas. Sin embargo, la misma situación de dolor, el desgarro de las madres que buscan incansablemente a sus hijos desaparecidos, el pujante sufrimiento de los padres que sufren en silencio el dolor que oscurece sus vidas familiares. En fin, tanto dolor que ya no cabe más en nuestra patria nos hace suplicar a Dios que nos asista a todos y nos ilumine para que todos seamos decididos actores de la paz, mensajeros de la reconciliación y del perdón. Falta mucho para que nuestra patria comience una verdadera trasformación de las estructuras de muerte y dolor por verdaderos cambios profundos en favor de la paz y de la reconciliación. La Iglesia siempre ha alzado la voz, lo que ha pasado con los sacerdotes asesinados en días pasados es sólo una muestra de todo lo que a diario sufre nuestra patria.

Todos somos responsables de la paz y la reconciliación. A todos nos corresponde logar que, desde ya, México sea un espacio en el que todos tengan vida digna.

La Iglesia nos anima para que todo este mes de julio hagamos acciones concretas en favor de la paz.

Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en el corazón de la Iglesia.

La Iglesia es experta en humanidad, sabe de dolores y gozos, de esperanzas y sueños, de tristezas y lamentos. Todo encuentra resonancia en el corazón de la Iglesia porque su función es acompañar al hombre con todas las luces y sombras que implica la vida humana.

Y la Iglesia custodia el antídoto para que todo esto cambie para bien, la alegría del evangelio, la experiencia de Jesús es lo que mejor anima para que, cada vez, las condiciones sean mejores. El Maestro de Galilea fue un verdadero artífice de paz, y envió a los suyos como amantes y heraldos de la paz. La Iglesia en México siempre se ha interesado por la paz, no ha existido un solo momento en el que ella se mantenga al margen de lo que sucede en la vida nacional. Desde 1968 se han publicado de manera latente y permanente más de 116 documentos a nombre de los obispos de la Conferencia del Episcopado Mexicano, en los que la Iglesia ha hecho resonar su voz decidida y enfática suplicando a todos un compromiso serio y rotundo en favor de la paz.

Nuestra patria sabe de dolor que cada vez cubre de sangre más lugares y reviste de luto más familias. La pobreza, la violencia, la impunidad y tantos lastres que nos dañan y lastiman terriblemente parecen que, en ocasiones nos roban los sueños y nos quieren acomodar a este putrefacto estado de las cosas. Sin embargo, la misma situación de dolor, el desgarro de las madres que buscan incansablemente a sus hijos desaparecidos, el pujante sufrimiento de los padres que sufren en silencio el dolor que oscurece sus vidas familiares. En fin, tanto dolor que ya no cabe más en nuestra patria nos hace suplicar a Dios que nos asista a todos y nos ilumine para que todos seamos decididos actores de la paz, mensajeros de la reconciliación y del perdón. Falta mucho para que nuestra patria comience una verdadera trasformación de las estructuras de muerte y dolor por verdaderos cambios profundos en favor de la paz y de la reconciliación. La Iglesia siempre ha alzado la voz, lo que ha pasado con los sacerdotes asesinados en días pasados es sólo una muestra de todo lo que a diario sufre nuestra patria.

Todos somos responsables de la paz y la reconciliación. A todos nos corresponde logar que, desde ya, México sea un espacio en el que todos tengan vida digna.

La Iglesia nos anima para que todo este mes de julio hagamos acciones concretas en favor de la paz.