/ jueves 6 de agosto de 2020

Pero vamos por partes

Las leyes sin consecuencias concretas son letra muerta y generan corrupción e impunidad.

Por supuesto que cumplir y hacer cumplir la ley cuesta, pero cuesta más no hacerlo.

Nada más costoso para un país que vivir con permanente incertidumbre jurídica. Reconozco lo que nuestra Constitución ha dado a México como soporte para un sistema más democrático y un andamiaje institucional. Sin embargo, estamos muy lejos de vivir en lo cotidiano una cultura de legalidad.

Cuando autoridades y ciudadanos ignoramos la ley, abonamos a su desprestigio y también a la desconfianza y a una gran pérdida de oportunidades.

En otra medida, nuestro destino depende de si en lo cotidiano hacemos posible una Constitución viva, cercana a los ciudadanos y a las autoridades.

En este propósito todos tenemos algo que hacer, porque la alternativa sería dejarla encuadernada y enterrada.

En síntesis, nuestra Constitución dejó de ser socialmente útil, la inseguridad pública y la extrema desigualdad son pruebas de ello y los gobernantes lo han adecuado a sus intereses, la impunidad de los corruptos y la partidocracia son dos ejemplos. La prometida transparencia que se anunció de esta administración, terminó en pura promesa. La presente administración federal ha fracasado por su obstinación. Querer que recapacite y entienda la realidad es casi misión imposible. ¿Qué podemos pedir a su gabinete?

No creceremos al 4%. No tendremos nuevo aeropuerto. Ni siquiera un sistema aeroportuario. No se aplana la pandemia. El narcotráfico se empodera, lo único que va al alza. La seguridad pública se ha perdido. El Estado abandona sus instituciones, nadie resuelve.

Nos esperan tiempos peores a lo que imaginamos y se concretarán con el nuevo presupuesto 2021.

No alcanzan los dineros, sube la deuda externa por el doble efecto contratación-devaluación. Cayó la recaudación al caer la inversión, no hay garantías, cambian reglas en energéticos y en electricidad.

Que se concursen obras y se transparenten compras gubernamentales tampoco. Adjudicación directa es la moda. El turismo se desploma en todo el mundo y aquí además se le combate al no difundir nuestra oferta. Todo es culpa del neoliberalismo. Pero lo importante será la corrupción.

En otro tema, ya es una característica del mexicano cuando de ayudar se trata, sobre todo ante graves contratiempos y tragedias, como los causados por fenómenos naturales. En esos casos la sociedad ha rebasado al gobierno y se pone en la línea de frente para apoyar a los que están en desgracia.

Lo mismo ocurre ahora con la pandemia y la falta de empatía de la mayoría de las autoridades ante el dolor de millones de mexicanos, que se debaten entre la crisis médica, económica y de inseguridad.

En verdad, el sufrimiento está por todos lados y, por fortuna, también las muestras permanentes de solidaridad por parte de innumerables ciudadanos y empresas, que a diario están apoyando con dinero, alimentos, programas de apoyo, caretas, cubrebocas, gel y toda clase de insumos médicos.

Bien se dice que un gobernante sin un bagaje ético y con valores familiares, difícilmente se mostrará empático con la población que lo eligió.

La religión, sobre todo aquella que tiene como eje fundamental la misericordia y la empatía con sus semejantes, es uno de los motores que mueven a sociedades que tienen como prioridad ayudar a quien lo necesite, y sin duda buena parte de los mexicanos tienen esta capacidad de misericordia con los que padecemos algún problema.

La acción solidaria y empática en beneficio de los demás, impulsada por un profundo sentimiento de amor compasivo y humanista, es una condición indispensable en un ser humano que, merced a los valores familiares y la misma religión, los hace florecer.

Las leyes sin consecuencias concretas son letra muerta y generan corrupción e impunidad.

Por supuesto que cumplir y hacer cumplir la ley cuesta, pero cuesta más no hacerlo.

Nada más costoso para un país que vivir con permanente incertidumbre jurídica. Reconozco lo que nuestra Constitución ha dado a México como soporte para un sistema más democrático y un andamiaje institucional. Sin embargo, estamos muy lejos de vivir en lo cotidiano una cultura de legalidad.

Cuando autoridades y ciudadanos ignoramos la ley, abonamos a su desprestigio y también a la desconfianza y a una gran pérdida de oportunidades.

En otra medida, nuestro destino depende de si en lo cotidiano hacemos posible una Constitución viva, cercana a los ciudadanos y a las autoridades.

En este propósito todos tenemos algo que hacer, porque la alternativa sería dejarla encuadernada y enterrada.

En síntesis, nuestra Constitución dejó de ser socialmente útil, la inseguridad pública y la extrema desigualdad son pruebas de ello y los gobernantes lo han adecuado a sus intereses, la impunidad de los corruptos y la partidocracia son dos ejemplos. La prometida transparencia que se anunció de esta administración, terminó en pura promesa. La presente administración federal ha fracasado por su obstinación. Querer que recapacite y entienda la realidad es casi misión imposible. ¿Qué podemos pedir a su gabinete?

No creceremos al 4%. No tendremos nuevo aeropuerto. Ni siquiera un sistema aeroportuario. No se aplana la pandemia. El narcotráfico se empodera, lo único que va al alza. La seguridad pública se ha perdido. El Estado abandona sus instituciones, nadie resuelve.

Nos esperan tiempos peores a lo que imaginamos y se concretarán con el nuevo presupuesto 2021.

No alcanzan los dineros, sube la deuda externa por el doble efecto contratación-devaluación. Cayó la recaudación al caer la inversión, no hay garantías, cambian reglas en energéticos y en electricidad.

Que se concursen obras y se transparenten compras gubernamentales tampoco. Adjudicación directa es la moda. El turismo se desploma en todo el mundo y aquí además se le combate al no difundir nuestra oferta. Todo es culpa del neoliberalismo. Pero lo importante será la corrupción.

En otro tema, ya es una característica del mexicano cuando de ayudar se trata, sobre todo ante graves contratiempos y tragedias, como los causados por fenómenos naturales. En esos casos la sociedad ha rebasado al gobierno y se pone en la línea de frente para apoyar a los que están en desgracia.

Lo mismo ocurre ahora con la pandemia y la falta de empatía de la mayoría de las autoridades ante el dolor de millones de mexicanos, que se debaten entre la crisis médica, económica y de inseguridad.

En verdad, el sufrimiento está por todos lados y, por fortuna, también las muestras permanentes de solidaridad por parte de innumerables ciudadanos y empresas, que a diario están apoyando con dinero, alimentos, programas de apoyo, caretas, cubrebocas, gel y toda clase de insumos médicos.

Bien se dice que un gobernante sin un bagaje ético y con valores familiares, difícilmente se mostrará empático con la población que lo eligió.

La religión, sobre todo aquella que tiene como eje fundamental la misericordia y la empatía con sus semejantes, es uno de los motores que mueven a sociedades que tienen como prioridad ayudar a quien lo necesite, y sin duda buena parte de los mexicanos tienen esta capacidad de misericordia con los que padecemos algún problema.

La acción solidaria y empática en beneficio de los demás, impulsada por un profundo sentimiento de amor compasivo y humanista, es una condición indispensable en un ser humano que, merced a los valores familiares y la misma religión, los hace florecer.