/ miércoles 8 de mayo de 2019

Política científica

Definir la política científica de una nación, estado o de una institución —como una universidad o un centro de investigaciones— es una tarea compleja, puesto que deben trazarse los objetivos que tal política persigue. Lo que implica conocer las condiciones locales y globales en que esta política se implantará, así como la historia del quehacer científico en el espacio considerado, para saber de dónde se partirá. Además de conocer puntualmente los recursos, humanos y materiales, con que se cuenta.

Respecto a este punto recuerdo la experiencia de los bolcheviques luego de derrocar al régimen zarista en la Rusia de principios del siglo XX. Lenin vio con claridad que para cimentar el nuevo régimen era necesario no solamente una nueva forma de organización social, sino que habría que impulsar el desarrollo de la ciencia y la tecnología para que su propuesta fuera exitosa. La formulación de esta perspectiva se plasma, con toda claridad, en el folleto “El socialismo son los soviets más la electricidad” donde plasma la política científica del nuevo régimen.

Lenin comienza haciendo un recuento de los recursos disponibles para ciencia y técnica heredados del zarismo, concluyendo que para consolidar el régimen soviético era necesario formular una nueva política científica en función de las nuevas condiciones a partir de lo dado, pero definiendo nuevos objetivos y rumbo para el desarrollo de ciencia y tecnología.

En ese tiempo la entidad más fuerte y representativa del quehacer científico era la Academia de Ciencias fundada por el zar derrocado. Cabe mencionar que esta agrupación tenía gran prestigio en Europa.

Muchos de los miembros de esta Academia simpatizaban con el zar ya que bajo este régimen eran privilegiados, no sólo económicamente sino siendo también consentidos con numerosas distinciones. Al darse el triunfo de la revolución un porcentaje de ellos abandonó el país asilándose en naciones europeas donde su trabajo era bien apreciado. Así que los académicos eran considerados por muchos bolcheviques como los fifís de la época, y proponían su expulsión de la URSS. Lenin atajó a tiempo esta absurda posición e invitó a todos los científicos que así lo desearan, a seguir trabajando en sus investigaciones, prometiendo apoyarlos decididamente. Promesa cumplida al pie de la letra y de inmediato.

Los bolcheviques reconocieron el gran valor de la ciencia y la tecnología para alcanzar sus objetivos políticos y económicos. Por tanto, éstas siempre estuvieron en el primer plano de objetivos trazados por los dirigentes de la entonces llamada Unión de Repúblicas Soviéticas Socialistas (URSS), alcanzando muy rápidamente el desarrollo tecno-científico de las naciones más desarrolladas. Siendo tal el éxito de esta política que los soviéticos con presteza lograron construir plantas eléctricas alimentadas por energía nuclear y, por supuesto, fabricaron sus propias bombas atómicas. Igualmente en el transcurso de tres décadas destacaron en todas las disciplinas científicas y el desarrollo tecnológico.

Las revoluciones comunistas en Rusia y en China sentaron las bases científicas y tecnológicas para que actualmente, aún con regímenes más bien inclinados hacia el capitalismo, estas naciones sean grandes potencias en lo económico, político y militar.

Definir una política científica para una nación es asunto delicado pues, por una parte, el trabajo científico por su naturaleza requiere de un espacio de libertad para dar buenos frutos, independientemente del signo, color o partido de quienes gobiernan; y por otro lado el Estado —mediante procesos democráticos— debe definir prioridades y diseñar una política científica orientada hacia el bienestar común.

La ciencia en México durante las últimas décadas ha sido menospreciada, escaseando los recursos económicos para su desarrollo. Provocando que, entre otras cosas, seamos dependientes en el campo tecnológico, en la autosuficiencia alimentaria y farmacológica, en el empleo de las numerosas fuentes de energía de que el país dispone y en el desarrollo de estrategias sustentables para proteger el medio ambiente.

Pareciera que no aprendemos de la historia, pero quienes pretenden controlar el mundo entero sí aprenden y tratan de impedir el surgimiento de movimientos en verdad revolucionarios, como el de los bolcheviques o el maoísta que colocaran a la ciencia y tecnología como una de las bases para lograr sus objetivos.

Tengamos en cuenta que la ciencia no solamente favorece el desarrollo económico de un país, sino que primariamente proporciona los conocimientos para comprender —explicar— la naturaleza de los fenómenos físicos, biológicos, sociales y síquicos; conocimiento que a la postre ofrece los instrumentos para la transformación del orden económico, político y social —por lo pronto definido por los objetivos globales que persigue el capitalismo— prevaleciente.

Resulta sorprendente que hasta el momento la 4T no haya aún definido claramente una política científica que vaya más allá de las ocurrencias del momento. El Plan Nacional de Desarrollo sólo contiene un escueto párrafo donde se menciona a la ciencia y la tecnología.

Reflexionar para comprender lo que se ve y lo que no se ve.

Definir la política científica de una nación, estado o de una institución —como una universidad o un centro de investigaciones— es una tarea compleja, puesto que deben trazarse los objetivos que tal política persigue. Lo que implica conocer las condiciones locales y globales en que esta política se implantará, así como la historia del quehacer científico en el espacio considerado, para saber de dónde se partirá. Además de conocer puntualmente los recursos, humanos y materiales, con que se cuenta.

Respecto a este punto recuerdo la experiencia de los bolcheviques luego de derrocar al régimen zarista en la Rusia de principios del siglo XX. Lenin vio con claridad que para cimentar el nuevo régimen era necesario no solamente una nueva forma de organización social, sino que habría que impulsar el desarrollo de la ciencia y la tecnología para que su propuesta fuera exitosa. La formulación de esta perspectiva se plasma, con toda claridad, en el folleto “El socialismo son los soviets más la electricidad” donde plasma la política científica del nuevo régimen.

Lenin comienza haciendo un recuento de los recursos disponibles para ciencia y técnica heredados del zarismo, concluyendo que para consolidar el régimen soviético era necesario formular una nueva política científica en función de las nuevas condiciones a partir de lo dado, pero definiendo nuevos objetivos y rumbo para el desarrollo de ciencia y tecnología.

En ese tiempo la entidad más fuerte y representativa del quehacer científico era la Academia de Ciencias fundada por el zar derrocado. Cabe mencionar que esta agrupación tenía gran prestigio en Europa.

Muchos de los miembros de esta Academia simpatizaban con el zar ya que bajo este régimen eran privilegiados, no sólo económicamente sino siendo también consentidos con numerosas distinciones. Al darse el triunfo de la revolución un porcentaje de ellos abandonó el país asilándose en naciones europeas donde su trabajo era bien apreciado. Así que los académicos eran considerados por muchos bolcheviques como los fifís de la época, y proponían su expulsión de la URSS. Lenin atajó a tiempo esta absurda posición e invitó a todos los científicos que así lo desearan, a seguir trabajando en sus investigaciones, prometiendo apoyarlos decididamente. Promesa cumplida al pie de la letra y de inmediato.

Los bolcheviques reconocieron el gran valor de la ciencia y la tecnología para alcanzar sus objetivos políticos y económicos. Por tanto, éstas siempre estuvieron en el primer plano de objetivos trazados por los dirigentes de la entonces llamada Unión de Repúblicas Soviéticas Socialistas (URSS), alcanzando muy rápidamente el desarrollo tecno-científico de las naciones más desarrolladas. Siendo tal el éxito de esta política que los soviéticos con presteza lograron construir plantas eléctricas alimentadas por energía nuclear y, por supuesto, fabricaron sus propias bombas atómicas. Igualmente en el transcurso de tres décadas destacaron en todas las disciplinas científicas y el desarrollo tecnológico.

Las revoluciones comunistas en Rusia y en China sentaron las bases científicas y tecnológicas para que actualmente, aún con regímenes más bien inclinados hacia el capitalismo, estas naciones sean grandes potencias en lo económico, político y militar.

Definir una política científica para una nación es asunto delicado pues, por una parte, el trabajo científico por su naturaleza requiere de un espacio de libertad para dar buenos frutos, independientemente del signo, color o partido de quienes gobiernan; y por otro lado el Estado —mediante procesos democráticos— debe definir prioridades y diseñar una política científica orientada hacia el bienestar común.

La ciencia en México durante las últimas décadas ha sido menospreciada, escaseando los recursos económicos para su desarrollo. Provocando que, entre otras cosas, seamos dependientes en el campo tecnológico, en la autosuficiencia alimentaria y farmacológica, en el empleo de las numerosas fuentes de energía de que el país dispone y en el desarrollo de estrategias sustentables para proteger el medio ambiente.

Pareciera que no aprendemos de la historia, pero quienes pretenden controlar el mundo entero sí aprenden y tratan de impedir el surgimiento de movimientos en verdad revolucionarios, como el de los bolcheviques o el maoísta que colocaran a la ciencia y tecnología como una de las bases para lograr sus objetivos.

Tengamos en cuenta que la ciencia no solamente favorece el desarrollo económico de un país, sino que primariamente proporciona los conocimientos para comprender —explicar— la naturaleza de los fenómenos físicos, biológicos, sociales y síquicos; conocimiento que a la postre ofrece los instrumentos para la transformación del orden económico, político y social —por lo pronto definido por los objetivos globales que persigue el capitalismo— prevaleciente.

Resulta sorprendente que hasta el momento la 4T no haya aún definido claramente una política científica que vaya más allá de las ocurrencias del momento. El Plan Nacional de Desarrollo sólo contiene un escueto párrafo donde se menciona a la ciencia y la tecnología.

Reflexionar para comprender lo que se ve y lo que no se ve.