/ viernes 17 de mayo de 2019

Preocupaciones añejas de un profesor

Por la década de los 60 del siglo XX me desempeñé como docente de educación básica en un plantel de la localidad de Córdoba, poniendo en ejecución o práctica mis conocimientos y el repertorio didáctico obtenido en mi escuela Normal Veracruzana. Al estar en el terreno de la realidad me encontré con situaciones singulares a las cuales les tuve que hallar senderos de solución, pues en principio destinaron a mi cargo casi 60 alumnos con edades que fluctuaban entre los 10 y los 14 años; algunos de esos educandos acusaban rezagos en lo tocante al área del lenguaje y el renglón de las matemáticas. Era alarmante que en ese cuarto grado bajo mi responsabilidad hubiera infantes con carencias lectoras, sin destreza para escribir con claridad y con muestras notorias de inseguridad para expresarse oralmente; ya en el terreno aritmético me resultaba insólito que algunos para nada entendían los procesos de las operaciones fundamentales, que apuradamente sumaban cantidades menores, pero la resta y la multiplicación eran enigmas a desentrañar.

Las primeras semanas fueron de reconocimiento y después puse en operación mecanismos para salir del bache; utilicé a los infantes aventajados para que me auxiliaran con sus compañeros en actividades de lectura y en lo referente a las famosas “cuentas”. Aprovechaba media o una hora más de clase, al terminar el lapso establecido, para dedicarme a los escolares con dificultades mayores. Hablé con los padres de esos alumnos y les solicité su respaldo, para que en el hogar realizaran las actividades sugeridas. No fue fácil la encomienda, pero si puedo aseverar que en esos primeros años de labor docente aprendí más de ese quehacer magisterial, tesonero y angustiante que durante el periodo teórico de las épocas estudiantiles.

Con la madurez que se va adquiriendo en el campo de la labor cotidiana me propuse, en años subsecuentes, a que los niños lograran, entre otras cosas, a leer comprensivamente, a expresarse con claridad en forma oral y escrita, a poseer buena ortografía, pronunciación aceptable y una redacción básica. Por cuanto a las matemáticas, a efectuar operaciones diversas y a resolver problemas, buscando en todo momento los procedimientos inductivos en el tratamiento de las áreas de las figuras y cuerpos geométricos. Entender, por otra parte, que las ciencias sociales y la historia son muy relevantes en la formación inicial por lo cual deben abordarse inteligentemente a través de lecturas amenas, gráficas cronológicas, con auxilio de elementos audiovisuales y poniendo en el centro de la atención las causas y consecuencias de los sucesos. Asumir que lo actual es efecto del pretérito y que el futuro dependerá de lo que se haga ahora.

Comprendí que las ciencias naturales tienen un amplio campo para ser atendidas; a nuestro alrededor tenemos áreas verdes y especies animales, ante ello el docente inquieto puede diseñar proyectos para que sus alumnos observen, experimenten, cuantifiquen y registren. En lugar de hacer una tarea libresca y árida, llevar a cabo una aventura de redescubrimiento de nuestra radiante naturaleza. Es importante que las nuevas generaciones interioricen que se antepone preservar nuestro medio ambiente y que ya no debemos afectar más nuestra ecología circundante. Las actividades físicas, artísticas y tecnológicas las efectuaba extra-clase, en un campo aledaño y en un área del plantel, con la anuencia de la dirección y la colaboración de los padres.

Todo lo anteriormente reseñado viene a cuento porque hoy en día en los escenarios públicos y en los horizontes educacionales leo, veo o escucho discrepancias y discusiones entre el magisterio y las autoridades, entre las dirigencias sindicales y los representantes de los poderes Legislativo y Ejecutivo, donde salen a relucir asuntos de carácter laboral, del orden político-económico, de plazas y procesos administrativos, de movimientos y préstamos, de evaluación de la labor docente, pero para nada irradian inquietudes de tipo pedagógico o temas de carácter didáctico. Si se está en el ámbito de la actividad formativa es de suponerse que el eje o el centro del debate debe ser el educando; que de esa lucha legítima emprendida por los docentes salgan mejorías para todos, que no sean conculcados los derechos de los trabajadores, pero sobre todo que como producto de esa debatida reforma educativa se renueven las caducas estructuras mentales en los colegios, para que el alumnado sea encauzado idóneamente para pensar, para hacer, para conocer, para proceder con sentido solidario y para desenvolverse con seguridad y fortalecidos en lo científico-humanístico, en lo axiológico y en lo físico-tecnológico.

Por la década de los 60 del siglo XX me desempeñé como docente de educación básica en un plantel de la localidad de Córdoba, poniendo en ejecución o práctica mis conocimientos y el repertorio didáctico obtenido en mi escuela Normal Veracruzana. Al estar en el terreno de la realidad me encontré con situaciones singulares a las cuales les tuve que hallar senderos de solución, pues en principio destinaron a mi cargo casi 60 alumnos con edades que fluctuaban entre los 10 y los 14 años; algunos de esos educandos acusaban rezagos en lo tocante al área del lenguaje y el renglón de las matemáticas. Era alarmante que en ese cuarto grado bajo mi responsabilidad hubiera infantes con carencias lectoras, sin destreza para escribir con claridad y con muestras notorias de inseguridad para expresarse oralmente; ya en el terreno aritmético me resultaba insólito que algunos para nada entendían los procesos de las operaciones fundamentales, que apuradamente sumaban cantidades menores, pero la resta y la multiplicación eran enigmas a desentrañar.

Las primeras semanas fueron de reconocimiento y después puse en operación mecanismos para salir del bache; utilicé a los infantes aventajados para que me auxiliaran con sus compañeros en actividades de lectura y en lo referente a las famosas “cuentas”. Aprovechaba media o una hora más de clase, al terminar el lapso establecido, para dedicarme a los escolares con dificultades mayores. Hablé con los padres de esos alumnos y les solicité su respaldo, para que en el hogar realizaran las actividades sugeridas. No fue fácil la encomienda, pero si puedo aseverar que en esos primeros años de labor docente aprendí más de ese quehacer magisterial, tesonero y angustiante que durante el periodo teórico de las épocas estudiantiles.

Con la madurez que se va adquiriendo en el campo de la labor cotidiana me propuse, en años subsecuentes, a que los niños lograran, entre otras cosas, a leer comprensivamente, a expresarse con claridad en forma oral y escrita, a poseer buena ortografía, pronunciación aceptable y una redacción básica. Por cuanto a las matemáticas, a efectuar operaciones diversas y a resolver problemas, buscando en todo momento los procedimientos inductivos en el tratamiento de las áreas de las figuras y cuerpos geométricos. Entender, por otra parte, que las ciencias sociales y la historia son muy relevantes en la formación inicial por lo cual deben abordarse inteligentemente a través de lecturas amenas, gráficas cronológicas, con auxilio de elementos audiovisuales y poniendo en el centro de la atención las causas y consecuencias de los sucesos. Asumir que lo actual es efecto del pretérito y que el futuro dependerá de lo que se haga ahora.

Comprendí que las ciencias naturales tienen un amplio campo para ser atendidas; a nuestro alrededor tenemos áreas verdes y especies animales, ante ello el docente inquieto puede diseñar proyectos para que sus alumnos observen, experimenten, cuantifiquen y registren. En lugar de hacer una tarea libresca y árida, llevar a cabo una aventura de redescubrimiento de nuestra radiante naturaleza. Es importante que las nuevas generaciones interioricen que se antepone preservar nuestro medio ambiente y que ya no debemos afectar más nuestra ecología circundante. Las actividades físicas, artísticas y tecnológicas las efectuaba extra-clase, en un campo aledaño y en un área del plantel, con la anuencia de la dirección y la colaboración de los padres.

Todo lo anteriormente reseñado viene a cuento porque hoy en día en los escenarios públicos y en los horizontes educacionales leo, veo o escucho discrepancias y discusiones entre el magisterio y las autoridades, entre las dirigencias sindicales y los representantes de los poderes Legislativo y Ejecutivo, donde salen a relucir asuntos de carácter laboral, del orden político-económico, de plazas y procesos administrativos, de movimientos y préstamos, de evaluación de la labor docente, pero para nada irradian inquietudes de tipo pedagógico o temas de carácter didáctico. Si se está en el ámbito de la actividad formativa es de suponerse que el eje o el centro del debate debe ser el educando; que de esa lucha legítima emprendida por los docentes salgan mejorías para todos, que no sean conculcados los derechos de los trabajadores, pero sobre todo que como producto de esa debatida reforma educativa se renueven las caducas estructuras mentales en los colegios, para que el alumnado sea encauzado idóneamente para pensar, para hacer, para conocer, para proceder con sentido solidario y para desenvolverse con seguridad y fortalecidos en lo científico-humanístico, en lo axiológico y en lo físico-tecnológico.

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