/ sábado 3 de julio de 2021

Pretextos para la incredulidad

Para quienes tienen la mirada atenta y los ojos bien despiertos, la presencia de Dios se percibe en lo tranquilo de la vida; Elías percibió a Dios en una suave brisa que, con ternura, empapaba la cueva donde se encontraba escondido.

La hemorroísa sabía que el Señor era el caminante empolvado que caminaba junto a ellos, y por eso lo tocó con una profunda confianza. La samaritana descubrió que el sediento del pozo era el Mesías.

Los grandes místicos descubrieron la grandeza y el amor de Dios en los acontecimientos naturales. Buenaventura descubrió las huellas de Dios en todo cuanto existe. Y así, para quien está atento, Dios se presenta de muchas formas todos los días, en lo cotidiano, viene junto a nosotros. Dios nos sale al paso por doquier y, hermosamente, las creaturas nos refieren a la grandeza del Creador. ¡En todo lo podemos contemplar!

Jesús se puso a enseñar en la sinagoga, la gente lo escuchaba con asombro y se preguntaba de dónde venía toda la ciencia de la que hacía gala. Un primer pretexto para no creer Él, es pensar que lo que Él dice es muy simple y que eso que está diciendo en nada impacta con la propia vida. Junto con este, también está la tentación de creer que lo que está diciendo el Señor ya lo sabemos.

Los que escuchaban con asombro a Jesús, usaron de pretexto el hecho de conocerlo. ¡Pero si nosotros lo conocemos!, sabemos quiénes son sus padres y hermanos, su familia vive entre nosotros. Otro obstáculo para la fe es creer que conocemos al Señor y por eso resistirnos a creer, y es que, es tan cercano a nosotros, sentimos que lo conocemos tanto que eso mismo se convierte en el obstáculo para creer. La familiaridad con el Señor es muy buena porque nos permite relacionarnos con Él en la verdad y eso permite la intimidad, pero tiene su parte negativa, porque se puede convertir en pretexto para que el Reino no encuentre tierra fértil en nosotros.

Jesús ha escogido la vía de la sencillez, ha querido encarnarse y tomar todas las condiciones de los hombres, en lo común, en lo cotidiano, sin espectáculos. Puede suceder que algunas personas utilicen como pretexto la avidez de espectáculos para hacer depender su fe de eso. Quienes viven en la dinámica de lo deslumbrante, de lo espectacular, del amarillismo, están poniendo con eso una terrible barrera para creer en el poeta de Nazaret, en el mensajero del Reino, en el Dios que se ha hecho hombre. El Maestro aparece sólo cuando el alumno está listo.

Para quien está atento, Dios se presenta de muchas formas todos los días, en lo cotidiano, viene junto a nosotros.

Para quienes tienen la mirada atenta y los ojos bien despiertos, la presencia de Dios se percibe en lo tranquilo de la vida; Elías percibió a Dios en una suave brisa que, con ternura, empapaba la cueva donde se encontraba escondido.

La hemorroísa sabía que el Señor era el caminante empolvado que caminaba junto a ellos, y por eso lo tocó con una profunda confianza. La samaritana descubrió que el sediento del pozo era el Mesías.

Los grandes místicos descubrieron la grandeza y el amor de Dios en los acontecimientos naturales. Buenaventura descubrió las huellas de Dios en todo cuanto existe. Y así, para quien está atento, Dios se presenta de muchas formas todos los días, en lo cotidiano, viene junto a nosotros. Dios nos sale al paso por doquier y, hermosamente, las creaturas nos refieren a la grandeza del Creador. ¡En todo lo podemos contemplar!

Jesús se puso a enseñar en la sinagoga, la gente lo escuchaba con asombro y se preguntaba de dónde venía toda la ciencia de la que hacía gala. Un primer pretexto para no creer Él, es pensar que lo que Él dice es muy simple y que eso que está diciendo en nada impacta con la propia vida. Junto con este, también está la tentación de creer que lo que está diciendo el Señor ya lo sabemos.

Los que escuchaban con asombro a Jesús, usaron de pretexto el hecho de conocerlo. ¡Pero si nosotros lo conocemos!, sabemos quiénes son sus padres y hermanos, su familia vive entre nosotros. Otro obstáculo para la fe es creer que conocemos al Señor y por eso resistirnos a creer, y es que, es tan cercano a nosotros, sentimos que lo conocemos tanto que eso mismo se convierte en el obstáculo para creer. La familiaridad con el Señor es muy buena porque nos permite relacionarnos con Él en la verdad y eso permite la intimidad, pero tiene su parte negativa, porque se puede convertir en pretexto para que el Reino no encuentre tierra fértil en nosotros.

Jesús ha escogido la vía de la sencillez, ha querido encarnarse y tomar todas las condiciones de los hombres, en lo común, en lo cotidiano, sin espectáculos. Puede suceder que algunas personas utilicen como pretexto la avidez de espectáculos para hacer depender su fe de eso. Quienes viven en la dinámica de lo deslumbrante, de lo espectacular, del amarillismo, están poniendo con eso una terrible barrera para creer en el poeta de Nazaret, en el mensajero del Reino, en el Dios que se ha hecho hombre. El Maestro aparece sólo cuando el alumno está listo.

Para quien está atento, Dios se presenta de muchas formas todos los días, en lo cotidiano, viene junto a nosotros.