/ miércoles 20 de mayo de 2020

PRI, el peso del descrédito

Uno de los partidos que en Veracruz se verá más afectado por el recorte a las prerrogativas, aprobado por el Congreso local el pasado 12 de mayo, es el Revolucionario Institucional.

El partido que encabeza Marlon Ramírez, la otrora aplanadora electoral, hace un esfuerzo por mantenerse vigente con algún comunicado de vez en cuando, con alguna declaración de sus dirigentes, pero el descrédito lo ha rebasado. El PRI carga con una pesada losa.

De aquel PRI que ganaba de todas, todas, no queda nada. La marca ganadora, que por sí sola impulsaba candidaturas, terminó por desdibujarse.

El último gobernador priista que llegó al cargo con cierta tranquilidad, caminando como decía Lavolpe, fue Miguel Alemán Velasco, quien no tuvo mayores problemas para superar a sus adversarios en la contienda de 1998; Alemán le sacó una ventaja de 400 mil votos al panista Luis Pazos, y de casi 600 mil al perredista Arturo Hérviz.

En 2004, la carrera entre el priista Fidel Herrera Beltrán y Gerardo Buganza, del albiazul, fue de alarido. El panista se quedó a un fallo de la corte. Oficialmente fueron 40 mil votos de diferencia, poco más de un punto porcentual; el PAN se ubicó por primera vez en su historia en una posición realmente competitiva.

Como candidato del PRI a la gubernatura, Javier Duarte de Ochoa en 2010 obtuvo más de un millón 350 mil sufragios, con los que derrotó a Miguel Ángel Yunes, del PAN.

Después de dicho proceso, nada para el tricolor ha sido igual; Héctor Yunes Landa, abanderado en 2016, sufrió el primer descalabro en la historia de su partido en Veracruz. El priista no era un mal candidato, pero el descrédito heredado por Javier Duarte terminó por impulsar al candidato del PAN.

Sin el factor negativo que representaba la imagen de Duarte de Ochoa, probablemente la contienda entre PAN y PRI hubiera arrojado un resultado diferente, sobre todo tomando en cuenta que el candidato panista centró el discurso de su campaña en los actos de corrupción del entonces gobernador.

Si la de 2016 fue una derrota dolorosa para el priismo, la del proceso en 2018 fue aun peor: el PRI postuló como candidato a una de sus mejores cartas, José Francisco Yunes Zorrilla, exalcalde de Perote, exdiputado local y federal y quien en esos días ocupaba una curul en el Senado de la República.

Yunes Zorrilla, apoyado por un importante sector de su partido, no pudo sobreponerse a tres factores que al final resultaron decisivos en el rumbo de la contienda electoral: el aplastante paso de Morena y su candidato presidencial Andrés Manuel López Obrador; el descrédito de su partido, que incluía diversos escándalos de corrupción; y los malos resultados en las elecciones municipales de 2017, que significarían la pérdida de posiciones en la mayoría de los ayuntamientos veracruzanos.

Hoy, el PRI enfrenta problemas para reorganizarse de cara al proceso de 2021: primero, los malos resultados recientes representan una reducción en el financiamiento público; segundo, el tricolor es uno de los partidos más multados por la autoridad electoral; y tercero, el Congreso de Veracruz aprobó una disminución del 50% en las prerrogativas, lo que impactaría todavía más en las mermadas finanzas del comité estatal; a eso habría que sumar la división y las pugnas internas de siempre; la desbandada de cuadros y militantes que se han sumado a otras fuerzas políticas, así como el descrédito del partido y la falta de liderazgo real.

Con todo ese peso en contra, el PRI difícilmente podrá lograr buenos resultados en el proceso electoral de 2021, cuando en Veracruz se votará por alcaldes, diputados locales y federales. De esa contienda, por cierto, dependerá en gran medida el rumbo de la sucesión de 2024.

Uno de los partidos que en Veracruz se verá más afectado por el recorte a las prerrogativas, aprobado por el Congreso local el pasado 12 de mayo, es el Revolucionario Institucional.

El partido que encabeza Marlon Ramírez, la otrora aplanadora electoral, hace un esfuerzo por mantenerse vigente con algún comunicado de vez en cuando, con alguna declaración de sus dirigentes, pero el descrédito lo ha rebasado. El PRI carga con una pesada losa.

De aquel PRI que ganaba de todas, todas, no queda nada. La marca ganadora, que por sí sola impulsaba candidaturas, terminó por desdibujarse.

El último gobernador priista que llegó al cargo con cierta tranquilidad, caminando como decía Lavolpe, fue Miguel Alemán Velasco, quien no tuvo mayores problemas para superar a sus adversarios en la contienda de 1998; Alemán le sacó una ventaja de 400 mil votos al panista Luis Pazos, y de casi 600 mil al perredista Arturo Hérviz.

En 2004, la carrera entre el priista Fidel Herrera Beltrán y Gerardo Buganza, del albiazul, fue de alarido. El panista se quedó a un fallo de la corte. Oficialmente fueron 40 mil votos de diferencia, poco más de un punto porcentual; el PAN se ubicó por primera vez en su historia en una posición realmente competitiva.

Como candidato del PRI a la gubernatura, Javier Duarte de Ochoa en 2010 obtuvo más de un millón 350 mil sufragios, con los que derrotó a Miguel Ángel Yunes, del PAN.

Después de dicho proceso, nada para el tricolor ha sido igual; Héctor Yunes Landa, abanderado en 2016, sufrió el primer descalabro en la historia de su partido en Veracruz. El priista no era un mal candidato, pero el descrédito heredado por Javier Duarte terminó por impulsar al candidato del PAN.

Sin el factor negativo que representaba la imagen de Duarte de Ochoa, probablemente la contienda entre PAN y PRI hubiera arrojado un resultado diferente, sobre todo tomando en cuenta que el candidato panista centró el discurso de su campaña en los actos de corrupción del entonces gobernador.

Si la de 2016 fue una derrota dolorosa para el priismo, la del proceso en 2018 fue aun peor: el PRI postuló como candidato a una de sus mejores cartas, José Francisco Yunes Zorrilla, exalcalde de Perote, exdiputado local y federal y quien en esos días ocupaba una curul en el Senado de la República.

Yunes Zorrilla, apoyado por un importante sector de su partido, no pudo sobreponerse a tres factores que al final resultaron decisivos en el rumbo de la contienda electoral: el aplastante paso de Morena y su candidato presidencial Andrés Manuel López Obrador; el descrédito de su partido, que incluía diversos escándalos de corrupción; y los malos resultados en las elecciones municipales de 2017, que significarían la pérdida de posiciones en la mayoría de los ayuntamientos veracruzanos.

Hoy, el PRI enfrenta problemas para reorganizarse de cara al proceso de 2021: primero, los malos resultados recientes representan una reducción en el financiamiento público; segundo, el tricolor es uno de los partidos más multados por la autoridad electoral; y tercero, el Congreso de Veracruz aprobó una disminución del 50% en las prerrogativas, lo que impactaría todavía más en las mermadas finanzas del comité estatal; a eso habría que sumar la división y las pugnas internas de siempre; la desbandada de cuadros y militantes que se han sumado a otras fuerzas políticas, así como el descrédito del partido y la falta de liderazgo real.

Con todo ese peso en contra, el PRI difícilmente podrá lograr buenos resultados en el proceso electoral de 2021, cuando en Veracruz se votará por alcaldes, diputados locales y federales. De esa contienda, por cierto, dependerá en gran medida el rumbo de la sucesión de 2024.