/ viernes 29 de enero de 2021

Profecía de un mundo roto

Este próximo 2 de febrero será la jornada mundial de los consagrados; monjes, monjas, religiosos. Aquellos que hacen un compromiso con su fe y deciden integrarse en una comunidad religiosa para vivir los valores del evangelio según unos carismas específicos.

A lo largo de la historia, han sido muchos los factores que han ido configurando la vida consagrada varonil y femenil, hasta tener las expresiones tan diversas que enriquecen la vida actual de la Iglesia.

El santo padre Francisco sostiene que “donde hay religiosos hay alegría”. Por esta razón, quienes han optado por vivir en la felicidad al interior de una comunidad religiosa, están llamados a experimentar y mostrar que sólo Dios es el único que puede colmar los corazones y hacerlos fecunda e inmensamente felices. Tanto la vida en comunidad, la observancia de los consejos evangélicos y la misión que a cada uno corresponde son formas en las que se alcanza la felicidad. Nadie ha querido hacer votos en un instituto religioso para pasar mal sus días. Esta opción está en orden de la felicidad y realización.

La cuestión de la vida espiritual, si bien tiene generalidades que es importante identificar, también es cierto que no se trata de una receta que haya de seguirse al pie de la letra para lograr vivir bajo la guía del Espíritu Santo. La espiritualidad se encarna en cada persona según sus características propias. A cada uno corresponde hacer su propia experiencia espiritual, tal como Jesús ha invitado a Andrés y el otro discípulo: “ven y lo verás”. Sin embargo, la vida religiosa ofrece un verdadero capital espiritual del que podemos hacer uso para nuestra propia maduración: la veneración de la Palabra de Dios por medio de su estudio y oración, la consagración de las horas del día, la intercesión en favor de los otros, la fecunda vida de los sacramentos, entre otros, son recursos que permiten hacer el propio camino espiritual.

Con su testimonio de entrega continua y de oblación permanente, que se realiza en lo ordinario de cada día y no solo en la solemnidad de un juramento, los religiosos son para el mundo testigos del amor de Dios por todos, y con su testimonio diario de oración contribuyen a la santificación del mundo. Con la discreción de su vida se santifican ellos mismos, alcanzando cada día la felicidad a la que Dios nos llama a todos, y como todos configuramos un mismo cuerpo, al tiempo que se santifican ellos, contribuyen al bienestar de todos.

Este próximo 2 de febrero será la jornada mundial de los consagrados; monjes, monjas, religiosos. Aquellos que hacen un compromiso con su fe y deciden integrarse en una comunidad religiosa para vivir los valores del evangelio según unos carismas específicos.

A lo largo de la historia, han sido muchos los factores que han ido configurando la vida consagrada varonil y femenil, hasta tener las expresiones tan diversas que enriquecen la vida actual de la Iglesia.

El santo padre Francisco sostiene que “donde hay religiosos hay alegría”. Por esta razón, quienes han optado por vivir en la felicidad al interior de una comunidad religiosa, están llamados a experimentar y mostrar que sólo Dios es el único que puede colmar los corazones y hacerlos fecunda e inmensamente felices. Tanto la vida en comunidad, la observancia de los consejos evangélicos y la misión que a cada uno corresponde son formas en las que se alcanza la felicidad. Nadie ha querido hacer votos en un instituto religioso para pasar mal sus días. Esta opción está en orden de la felicidad y realización.

La cuestión de la vida espiritual, si bien tiene generalidades que es importante identificar, también es cierto que no se trata de una receta que haya de seguirse al pie de la letra para lograr vivir bajo la guía del Espíritu Santo. La espiritualidad se encarna en cada persona según sus características propias. A cada uno corresponde hacer su propia experiencia espiritual, tal como Jesús ha invitado a Andrés y el otro discípulo: “ven y lo verás”. Sin embargo, la vida religiosa ofrece un verdadero capital espiritual del que podemos hacer uso para nuestra propia maduración: la veneración de la Palabra de Dios por medio de su estudio y oración, la consagración de las horas del día, la intercesión en favor de los otros, la fecunda vida de los sacramentos, entre otros, son recursos que permiten hacer el propio camino espiritual.

Con su testimonio de entrega continua y de oblación permanente, que se realiza en lo ordinario de cada día y no solo en la solemnidad de un juramento, los religiosos son para el mundo testigos del amor de Dios por todos, y con su testimonio diario de oración contribuyen a la santificación del mundo. Con la discreción de su vida se santifican ellos mismos, alcanzando cada día la felicidad a la que Dios nos llama a todos, y como todos configuramos un mismo cuerpo, al tiempo que se santifican ellos, contribuyen al bienestar de todos.