/ viernes 15 de mayo de 2020

Profetas de la esperanza

La docencia es una de las vocaciones más exquisitas, es una misión que va marcada, sin duda, con un estilo de vida. El nombre lo dice: docente, el que conduce, no el que impone. El que sugiere y acompaña. Aquel que conduce porque se deja conducir, lo guían sus propios estudiantes. Un maestro es un sujeto abierto a la interrelación con los demás, a la complementación, uno que se sabe necesitado de los otros; con quienes compartir aquello que sabe y por lo que está apostando su existencia: su conocimiento, su experiencia, sus anhelos. Sus deseos de una vida mejor.

El maestro es un enamorado de la vida, es quien sabe ver en el futuro una esperanza transformadora. ¡Es el profeta de la esperanza!

Realmente un maestro no es aquél que más sabe o cuya retórica impacta, aquél de un porte y presencia vigorosa, no es el que posee los rudimentos pedagógicos más sofisticados ni las notas más altas de la boleta, o al menos no debería ser sólo eso. No es quien concentra, a modo bancario, la ciencia que los demás deben absorber de éste. Eso nada tiene que ver con la esencia de lo que es ser verdaderamente maestro.

El maestro es el que tiene el valor de educar, pues está totalmente convencido de la grandeza del ser humano. No simplemente de instruir, adiestrar o programar a sus alumnos, es el que sabe que cada alumno es un fuego que es preciso encender. Es quien hace todo lo que le toca para que sus alumnos vivan en la luz. Y es que, cuando se enciende una llama en los alumnos, son ellos los que se encargan de avivar ese fuego, custodiándolo para que no se sofoque jamás. Razón por la cual no cualquiera puede ser maestro, pues la tarea tan encantadora de la docencia supera a muchos que, simplemente se quedan en repetidores.

El distintivo fundamental del docente es que tiene la capacidad de enamorar a sus alumnos de aquello que a él le apasiona, tratándolos como personas y buscando que éstos alcancen un desarrollo integral, evitando hacer de ellos repetidores y autómatas de conceptos, teorías o leyes.

El docente es el que educa sin disimular, que se interesa por sus alumnos, camina con ellos a su ritmo y respetando sus tiempos, enseñándoles especialmente a aprender y a pensar por ellos. Es el hombre humilde que renuncia a demostrar que está por encima de los neófitos que tiene como alumnos y se esfuerza -a tiempo y a destiempo- por ayudarlos a subir, los trata con respeto porque se sabe aprendiz con los que aprenden.

La docencia es una de las vocaciones más exquisitas, es una misión que va marcada, sin duda, con un estilo de vida. El nombre lo dice: docente, el que conduce, no el que impone. El que sugiere y acompaña. Aquel que conduce porque se deja conducir, lo guían sus propios estudiantes. Un maestro es un sujeto abierto a la interrelación con los demás, a la complementación, uno que se sabe necesitado de los otros; con quienes compartir aquello que sabe y por lo que está apostando su existencia: su conocimiento, su experiencia, sus anhelos. Sus deseos de una vida mejor.

El maestro es un enamorado de la vida, es quien sabe ver en el futuro una esperanza transformadora. ¡Es el profeta de la esperanza!

Realmente un maestro no es aquél que más sabe o cuya retórica impacta, aquél de un porte y presencia vigorosa, no es el que posee los rudimentos pedagógicos más sofisticados ni las notas más altas de la boleta, o al menos no debería ser sólo eso. No es quien concentra, a modo bancario, la ciencia que los demás deben absorber de éste. Eso nada tiene que ver con la esencia de lo que es ser verdaderamente maestro.

El maestro es el que tiene el valor de educar, pues está totalmente convencido de la grandeza del ser humano. No simplemente de instruir, adiestrar o programar a sus alumnos, es el que sabe que cada alumno es un fuego que es preciso encender. Es quien hace todo lo que le toca para que sus alumnos vivan en la luz. Y es que, cuando se enciende una llama en los alumnos, son ellos los que se encargan de avivar ese fuego, custodiándolo para que no se sofoque jamás. Razón por la cual no cualquiera puede ser maestro, pues la tarea tan encantadora de la docencia supera a muchos que, simplemente se quedan en repetidores.

El distintivo fundamental del docente es que tiene la capacidad de enamorar a sus alumnos de aquello que a él le apasiona, tratándolos como personas y buscando que éstos alcancen un desarrollo integral, evitando hacer de ellos repetidores y autómatas de conceptos, teorías o leyes.

El docente es el que educa sin disimular, que se interesa por sus alumnos, camina con ellos a su ritmo y respetando sus tiempos, enseñándoles especialmente a aprender y a pensar por ellos. Es el hombre humilde que renuncia a demostrar que está por encima de los neófitos que tiene como alumnos y se esfuerza -a tiempo y a destiempo- por ayudarlos a subir, los trata con respeto porque se sabe aprendiz con los que aprenden.