/ lunes 8 de enero de 2024

¿Qué le pasó a las sufragistas?

Bien sabemos que 2024 comenzó mucho antes de que sonaran las doce campanadas el pasado 31 de diciembre. De hecho, el disfraz de nombres varios con el que bautizaron al proceso electoral adelantado nos hace sentir que ya estamos en junio. Y no es el efecto de las cabañuelas.

Tanto el partido que ocupa el palacio del zócalo en la CDMX como la oposición, sin más imaginación que la inercia, sumergieron a la opinión pública nacional en la vitrina de sus mejores y peores candidatos y candidatas a la presidencia de la República.

Al final, ambos bandos impusieron a quienes, a su parecer, pueden ser más efectivas para perpetuar sus proyectos políticos o empresariales. Algo así pasó en Veracruz, solo que el dinosaurio que ocupó la silla del gobierno estatal por más de ocho décadas sigue políticamente empantanado en su machismo y clasismo de la era Mesozoica.

El revuelo que han causado los haceres y decires de ambas candidatas presidenciales, potenciado por estrategias mediáticas con dados cargados, inevitablemente retumba en el imaginario del movimiento feminista nacional, creando opiniones por demás diversas que, desde luego, definirán el voto, la anulación o abstención.

En su gran diversidad, los feministas del país prácticamente no nos vemos identificadas en alguna de las dos candidatas o en sus propuestas, cuando las hay, por muy chingonas que sean.

Hay feministas que tienen muy bien puesta la camiseta de su partido, pese a los reveses que han implicado las tibiezas de la derecha y la izquierda cuando se trata de implementar política pública efectiva a favor de los derechos humanos de las mujeres. Parafraseando a Emilio Azcárraga Milmo, ahí están: como soldadas de sus partidos.

El espejismo “mujeres al poder” de esta tercera década del siglo XXI me remite irremediablemente al sueño más preciado de las feministas europeas y estadounidenses, al que después se sumaron mujeres de otras latitudes: el derecho a votar y ser votadas, de ocupar puestos de poder formal y elección popular. ¿Qué sucedió para que ese sueño se convirtiera en pesadilla?

En principio, me parece que fue un error de cálculo de aquellas que desde su privilegio pensaron que en el sistema de partidos, la llamada democracia y los poderes que en ella confluyen, podría haber cabida para las mujeres.

Los siglos diecinueve y veinte atestiguaron cómo las principales representantes del feminismo lucharon por la vía institucional y desde el activismo más aguerrido para conseguir que las mujeres de su época y de las siguientes generaciones pudieran votar, contender por puestos de elección y ejercer poder formal a favor de las mujeres. Quienes piensan que el feminismo de ahora “ya no es como el de antes”, no conocieron a las sufragistas, les hace falta leer algunos libros y ver varias películas.

Las feministas sufragistas dejaron en prenda su salud y sus vidas. Sus acciones eran muy fuertes. Me atrevería a decir que lo que hemos visto en las marchas de los últimos años solo son tibios retratos de tiempos pasados.

En fin. La sufragistas no vieron algo que hoy en día es una práctica común: muchas funcionarias públicas son impuestas por liderazgos machistas y misóginos, rara vez ejercen sus funciones desde una perspectiva de género apegada a derechos humanos. ¿Y quién no recuerda a las “Juanitas”? Candidatas a puestos de elección que ganaron en las urnas para después renunciar a favor de hombres mejor posicionados en sus partidos.

En 2024 observo con preocupación que existe un engranaje político bien aceitado, capaz de responder a las exigencias de la población convirtiendo los cambios de fondo en transformaciones de forma. Ese engranaje lo conocemos muy bien. Es el sistema patriarcal. Muestra de ello son las dos candidatas presidenciales y los intereses que cada una representa, los cuales lejos están de nosotras, ciudadanas comunes y corrientes.

Aunque siento que ya estoy ahí, no quiero que llegue junio. Será desgastante pensar cuál de esas dos opciones hará menos daño a las mujeres mientras meto mi voto en la urna y alucino que estoy votando por una mujer.

*Coordinadora del Observatorio Universitario de Violencias contra las Mujeres. Universidad Veracruzana

Bien sabemos que 2024 comenzó mucho antes de que sonaran las doce campanadas el pasado 31 de diciembre. De hecho, el disfraz de nombres varios con el que bautizaron al proceso electoral adelantado nos hace sentir que ya estamos en junio. Y no es el efecto de las cabañuelas.

Tanto el partido que ocupa el palacio del zócalo en la CDMX como la oposición, sin más imaginación que la inercia, sumergieron a la opinión pública nacional en la vitrina de sus mejores y peores candidatos y candidatas a la presidencia de la República.

Al final, ambos bandos impusieron a quienes, a su parecer, pueden ser más efectivas para perpetuar sus proyectos políticos o empresariales. Algo así pasó en Veracruz, solo que el dinosaurio que ocupó la silla del gobierno estatal por más de ocho décadas sigue políticamente empantanado en su machismo y clasismo de la era Mesozoica.

El revuelo que han causado los haceres y decires de ambas candidatas presidenciales, potenciado por estrategias mediáticas con dados cargados, inevitablemente retumba en el imaginario del movimiento feminista nacional, creando opiniones por demás diversas que, desde luego, definirán el voto, la anulación o abstención.

En su gran diversidad, los feministas del país prácticamente no nos vemos identificadas en alguna de las dos candidatas o en sus propuestas, cuando las hay, por muy chingonas que sean.

Hay feministas que tienen muy bien puesta la camiseta de su partido, pese a los reveses que han implicado las tibiezas de la derecha y la izquierda cuando se trata de implementar política pública efectiva a favor de los derechos humanos de las mujeres. Parafraseando a Emilio Azcárraga Milmo, ahí están: como soldadas de sus partidos.

El espejismo “mujeres al poder” de esta tercera década del siglo XXI me remite irremediablemente al sueño más preciado de las feministas europeas y estadounidenses, al que después se sumaron mujeres de otras latitudes: el derecho a votar y ser votadas, de ocupar puestos de poder formal y elección popular. ¿Qué sucedió para que ese sueño se convirtiera en pesadilla?

En principio, me parece que fue un error de cálculo de aquellas que desde su privilegio pensaron que en el sistema de partidos, la llamada democracia y los poderes que en ella confluyen, podría haber cabida para las mujeres.

Los siglos diecinueve y veinte atestiguaron cómo las principales representantes del feminismo lucharon por la vía institucional y desde el activismo más aguerrido para conseguir que las mujeres de su época y de las siguientes generaciones pudieran votar, contender por puestos de elección y ejercer poder formal a favor de las mujeres. Quienes piensan que el feminismo de ahora “ya no es como el de antes”, no conocieron a las sufragistas, les hace falta leer algunos libros y ver varias películas.

Las feministas sufragistas dejaron en prenda su salud y sus vidas. Sus acciones eran muy fuertes. Me atrevería a decir que lo que hemos visto en las marchas de los últimos años solo son tibios retratos de tiempos pasados.

En fin. La sufragistas no vieron algo que hoy en día es una práctica común: muchas funcionarias públicas son impuestas por liderazgos machistas y misóginos, rara vez ejercen sus funciones desde una perspectiva de género apegada a derechos humanos. ¿Y quién no recuerda a las “Juanitas”? Candidatas a puestos de elección que ganaron en las urnas para después renunciar a favor de hombres mejor posicionados en sus partidos.

En 2024 observo con preocupación que existe un engranaje político bien aceitado, capaz de responder a las exigencias de la población convirtiendo los cambios de fondo en transformaciones de forma. Ese engranaje lo conocemos muy bien. Es el sistema patriarcal. Muestra de ello son las dos candidatas presidenciales y los intereses que cada una representa, los cuales lejos están de nosotras, ciudadanas comunes y corrientes.

Aunque siento que ya estoy ahí, no quiero que llegue junio. Será desgastante pensar cuál de esas dos opciones hará menos daño a las mujeres mientras meto mi voto en la urna y alucino que estoy votando por una mujer.

*Coordinadora del Observatorio Universitario de Violencias contra las Mujeres. Universidad Veracruzana