/ viernes 12 de abril de 2019

Qué se celebra esta semana

Se habla de Semana Santa porque en ella se hace referencia a los más grandes misterios de la humanidad: al misterio central de la fe cristiana. Al acontecimiento excepcional, que nunca más sucederá en la misma dimensión como sucedió hace tantos siglos. Es un tiempo privilegiado que invita a estar atentos frente a tanta distracción propia de estos días, porque, paradójicamente, ¡es un tiempo en el que muchas cosas distraen! La liturgia y el conjunto de textos sagrados que se leen en estos días brindan la comprensión del siguiente itinerario: permite comprender la entrada de Jesús en Jerusalén. Los comienzos de la Pasión con el embalsamamiento de su cuerpo en vida, y en el contexto de un banquete. El anuncio de las traiciones por parte de los discípulos. La negociación de Judas para su delito. El testamento de Jesús en el mandamiento del amor. Su pasión, que contrario al imaginario que se brinda de este hecho, es sugerida como la entronización de un Rey, jamás como la muerte sangrienta de un fracasado; los signos son contundentes a este respecto. Y, la resurrección del Señor y el anuncio de esta Buena Nueva. El misterio central es la pasión, muerte y resurrección de Jesús: el hombre, Hijo de Dios, Dios mismo.

Algo está claro, no es que Jesús año con año padezca el mismo suplicio. O que tenga que sufrir su pasión en repetidas ocasiones. Tampoco es la representación vacía de un espectáculo ruidoso. Entonces, lo que sí sucede es que año con año, los cristianos conmemoramos y actualizamos los efectos de su acción salvífica: nos apropiamos su obra de salvación. Hacemos nuestro el fruto de la Redención. Lo encarnamos y nos disponemos por andar la ruta trazada por el Mesías.

Actualizar el Misterio Pascual del Señor es decidirse correr su misma suerte. Es reconocer que sólo aquel que ha vivido tiene derecho a morir. ¡No hay de otra! Y, por esto, nos pone de cara a la propia vida, cuestionándonos si ha valido la pena vivir en la forma en la que lo hemos estado haciendo. Pero, junto con lo anterior, a las formas en las que continuamente hemos de ir muriendo, y muriendo en serio: sólo da fruto el grano que muere en la tierra. Para que, así, podamos ponernos en marcha con una vida nueva, renovada; en constante resurrección.

En realidad, el trasfondo verdadero de la Semana Santa es una apuesta por el hombre, un giro antropológico. Un verdadero humanismo y un efectivo personalismo, nada teórico, perfectamente práctico.

Se habla de Semana Santa porque en ella se hace referencia a los más grandes misterios de la humanidad: al misterio central de la fe cristiana. Al acontecimiento excepcional, que nunca más sucederá en la misma dimensión como sucedió hace tantos siglos. Es un tiempo privilegiado que invita a estar atentos frente a tanta distracción propia de estos días, porque, paradójicamente, ¡es un tiempo en el que muchas cosas distraen! La liturgia y el conjunto de textos sagrados que se leen en estos días brindan la comprensión del siguiente itinerario: permite comprender la entrada de Jesús en Jerusalén. Los comienzos de la Pasión con el embalsamamiento de su cuerpo en vida, y en el contexto de un banquete. El anuncio de las traiciones por parte de los discípulos. La negociación de Judas para su delito. El testamento de Jesús en el mandamiento del amor. Su pasión, que contrario al imaginario que se brinda de este hecho, es sugerida como la entronización de un Rey, jamás como la muerte sangrienta de un fracasado; los signos son contundentes a este respecto. Y, la resurrección del Señor y el anuncio de esta Buena Nueva. El misterio central es la pasión, muerte y resurrección de Jesús: el hombre, Hijo de Dios, Dios mismo.

Algo está claro, no es que Jesús año con año padezca el mismo suplicio. O que tenga que sufrir su pasión en repetidas ocasiones. Tampoco es la representación vacía de un espectáculo ruidoso. Entonces, lo que sí sucede es que año con año, los cristianos conmemoramos y actualizamos los efectos de su acción salvífica: nos apropiamos su obra de salvación. Hacemos nuestro el fruto de la Redención. Lo encarnamos y nos disponemos por andar la ruta trazada por el Mesías.

Actualizar el Misterio Pascual del Señor es decidirse correr su misma suerte. Es reconocer que sólo aquel que ha vivido tiene derecho a morir. ¡No hay de otra! Y, por esto, nos pone de cara a la propia vida, cuestionándonos si ha valido la pena vivir en la forma en la que lo hemos estado haciendo. Pero, junto con lo anterior, a las formas en las que continuamente hemos de ir muriendo, y muriendo en serio: sólo da fruto el grano que muere en la tierra. Para que, así, podamos ponernos en marcha con una vida nueva, renovada; en constante resurrección.

En realidad, el trasfondo verdadero de la Semana Santa es una apuesta por el hombre, un giro antropológico. Un verdadero humanismo y un efectivo personalismo, nada teórico, perfectamente práctico.