/ lunes 8 de octubre de 2018

Querido barrio de la infancia y sus personajes

Mi querido “Barrio Belisario Domínguez” de 1950, tres cuadras empedradas con banquetas de loseta de piedra con focos bajo una pantalla de lámina en la punta de un poste de madera pintado con chapopote y en la base de banquetas corría el agua de desecho, no había drenaje, pero cuán bello lo veo en mis recuerdos.

Esquina con J.J. Herrera estaba “Abarrotes el Volcán”, donde “fiaban” por quincena a mi madre. Enfrente la carnicería “La Única” de don David, enorme y bonachón tablajero con mandil manchado de sangre le fiaba a todo el vecindario. A media cuadra en una “tenería” vivía un vendedor de “tacos de canasta”, apellidado Tecla y conocido como el Teclas, ofrecía sus tacos cantando albures. Junto a mi casa, dos casitas modestas donde vivían Luchita y Caro y en la otra Maruquita, modistas del barrio.

En la esquina con Morelos, junto a casa de Manuel “el fotógrafo”, vivía doña Ada, morena, de unos cuarenta años, belleza y sensualidad innatas; cabello recogido en enorme “cola de caballo”, gruesos labios, pintados de rojo carmesí, talle ceñido con un listón rojo, que hacía resaltar la prominencia de sus senos y la “batea” de su vientre, siempre sonriente y perfumada, nos gustaba a los chamacos, en nuestro hogar ni mencionarla porque en su casa tenía una cantina que todos conocían, pero nadie lo decía, y en las tardes no faltaba alguno de nuestros papás en alegres tertulias alcoholeras gentilmente atendidos por la “Señora Ada”. Ella nos separaba cuando en el patio del Sindicato de “La fama”, de hilados y tejidos, nos “trenzábamos a moquetes”, los de Belisario con los de El Dique.

Calles apacibles, profanado el silencio por el viejo camión rojo de Petróleos Mexicanos con el emblemático charrito zambo en sus puertas, manejado por “don Parra”, hacía ruido fenomenal al zangolotearse los “tambos” apilados en su plataforma, o por el golpeteo de los cascos del jamelgo de Tino el lechero, marchante de todo el vecindario o por el organillero a quien doña Margarita, de más de 85 años, le hacía tocar las mismas melodías todos los días, pagándole con fruta más que madura.

El señor güero con cabello blanco como “borreguilla” y tupidos bigotes veteados de amarillo por el humo de los “tigres” fumados con deleite, pasaba por la calle en las tardes. A este gordo simpático le decíamos “General Popo” por caricatura símbolo de llantas famosas en aquel tiempo, vendía conitos de galleta, por cinco centavos daba oportunidad de girar la ruleta del tanquecito para obtener entre uno y cinco conos. Tino el gelatinero, a quien ganábamos gelatinas de pura maizena en volados con nuestra “peseta” de águila en ambas caras, hacía berrinche, pero todas las tardes perdía.

Los vecinos organizaban fiestas: cumpleaños, día de reyes, de las madres, fiestas patrias, todos santos, la rama, las posadas, navidad, año nuevo, éramos una gran familia con fiestas en cada hoja del calendario. En los duelos todos juntos consolaban a los deudos, inclusive doña Ada, la solidaridad era luminosa. Faltan 15 vecinos más, todos igual de bondadosos y pintorescos, algún día los traeré por aquí.

Hoy Xalapa no es la misma, el sabor de provincia y bondad se ha perdido. Ya no existe el barrio, no sabemos quiénes son nuestros vecinos, somos ilustres extraños en nuestra ciudad. Hemos permitido que se pierda el barrio, el cariño y fraternidad de los vecinos de la cuadra. ¡Cuánto lo extraño! Los niños y jóvenes de hoy no tienen noción de lo que era el barrio, lamentable pérdida.

hsilva_mendoza@hotmail.com


Mi querido “Barrio Belisario Domínguez” de 1950, tres cuadras empedradas con banquetas de loseta de piedra con focos bajo una pantalla de lámina en la punta de un poste de madera pintado con chapopote y en la base de banquetas corría el agua de desecho, no había drenaje, pero cuán bello lo veo en mis recuerdos.

Esquina con J.J. Herrera estaba “Abarrotes el Volcán”, donde “fiaban” por quincena a mi madre. Enfrente la carnicería “La Única” de don David, enorme y bonachón tablajero con mandil manchado de sangre le fiaba a todo el vecindario. A media cuadra en una “tenería” vivía un vendedor de “tacos de canasta”, apellidado Tecla y conocido como el Teclas, ofrecía sus tacos cantando albures. Junto a mi casa, dos casitas modestas donde vivían Luchita y Caro y en la otra Maruquita, modistas del barrio.

En la esquina con Morelos, junto a casa de Manuel “el fotógrafo”, vivía doña Ada, morena, de unos cuarenta años, belleza y sensualidad innatas; cabello recogido en enorme “cola de caballo”, gruesos labios, pintados de rojo carmesí, talle ceñido con un listón rojo, que hacía resaltar la prominencia de sus senos y la “batea” de su vientre, siempre sonriente y perfumada, nos gustaba a los chamacos, en nuestro hogar ni mencionarla porque en su casa tenía una cantina que todos conocían, pero nadie lo decía, y en las tardes no faltaba alguno de nuestros papás en alegres tertulias alcoholeras gentilmente atendidos por la “Señora Ada”. Ella nos separaba cuando en el patio del Sindicato de “La fama”, de hilados y tejidos, nos “trenzábamos a moquetes”, los de Belisario con los de El Dique.

Calles apacibles, profanado el silencio por el viejo camión rojo de Petróleos Mexicanos con el emblemático charrito zambo en sus puertas, manejado por “don Parra”, hacía ruido fenomenal al zangolotearse los “tambos” apilados en su plataforma, o por el golpeteo de los cascos del jamelgo de Tino el lechero, marchante de todo el vecindario o por el organillero a quien doña Margarita, de más de 85 años, le hacía tocar las mismas melodías todos los días, pagándole con fruta más que madura.

El señor güero con cabello blanco como “borreguilla” y tupidos bigotes veteados de amarillo por el humo de los “tigres” fumados con deleite, pasaba por la calle en las tardes. A este gordo simpático le decíamos “General Popo” por caricatura símbolo de llantas famosas en aquel tiempo, vendía conitos de galleta, por cinco centavos daba oportunidad de girar la ruleta del tanquecito para obtener entre uno y cinco conos. Tino el gelatinero, a quien ganábamos gelatinas de pura maizena en volados con nuestra “peseta” de águila en ambas caras, hacía berrinche, pero todas las tardes perdía.

Los vecinos organizaban fiestas: cumpleaños, día de reyes, de las madres, fiestas patrias, todos santos, la rama, las posadas, navidad, año nuevo, éramos una gran familia con fiestas en cada hoja del calendario. En los duelos todos juntos consolaban a los deudos, inclusive doña Ada, la solidaridad era luminosa. Faltan 15 vecinos más, todos igual de bondadosos y pintorescos, algún día los traeré por aquí.

Hoy Xalapa no es la misma, el sabor de provincia y bondad se ha perdido. Ya no existe el barrio, no sabemos quiénes son nuestros vecinos, somos ilustres extraños en nuestra ciudad. Hemos permitido que se pierda el barrio, el cariño y fraternidad de los vecinos de la cuadra. ¡Cuánto lo extraño! Los niños y jóvenes de hoy no tienen noción de lo que era el barrio, lamentable pérdida.

hsilva_mendoza@hotmail.com