Era de tarde cuando escuchamos el sonido de las sirenas, que por fortuna no es tan usual por la zona, como para pasarlo inadvertido. La furia en las redes dijo primero que había sido un tiroteo, luego que era un pacto suicida y no demasiado tiempo después se dio a conocer la versión oficial: feminicidio y suicidio, un hecho doblemente lamentable.
La magnitud de la tragedia obliga a hacer algunas reflexiones. Es indispensable entender algo sobre el comportamiento de la violencia: ésta siempre escala. Un feminicidio no ocurre sin avisos previos. Lo que pasa es que no observamos las señales. Minimizamos los hechos creyendo que son casuales o que no fue para tanto, pero están ahí, mandando una señal, midiendo el terreno.
La manera en que hemos normalizado la violencia no ayuda. Nos hemos acostumbrado a ella. La justificamos. Creemos que son detalles sin importancia, que está jugando, que se lleva pesado, que estaba de malas. Pero no es así. Revelan un proceder.
Además de eso, está la inobjetable responsabilidad social de exaltar el amor romántico, que desde los cuentos infantiles hasta las series, las novelas, las canciones y tantos y tantos contenidos más nos dicen que “el amor duele”, que solo valemos en la medida en la que tenemos pareja, que has fracasado como mujer si estás soltera, que el costo a pagar por el amor es tolerar sus desplantes, total que te cela mucho porque te quiere.
Pero la verdad es que nosotras sentimos cuando algo no está bien en nuestra relación. Nuestro sexto sentido nos lo dice y no lo escuchamos. La presión social y hasta familiar es muy fuerte y es mejor visto ser omisas antes esas minucias, que expresar con claridad cuando algo no nos gusta o nos hace sentir incómodas.
Nos educaron para el agrado y si decimos las verdades que sentimos, nos volvemos incómodas y ese silencio nos cuesta la vida.
De ninguna manera pretendo trasladarnos la carga de la responsabilidad por la violencia que en nosotras se descarga. Al contrario. Hay una responsabilidad social y familiar que hay que imputar. Ya va siendo hora de desenmascarar complicidades, que también son asesinas.
Pero además de esa lección, el crimen de Monte Magno puso en evidencia otra realidad: lo alejadas que siguen estando las autoridades de dar el tratamiento adecuado a los casos de violencia en donde las mujeres son víctimas.
Es vergonzante que en el comunicado oficial de la Fiscalía veracruzana se refieran a éste como “un crimen pasional”. No, fue un feminicidio y así hay que nombrarlo.
Al adjetivarlo, incluso están enviando el mensaje de que todo lo que se haga por amor o por pasión está permitido. Basta de romantizar los crímenes.
Es inexplicable que las dependencias siguen reproduciendo las violencias cuando hay protocolos, cursos de formación al funcionariado y normas y leyes que son muy específicas en la no revictimización en los casos de violencia y en el tratamiento informativo que debe realizarse en estos casos.
Cuando se finquen las responsabilidades claras, entonces contribuirán a desmitificar culpables.