/ domingo 6 de septiembre de 2020

Revolución de las conciencias

No todo cambio es progreso, tal vez eso es lo que nos mantiene reticentes a la vanguardia. Eso del cambio nos complica porque cambiar no es fácil, renovarse cuesta, pero una vez que se emprende el camino, se comienza a degustar de los frutos de atreverse a ser diferente y hacer las cosas de otra manera.

La satisfactoria novedad que trae consigo echar la red del otro lado de la barca, cuando durante mucho tiempo no se ha pescado nada. Cuando se ha sido presa de las categorías y de las formas añejas. La costumbre es un vicio silencioso que hiere letalmente.

La cuestión del cambio de conciencias es una urgente necesidad en nuestro país. Ahora más que nunca necesitamos una verdadera revolución cognitiva. Cambiar o morir.

La realidad nos empuja al cambio, la devastadora situación que vivimos exige que todos apostemos por una verdadera transformación, una conversión radical que hable por sí misma y que no necesite defensores que la proclamen. Que la evidencia sea su único argumento.

En México, el verdadero cambio está en manos de los ciudadanos, a cada uno corresponde decidirse por una verdadera transformación que incluya el amor y respeto por todos. Hemos visto que urgir el mal al otro de poco ha servido. Este es el tiempo de la promoción y del cuidado de todos, especialmente de los más vulnerables. Y es que, para lograr el país que todos anhelamos es indispensable promover al otro, respetarlo y ayudarlo a que ofrezca la mejor versión de sí mismo; verlo con una mirada limpia es una verdadera transformación cuando hemos crecido en caldos de cultivo tóxicos, en los que la venganza y el reproche carcomen la mirada y nos hacen ver desde ojos poco fraternos.

El cuidado de la tierra y de todo lo que en el mundo tenemos es un verdadero asunto de salud pública. La adolescencia ciudadana es la que promueve que el otro haga incluso lo que me toca realizar a mí. Echar culpas es adolescente. La madurez ciudadana es la que lleva al compromiso de cuidar lo que ha sido puesto en mis manos, la porción de tierra en la que estoy con todo lo que esta me ofrece para mi desarrollo.

Tal parece que la madurez ciudadana es la que ayudará a salir de la adolescencia a los líderes que, lejos de apostar por una patria humana y generosa, se burlan de los demás con sus tramposos datos y sus arengas ilusorias. Este es el tiempo de los mexicanos, es el tiempo del liderazgo compartido y comprometido, de la verdadera revolución de las conciencias.



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No todo cambio es progreso, tal vez eso es lo que nos mantiene reticentes a la vanguardia. Eso del cambio nos complica porque cambiar no es fácil, renovarse cuesta, pero una vez que se emprende el camino, se comienza a degustar de los frutos de atreverse a ser diferente y hacer las cosas de otra manera.

La satisfactoria novedad que trae consigo echar la red del otro lado de la barca, cuando durante mucho tiempo no se ha pescado nada. Cuando se ha sido presa de las categorías y de las formas añejas. La costumbre es un vicio silencioso que hiere letalmente.

La cuestión del cambio de conciencias es una urgente necesidad en nuestro país. Ahora más que nunca necesitamos una verdadera revolución cognitiva. Cambiar o morir.

La realidad nos empuja al cambio, la devastadora situación que vivimos exige que todos apostemos por una verdadera transformación, una conversión radical que hable por sí misma y que no necesite defensores que la proclamen. Que la evidencia sea su único argumento.

En México, el verdadero cambio está en manos de los ciudadanos, a cada uno corresponde decidirse por una verdadera transformación que incluya el amor y respeto por todos. Hemos visto que urgir el mal al otro de poco ha servido. Este es el tiempo de la promoción y del cuidado de todos, especialmente de los más vulnerables. Y es que, para lograr el país que todos anhelamos es indispensable promover al otro, respetarlo y ayudarlo a que ofrezca la mejor versión de sí mismo; verlo con una mirada limpia es una verdadera transformación cuando hemos crecido en caldos de cultivo tóxicos, en los que la venganza y el reproche carcomen la mirada y nos hacen ver desde ojos poco fraternos.

El cuidado de la tierra y de todo lo que en el mundo tenemos es un verdadero asunto de salud pública. La adolescencia ciudadana es la que promueve que el otro haga incluso lo que me toca realizar a mí. Echar culpas es adolescente. La madurez ciudadana es la que lleva al compromiso de cuidar lo que ha sido puesto en mis manos, la porción de tierra en la que estoy con todo lo que esta me ofrece para mi desarrollo.

Tal parece que la madurez ciudadana es la que ayudará a salir de la adolescencia a los líderes que, lejos de apostar por una patria humana y generosa, se burlan de los demás con sus tramposos datos y sus arengas ilusorias. Este es el tiempo de los mexicanos, es el tiempo del liderazgo compartido y comprometido, de la verdadera revolución de las conciencias.



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