/ sábado 7 de diciembre de 2019

Ser guadalupano ¿es algo esencial?

La historia de las apariciones de la Virgen de Guadalupe es una verdadera catequesis, en esta imagen que pareciera ser inocente -y, hasta cierto punto, piadosa- se conserva un gran mensaje en clave que llena de encanto desde hace 488 años. No hay un solo mexicano que se mantenga al margen de la irrupción festiva que inunda estas fechas. Pareciera cumplirse el adagio del cántico que exhala: “porque para el mexicano, ser guadalupano es algo esencial”.

Este hecho es un milagro en el sentido que es una intervención poderosa de Dios en favor de los mexicanos. La imagen plasmada en la tilma del indio Juan Diego dibuja el rostro de la primera mestiza. Es un milagro porque el 12 de diciembre de 1531 tuvo lugar el solsticio de invierno, hecho que para las culturas prehispánicas significaba el nacimiento del nuevo sol. Todas las realidades naturales que envuelven esta aparición son las expresiones propias de todas las teofanías.

Todo milagro es fríamente un acontecimiento, un evento que ha tenido lugar en el espacio y tiempo concretos. Sin embargo, este no es un accidente cualquiera, es un hecho que humaniza: Dios ha elegido a una mujer que se aparece como madre empática y que socorre. Esta es una verdadera conquista espiritual, por la vía del amor y la cordialidad.

Los mexicanos son muy sensibles a la figura de la madre. Hablar de mamá en México es hablar de algo equivalente a lo sagrado. Se enternecen las fibras más hondas de todos los que son hijos cuando a su madre se refiere. Tal vez ahí se esconda la razón de la fuerza que cobra esta celebración nacional.

Más allá de las razones que en el aspecto religioso dicen muchísimo, podemos hacer otra lectura del asunto y descubrir que este es un verdadero signo profético que nos habla de la unión nacional que puede tejerse en la celebración de una razón común. Sociológicamente esta celebración habla de comunión; al contemplar las formas tan distintas de expresión que se funden en un mismo fin, es posible discernir que siendo tantas las razones que nos separan, podemos unirnos para expresarnos en la interculturalidad.

Hoy, como en otro tiempo, este signo profético -como hemos gustado llamar todo el despliegue fervoroso del 12 de diciembre- nos habla de la importancia de custodiar la vida y de crecer en el respeto y promoción del desarrollo de la mujer. Nos lastima como personas y nos hiere en lo profundo, como sociedad, el crecimiento vergonzoso de asesinatos a mujeres.

La historia de las apariciones de la Virgen de Guadalupe es una verdadera catequesis, en esta imagen que pareciera ser inocente -y, hasta cierto punto, piadosa- se conserva un gran mensaje en clave que llena de encanto desde hace 488 años. No hay un solo mexicano que se mantenga al margen de la irrupción festiva que inunda estas fechas. Pareciera cumplirse el adagio del cántico que exhala: “porque para el mexicano, ser guadalupano es algo esencial”.

Este hecho es un milagro en el sentido que es una intervención poderosa de Dios en favor de los mexicanos. La imagen plasmada en la tilma del indio Juan Diego dibuja el rostro de la primera mestiza. Es un milagro porque el 12 de diciembre de 1531 tuvo lugar el solsticio de invierno, hecho que para las culturas prehispánicas significaba el nacimiento del nuevo sol. Todas las realidades naturales que envuelven esta aparición son las expresiones propias de todas las teofanías.

Todo milagro es fríamente un acontecimiento, un evento que ha tenido lugar en el espacio y tiempo concretos. Sin embargo, este no es un accidente cualquiera, es un hecho que humaniza: Dios ha elegido a una mujer que se aparece como madre empática y que socorre. Esta es una verdadera conquista espiritual, por la vía del amor y la cordialidad.

Los mexicanos son muy sensibles a la figura de la madre. Hablar de mamá en México es hablar de algo equivalente a lo sagrado. Se enternecen las fibras más hondas de todos los que son hijos cuando a su madre se refiere. Tal vez ahí se esconda la razón de la fuerza que cobra esta celebración nacional.

Más allá de las razones que en el aspecto religioso dicen muchísimo, podemos hacer otra lectura del asunto y descubrir que este es un verdadero signo profético que nos habla de la unión nacional que puede tejerse en la celebración de una razón común. Sociológicamente esta celebración habla de comunión; al contemplar las formas tan distintas de expresión que se funden en un mismo fin, es posible discernir que siendo tantas las razones que nos separan, podemos unirnos para expresarnos en la interculturalidad.

Hoy, como en otro tiempo, este signo profético -como hemos gustado llamar todo el despliegue fervoroso del 12 de diciembre- nos habla de la importancia de custodiar la vida y de crecer en el respeto y promoción del desarrollo de la mujer. Nos lastima como personas y nos hiere en lo profundo, como sociedad, el crecimiento vergonzoso de asesinatos a mujeres.