/ jueves 8 de noviembre de 2018

¿Seres humanos o fantasmas?

La adicción al alcohol o el tabaco puede llevar a la muerte de muy diversas maneras. Empero tanto uno como otro o ambos pueden ser superados. Muchos lo han hecho. Lo que se requiere más que nada es una gran fuerza de voluntad. Pero caer en las garras de las llamadas drogas duras (opio, morfina, heroína, cocaína) o las sintéticas ya es otra cosa. Les comento una experiencia. Hace poco tiempo tuve oportunidad de visitar por vez primera la ciudad de Los Ángeles, Estados Unidos. Fui al corazón de la ciudad. Hay una gran biblioteca pública, museos y el Wilshire Grand Center que, con 73 pisos, es el tercer edificio más alto del mundo, después de otro en Dubai y el Empire State en Nueva York. A unos pasos está el llamado Centro Joyero Internacional en cuyos aparadores todo despide luces multicolores como las estrellas del firmamento en noches diáfanas. Bien, pues algunos tramos de estas calles tienen un horrendo olor a mingitorio público con muchos meses sin aseo. También contemplé deambulando por ahí algunas figuras fantasmales, en harapos, pestilentes, que producen repulsión tanto por su evidente suciedad como por la cauda de hedor insoportable que dejan a su paso. Tuve oportunidad de hablar de esto con un patrullero que se encontraba con su vehículo cerca de la biblioteca. Me dijo que se trataba de drogadictos irredentos; una especie de basura humana. Que la ciudad les tenía destinadas unas viviendas en una zona determinada; pero que a muchos no les gustaba permanecer ahí y salían a andar por la ciudad como los que yo vi. Me lo platicó como quien habla del clima, como algo natural en el paisaje urbano. A otros los encontré tumbados bajo céntricos puentes. Hasta hay una película —agregó el policía— donde se aborda este problema. Es un problema sin solución, concluyó.

Alguna vez en San Francisco me llamó la atención que cerca del muelle, un hombre de mediana edad estaba sentado sobre la banqueta con un bote de lata a un lado. Y, entre las piernas, tenía un cartón donde decía que él no engañaba a nadie, que solicitaba ayuda para comprar licor. Pero ahora en Los Ángeles vi a otro sujeto en condiciones semejantes, lo diferente era el mensaje: ¡Éste pedía dinero para drogarse! Por eso debemos como sociedad vernos en este espejo. No podemos cerrar los ojos ante lo que está pasando muy cerca de nosotros. Y no es un asunto sólo del gobierno, sino especialmente de los padres de familia.


evaz2010hotmail.com


La adicción al alcohol o el tabaco puede llevar a la muerte de muy diversas maneras. Empero tanto uno como otro o ambos pueden ser superados. Muchos lo han hecho. Lo que se requiere más que nada es una gran fuerza de voluntad. Pero caer en las garras de las llamadas drogas duras (opio, morfina, heroína, cocaína) o las sintéticas ya es otra cosa. Les comento una experiencia. Hace poco tiempo tuve oportunidad de visitar por vez primera la ciudad de Los Ángeles, Estados Unidos. Fui al corazón de la ciudad. Hay una gran biblioteca pública, museos y el Wilshire Grand Center que, con 73 pisos, es el tercer edificio más alto del mundo, después de otro en Dubai y el Empire State en Nueva York. A unos pasos está el llamado Centro Joyero Internacional en cuyos aparadores todo despide luces multicolores como las estrellas del firmamento en noches diáfanas. Bien, pues algunos tramos de estas calles tienen un horrendo olor a mingitorio público con muchos meses sin aseo. También contemplé deambulando por ahí algunas figuras fantasmales, en harapos, pestilentes, que producen repulsión tanto por su evidente suciedad como por la cauda de hedor insoportable que dejan a su paso. Tuve oportunidad de hablar de esto con un patrullero que se encontraba con su vehículo cerca de la biblioteca. Me dijo que se trataba de drogadictos irredentos; una especie de basura humana. Que la ciudad les tenía destinadas unas viviendas en una zona determinada; pero que a muchos no les gustaba permanecer ahí y salían a andar por la ciudad como los que yo vi. Me lo platicó como quien habla del clima, como algo natural en el paisaje urbano. A otros los encontré tumbados bajo céntricos puentes. Hasta hay una película —agregó el policía— donde se aborda este problema. Es un problema sin solución, concluyó.

Alguna vez en San Francisco me llamó la atención que cerca del muelle, un hombre de mediana edad estaba sentado sobre la banqueta con un bote de lata a un lado. Y, entre las piernas, tenía un cartón donde decía que él no engañaba a nadie, que solicitaba ayuda para comprar licor. Pero ahora en Los Ángeles vi a otro sujeto en condiciones semejantes, lo diferente era el mensaje: ¡Éste pedía dinero para drogarse! Por eso debemos como sociedad vernos en este espejo. No podemos cerrar los ojos ante lo que está pasando muy cerca de nosotros. Y no es un asunto sólo del gobierno, sino especialmente de los padres de familia.


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