/ domingo 16 de diciembre de 2018

Si falta Dios, falla la esperanza

El adviento expone uno de los rasgos más hermosos de nuestra fe. En este tiempo caemos en la cuenta de que por muy indiferentes y distantes que las personas estén respecto de Dios, siempre en el corazón del hombre permanece la apertura a lo sagrado, el deseo de Dios.

De muchas maneras se niega y a veces incluso se reprime este deseo de Dios, pero hay tiempos de gran sensibilidad espiritual en los que hasta los más duros dejan asomar su alma religiosa. Puede uno vivir indiferente y hasta enojado con Dios, pero hay momentos en los que cedemos y nos damos cuenta que no nos podemos hacer daño, no podemos mantener esa actitud cerrada y beligerante ante Dios que de muchas maneras nos llama y aparece en nuestra vida.

En estos tiempos especiales, como adviento y Navidad, lo que alcanzamos a ver en los demás es un poco de conciencia, comprensión, buena fe y sensibilidad, aunque muchas veces se trate de algo meramente fugaz. Vemos, pues, un poco de conciencia, comprensión, buena fe y sensibilidad.

Para los que tenemos fe estos rasgos espirituales que vemos especialmente en estos tiempos los hace posibles la gracia de Dios que actúa y se derrama en el pueblo de Dios. Hay tiempos así en los que Dios se deja ver más, se asoma más a nuestra vida y se deja sentir más. La gracia de Dios actúa suscitando una reflexión y sentimientos especiales que nos hacen más susceptibles al bien, al perdón, a la paz, al arrepentimiento y al deseo de un verdadero cambio en la vida.

Se trata, por lo tanto, de un tiempo propicio que no podemos desaprovechar. El plus que tienen estos tiempos tiene que ver con la gracia que misteriosamente se derrama para darle un giro a nuestra vida, para reflexionar más, para no ser tan duros y para dejar entrar a Dios en nuestra vida.

Por lo tanto, hay que dejar que la gracia de Dios trabaje en nosotros, que nos abramos a la alegría y a la paz que vienen de Dios. Estas experiencias que tenemos y los sentimientos que suscita la gracia de Dios no podemos minusvalorarlos o dejarlos pasar porque forman parte de las respuestas de Dios a tantas preguntas que hacemos en la vida. Se trata de una oportunidad para dejarse moldear y tocar por la gracia de Dios.

Por otra parte, son tiempos para hablar más de Dios, para atrevernos a hacer más cosas en el nombre de Dios. Por la presencia de la gracia divina, en estos tiempos especiales, las cosas que hagamos por Dios tendrán mayor alcance y penetración.

Tenemos por tanto que valorar la apertura y disposición que se constata en estos tiempos, y que no siempre lo vemos, para hablar más de Dios e ingeniárselas incluso para llevar a los hombres a Dios, confiando que la gracia de Dios hará más sensibles los corazones endurecidos por el pecado.

No nos podemos dar por vencidos cuando se trata de llevar a Dios a los demás. Hay hermanos que explícitamente han rechazado a Dios, pero no podemos tomar esta actitud como un caso perdido e irreversible. En la fe tenemos que ser perseverantes, atrevidos e ingeniosos para tener esperanza en que finalmente muchos hermanos aceptarán a Dios en su vida.

Cualquier cosa que digamos y hagamos en el nombre de Dios, cualquier cosa que emprendamos para ofrecer a Dios a los demás y pacificar los corazones tendrá mayor alcance y penetración. Esa es nuestra esperanza, esa es la certeza que nos da la llegada de Jesús a nuestras vidas.

Decía el papa Benedicto XVI: "Si falta Dios, falla la esperanza. Todo pierde sentido. Es como si faltara la dimensión de profundidad y todas las cosas se oscurecieran, privadas de su valor simbólico; como si no «destacaran» de la mera materialidad".


El adviento expone uno de los rasgos más hermosos de nuestra fe. En este tiempo caemos en la cuenta de que por muy indiferentes y distantes que las personas estén respecto de Dios, siempre en el corazón del hombre permanece la apertura a lo sagrado, el deseo de Dios.

De muchas maneras se niega y a veces incluso se reprime este deseo de Dios, pero hay tiempos de gran sensibilidad espiritual en los que hasta los más duros dejan asomar su alma religiosa. Puede uno vivir indiferente y hasta enojado con Dios, pero hay momentos en los que cedemos y nos damos cuenta que no nos podemos hacer daño, no podemos mantener esa actitud cerrada y beligerante ante Dios que de muchas maneras nos llama y aparece en nuestra vida.

En estos tiempos especiales, como adviento y Navidad, lo que alcanzamos a ver en los demás es un poco de conciencia, comprensión, buena fe y sensibilidad, aunque muchas veces se trate de algo meramente fugaz. Vemos, pues, un poco de conciencia, comprensión, buena fe y sensibilidad.

Para los que tenemos fe estos rasgos espirituales que vemos especialmente en estos tiempos los hace posibles la gracia de Dios que actúa y se derrama en el pueblo de Dios. Hay tiempos así en los que Dios se deja ver más, se asoma más a nuestra vida y se deja sentir más. La gracia de Dios actúa suscitando una reflexión y sentimientos especiales que nos hacen más susceptibles al bien, al perdón, a la paz, al arrepentimiento y al deseo de un verdadero cambio en la vida.

Se trata, por lo tanto, de un tiempo propicio que no podemos desaprovechar. El plus que tienen estos tiempos tiene que ver con la gracia que misteriosamente se derrama para darle un giro a nuestra vida, para reflexionar más, para no ser tan duros y para dejar entrar a Dios en nuestra vida.

Por lo tanto, hay que dejar que la gracia de Dios trabaje en nosotros, que nos abramos a la alegría y a la paz que vienen de Dios. Estas experiencias que tenemos y los sentimientos que suscita la gracia de Dios no podemos minusvalorarlos o dejarlos pasar porque forman parte de las respuestas de Dios a tantas preguntas que hacemos en la vida. Se trata de una oportunidad para dejarse moldear y tocar por la gracia de Dios.

Por otra parte, son tiempos para hablar más de Dios, para atrevernos a hacer más cosas en el nombre de Dios. Por la presencia de la gracia divina, en estos tiempos especiales, las cosas que hagamos por Dios tendrán mayor alcance y penetración.

Tenemos por tanto que valorar la apertura y disposición que se constata en estos tiempos, y que no siempre lo vemos, para hablar más de Dios e ingeniárselas incluso para llevar a los hombres a Dios, confiando que la gracia de Dios hará más sensibles los corazones endurecidos por el pecado.

No nos podemos dar por vencidos cuando se trata de llevar a Dios a los demás. Hay hermanos que explícitamente han rechazado a Dios, pero no podemos tomar esta actitud como un caso perdido e irreversible. En la fe tenemos que ser perseverantes, atrevidos e ingeniosos para tener esperanza en que finalmente muchos hermanos aceptarán a Dios en su vida.

Cualquier cosa que digamos y hagamos en el nombre de Dios, cualquier cosa que emprendamos para ofrecer a Dios a los demás y pacificar los corazones tendrá mayor alcance y penetración. Esa es nuestra esperanza, esa es la certeza que nos da la llegada de Jesús a nuestras vidas.

Decía el papa Benedicto XVI: "Si falta Dios, falla la esperanza. Todo pierde sentido. Es como si faltara la dimensión de profundidad y todas las cosas se oscurecieran, privadas de su valor simbólico; como si no «destacaran» de la mera materialidad".