/ jueves 3 de junio de 2021

¿Sirven de algo nuestras opiniones?

Una de las reacciones que más han llamado mi atención desde hace años, es la que tienen nuestros gobernantes, legisladores y funcionarios de los tres órdenes de gobierno.

Todos ellos, por encima de sus diferencias políticas e ideológicas, están hermanados en algo que a no pocos pareciera inverosímil: su rechazo a toda opinión que no encaje, cabal y completamente, en su manera de ver el desarrollo del país, si no son similares a la idea que tienen de lo que debe hacerse para modernizar nuestra economía y poner al día nuestro vetusto y caduco andamiaje jurídico.

Tal vez el carácter real de este gobierno se encuentre no en la congruencia y la continuidad, sino la ausencia de una línea conductora y en la incertidumbre sobre lo que vendrá.

Desde 2018, apareció un nuevo género en la literatura del análisis político en México.

Este género abundante en libros y ensayos intenta entender cuáles son los objetivos reales del actual gobierno, cuáles han sido las consecuencias de sus acciones y omisiones, y si éstas forman parte de una trayectoria programática, de un rumbo ideológico, de un proyecto de país. Es un género que abunda en interpretaciones y en el que han participado tanto simpatizantes como opositores de esta administración y también analistas, en donde se adivina el deseo de ubicarse en la neutralidad. Mientras más observamos y pensamos en las razones, motivos y objetivos que están detrás de las acciones del gobierno, menos alcanzamos entenderlas.

A pesar de la cantidad de trabajos publicados y el esmero intelectual invertido en tratar de entender esta administración, no podemos responder las preguntas más básicas sobre cómo interpretar lo que ha pasado y por lo mismo, no nos dan pistas sobre qué es lo que viene.

Pareciera que se trata de un falso dilema, pues podrá pensarse que sobra con una revisión superficial de publicaciones y declaraciones básicas, como los contenidos en la plataforma electoral, en las promesas de campaña, los discursos y expresiones públicas del Presidente, en el Plan Nacional de Desarrollo.

Normalmente todo eso bastara para iluminar las dudas que pudieran existir sobre el programa de gobierno o sobre su temple ideológico. El hecho es que este gobierno es un enigma envuelto en un misterio.

Una de las causas de este enigma es la ambigüedad con la que el gobierno y el Presidente han manejado la expresión de sus objetivos.

Existe una tendencia hacia el desencuentro entre el discurso y las acciones. Hay también una discontinuidad temporal entre intenciones expresadas en el pasado inmediato y lo que se dice y hace hoy. Esas discontinuidades y contradicciones han hecho muy difícil la vida a los apoyadores acríticos al gobierno, que se autoimponen la penosa responsabilidad de forjar esos retorcidos ejercicios de acrobacia retórica llamados "maromas", intentos generalmente infructuosos para justificar acciones manifiestamente injustificables y tratar de cuadrar círculos.

Una tercera fuente de confusión son las expectativas sin fundamento que se han construido sobre este gobierno, y que naturalmente no se han cumplido. Estas expectativas estrelladas crean una sensación de disonancia y desconcierto entre las actitudes esperadas del gobierno y las políticas que realmente se han implantado.

Una cuarta fuente de confusión tiene su origen en la ausencia de una narrativa congruente sobre el proyecto que representa esta administración. Ni el gobierno ni sus explicadores capaces de armar una historia que ofrezca cohesión y lógica entre un discurso que fundamentalmente habla de justicia social e integridad pública y sus políticas, que no coinciden con esos propósitos.

Al final este nuevo género de explicaciones genera hipótesis interesantes pero pocas certidumbres sobre a dónde va el gobierno.

Tal vez el carácter real de este gobierno se encuentre no en la congruencia y la continuidad, sino precisamente, en la ausencia de una línea conductora y en la incertidumbre sobre lo que vendrá.

El narco se empodera y los niños tendrán educación de menor calidad. Todos somos víctimas de lo que llama el Ejecutivo federal la lucha contra la corrupción y la transformación de la esperanza.

Una de las reacciones que más han llamado mi atención desde hace años, es la que tienen nuestros gobernantes, legisladores y funcionarios de los tres órdenes de gobierno.

Todos ellos, por encima de sus diferencias políticas e ideológicas, están hermanados en algo que a no pocos pareciera inverosímil: su rechazo a toda opinión que no encaje, cabal y completamente, en su manera de ver el desarrollo del país, si no son similares a la idea que tienen de lo que debe hacerse para modernizar nuestra economía y poner al día nuestro vetusto y caduco andamiaje jurídico.

Tal vez el carácter real de este gobierno se encuentre no en la congruencia y la continuidad, sino la ausencia de una línea conductora y en la incertidumbre sobre lo que vendrá.

Desde 2018, apareció un nuevo género en la literatura del análisis político en México.

Este género abundante en libros y ensayos intenta entender cuáles son los objetivos reales del actual gobierno, cuáles han sido las consecuencias de sus acciones y omisiones, y si éstas forman parte de una trayectoria programática, de un rumbo ideológico, de un proyecto de país. Es un género que abunda en interpretaciones y en el que han participado tanto simpatizantes como opositores de esta administración y también analistas, en donde se adivina el deseo de ubicarse en la neutralidad. Mientras más observamos y pensamos en las razones, motivos y objetivos que están detrás de las acciones del gobierno, menos alcanzamos entenderlas.

A pesar de la cantidad de trabajos publicados y el esmero intelectual invertido en tratar de entender esta administración, no podemos responder las preguntas más básicas sobre cómo interpretar lo que ha pasado y por lo mismo, no nos dan pistas sobre qué es lo que viene.

Pareciera que se trata de un falso dilema, pues podrá pensarse que sobra con una revisión superficial de publicaciones y declaraciones básicas, como los contenidos en la plataforma electoral, en las promesas de campaña, los discursos y expresiones públicas del Presidente, en el Plan Nacional de Desarrollo.

Normalmente todo eso bastara para iluminar las dudas que pudieran existir sobre el programa de gobierno o sobre su temple ideológico. El hecho es que este gobierno es un enigma envuelto en un misterio.

Una de las causas de este enigma es la ambigüedad con la que el gobierno y el Presidente han manejado la expresión de sus objetivos.

Existe una tendencia hacia el desencuentro entre el discurso y las acciones. Hay también una discontinuidad temporal entre intenciones expresadas en el pasado inmediato y lo que se dice y hace hoy. Esas discontinuidades y contradicciones han hecho muy difícil la vida a los apoyadores acríticos al gobierno, que se autoimponen la penosa responsabilidad de forjar esos retorcidos ejercicios de acrobacia retórica llamados "maromas", intentos generalmente infructuosos para justificar acciones manifiestamente injustificables y tratar de cuadrar círculos.

Una tercera fuente de confusión son las expectativas sin fundamento que se han construido sobre este gobierno, y que naturalmente no se han cumplido. Estas expectativas estrelladas crean una sensación de disonancia y desconcierto entre las actitudes esperadas del gobierno y las políticas que realmente se han implantado.

Una cuarta fuente de confusión tiene su origen en la ausencia de una narrativa congruente sobre el proyecto que representa esta administración. Ni el gobierno ni sus explicadores capaces de armar una historia que ofrezca cohesión y lógica entre un discurso que fundamentalmente habla de justicia social e integridad pública y sus políticas, que no coinciden con esos propósitos.

Al final este nuevo género de explicaciones genera hipótesis interesantes pero pocas certidumbres sobre a dónde va el gobierno.

Tal vez el carácter real de este gobierno se encuentre no en la congruencia y la continuidad, sino precisamente, en la ausencia de una línea conductora y en la incertidumbre sobre lo que vendrá.

El narco se empodera y los niños tendrán educación de menor calidad. Todos somos víctimas de lo que llama el Ejecutivo federal la lucha contra la corrupción y la transformación de la esperanza.