/ viernes 2 de noviembre de 2018

Sobre la muerte, la religión y “buena muerte”

Aprovechando estos días en que se le rinde culto a los muertos (que los visitamos y nos visitan) y con el antecedente cercano de que la Legislatura local aprobó incluir dentro de la Ley de salud la llamada “Voluntad Asistida”, eufemismo que pretende diferenciarse de lo que conocemos como eutanasia. Nos sumamos así a una veintena de entidades federativas a la legalización de este derecho; no conozco las condiciones, digamos técnicas, para ejercerlo. Hay que anotar con justicia que esta iniciativa se presentó por primera vez por mi estimado amigo, hace más de 20 años, Magno Garcimarrero, cuando fungió como diputado local.

Por supuesto esta aprobación provocó el rechazo de la Iglesia Católica por boca del arzobispo de Xalapa Hipólito Reyes Larios; apegándose al dictado de “sólo Dios da y quita la vida”. Y ya sabemos cuan y tan azarosa e injusta es esta decisión divina. Lo mismo dijo sobre el aborto provocado y voluntario, sin aclararnos que si los miles o millones de abortos, que los médicos califican de “espontáneos”, también son por decisión divina. Indudablemente la muerte del ser humano tiene una estrecha relación con la religión (estoy hablando de las miles de religiones que han existido desde que el hombre es hombre). Dentro de la infinidad de definiciones y conceptos que desde el punto de vista filosófico, antropológico y teológico se le ha dado a la religión. Un tal Lactancio y san Agustín hacen derivar la palabra de religare, es decir: religar nuestro nacimiento con la muerte. Y por tanto, la religión, de acuerdo con la aplicación de ciertas normas garantizar la salvación que ofrece cierta divinidad. Aunque hay que anotar que existieron y existen religiones ateas. Don Nicola Abbagnano, en su Diccionario Filosófico menciona el caso del budismo primitivo. ¿Habrá que incluir ahí la religión a la Santa Muerte?

Las dos grandes ideas de trascendencia que nos ayudan a trascender y que no nos morimos, son: La religión y la nación (si ha escuchado usted aquello de: “Morir por la patria es vivir”). Ambas son construcciones que tienen que ver con la trascendencia. Se cultiva la idea de que venimos de un pasado inmemorial y vamos a un futuro también inmemorial. En ese lapso lo llena la religión: religar nuestro nacimiento con la muerte.

Comparto con mis lectores la opinión de tres personajes de la ciencia, de la política y de las letras sobre este tema de la muerte: el maestro médico investigador, Ruy Pérez Tamayo, el escritor e historiador Fernando Benítez y el político revolucionario marxista León Trotsky. Los dos últimos ya fallecidos. El doctor Pérez Tamayo contesta a la pregunta que le hacen unos alumnos aquí en la Universidad Veracruzana: “¿Maestro, le preocupa la muerte?: “No. Me parece algo necesario que va ocurrir, no puedo hacer nada al respecto. Voy a seguir vivo hasta que muera. Estoy convencido que después de la muerte no hay nada, igual que no había nada antes de que yo naciera”. Esto contestó el maestro.

Fernando Benítez en un artículo que se publicó en un periódico de circulación nacional, escribió su concepto sobre la eutanasia y la vejez la cual la definió como una enfermedad terminal. “Perdemos —dice FB— una gran parte de los sentidos (vista, etcétera), nuestros huesos se hacen quebradizos, como si fueran de vidrio, la masa muscular disminuye 40%— y se va perdiendo la memoria… soy muy viejo, aquejado de muchas dolencias. No deseo ser un estorbo, un anciano babeante sentado en un sillón, presa de demencia senil”. Cuando la enfermedad terminal es dolorosa, “… dice —FB— el papel del médico debiera ser en ayudar a bien morir, aun en contra de la ley y de la religión (todavía en el DF la ley de “Voluntad Asistida” no se aprobaba)”. Padecía cáncer de próstata, le dijo a su médico: “Déjeme morir de cáncer”, y él le contestó: “No, vas a morir dormido”. Y así fue.

León Trotsky padecía de presión arterial alta. “Si la esclerosis (endurecimiento de las arterias) —escribió LT— asumiera un carácter prolongado y fuera amenazado con una larga invalidez, entonces me reservo el derecho a terminar por mí mismo el tiempo de mi muerte… el ‘suicidio’ no será en ningún sentido la expresión de un estallido de desesperación o desesperanza… Pero cualquiera que sean las circunstancias de mi muerte, moriré con una fe inquebrantable en el futuro comunista. Esta fe en el hombre y su futuro me da incluso ahora, un poder tal de resistencia, como no puede dar ninguna religión”.

Comparto, como médico, estos conceptos y llegado el momento de acuerdo con mi médico decir, vine de la nada y voy a la nada. Amén…


Aprovechando estos días en que se le rinde culto a los muertos (que los visitamos y nos visitan) y con el antecedente cercano de que la Legislatura local aprobó incluir dentro de la Ley de salud la llamada “Voluntad Asistida”, eufemismo que pretende diferenciarse de lo que conocemos como eutanasia. Nos sumamos así a una veintena de entidades federativas a la legalización de este derecho; no conozco las condiciones, digamos técnicas, para ejercerlo. Hay que anotar con justicia que esta iniciativa se presentó por primera vez por mi estimado amigo, hace más de 20 años, Magno Garcimarrero, cuando fungió como diputado local.

Por supuesto esta aprobación provocó el rechazo de la Iglesia Católica por boca del arzobispo de Xalapa Hipólito Reyes Larios; apegándose al dictado de “sólo Dios da y quita la vida”. Y ya sabemos cuan y tan azarosa e injusta es esta decisión divina. Lo mismo dijo sobre el aborto provocado y voluntario, sin aclararnos que si los miles o millones de abortos, que los médicos califican de “espontáneos”, también son por decisión divina. Indudablemente la muerte del ser humano tiene una estrecha relación con la religión (estoy hablando de las miles de religiones que han existido desde que el hombre es hombre). Dentro de la infinidad de definiciones y conceptos que desde el punto de vista filosófico, antropológico y teológico se le ha dado a la religión. Un tal Lactancio y san Agustín hacen derivar la palabra de religare, es decir: religar nuestro nacimiento con la muerte. Y por tanto, la religión, de acuerdo con la aplicación de ciertas normas garantizar la salvación que ofrece cierta divinidad. Aunque hay que anotar que existieron y existen religiones ateas. Don Nicola Abbagnano, en su Diccionario Filosófico menciona el caso del budismo primitivo. ¿Habrá que incluir ahí la religión a la Santa Muerte?

Las dos grandes ideas de trascendencia que nos ayudan a trascender y que no nos morimos, son: La religión y la nación (si ha escuchado usted aquello de: “Morir por la patria es vivir”). Ambas son construcciones que tienen que ver con la trascendencia. Se cultiva la idea de que venimos de un pasado inmemorial y vamos a un futuro también inmemorial. En ese lapso lo llena la religión: religar nuestro nacimiento con la muerte.

Comparto con mis lectores la opinión de tres personajes de la ciencia, de la política y de las letras sobre este tema de la muerte: el maestro médico investigador, Ruy Pérez Tamayo, el escritor e historiador Fernando Benítez y el político revolucionario marxista León Trotsky. Los dos últimos ya fallecidos. El doctor Pérez Tamayo contesta a la pregunta que le hacen unos alumnos aquí en la Universidad Veracruzana: “¿Maestro, le preocupa la muerte?: “No. Me parece algo necesario que va ocurrir, no puedo hacer nada al respecto. Voy a seguir vivo hasta que muera. Estoy convencido que después de la muerte no hay nada, igual que no había nada antes de que yo naciera”. Esto contestó el maestro.

Fernando Benítez en un artículo que se publicó en un periódico de circulación nacional, escribió su concepto sobre la eutanasia y la vejez la cual la definió como una enfermedad terminal. “Perdemos —dice FB— una gran parte de los sentidos (vista, etcétera), nuestros huesos se hacen quebradizos, como si fueran de vidrio, la masa muscular disminuye 40%— y se va perdiendo la memoria… soy muy viejo, aquejado de muchas dolencias. No deseo ser un estorbo, un anciano babeante sentado en un sillón, presa de demencia senil”. Cuando la enfermedad terminal es dolorosa, “… dice —FB— el papel del médico debiera ser en ayudar a bien morir, aun en contra de la ley y de la religión (todavía en el DF la ley de “Voluntad Asistida” no se aprobaba)”. Padecía cáncer de próstata, le dijo a su médico: “Déjeme morir de cáncer”, y él le contestó: “No, vas a morir dormido”. Y así fue.

León Trotsky padecía de presión arterial alta. “Si la esclerosis (endurecimiento de las arterias) —escribió LT— asumiera un carácter prolongado y fuera amenazado con una larga invalidez, entonces me reservo el derecho a terminar por mí mismo el tiempo de mi muerte… el ‘suicidio’ no será en ningún sentido la expresión de un estallido de desesperación o desesperanza… Pero cualquiera que sean las circunstancias de mi muerte, moriré con una fe inquebrantable en el futuro comunista. Esta fe en el hombre y su futuro me da incluso ahora, un poder tal de resistencia, como no puede dar ninguna religión”.

Comparto, como médico, estos conceptos y llegado el momento de acuerdo con mi médico decir, vine de la nada y voy a la nada. Amén…