/ viernes 13 de noviembre de 2020

Tecnología, memoria y memorismo en la educación

En la antigüedad la historia, el conocimiento y la experiencia se trasmitían de padres a hijos por tradición oral. La memoria y el respeto a los ancianos eran elementos importantes y valiosos en la comunidad.

Con la aparición de la imprenta, el libro se posicionó como vehículo trasmisor y en gran parte sustituyó a esa tradición oral, trasmisora y enriquecedora de la cultura. Al mismo tiempo y progresivamente se fue perdiendo el respeto y el valor a los ancianos. El progreso de la tecnología se impuso como necesidad para el crecimiento de la economía de mercado, teniendo como centro la competitividad, es decir, la producción de mercancías al menor costo.

Aun así, no hay duda que la tecnología nos hace las cosas, el trabajo y la vida más fácil. Sin embargo, en la educación, dice la maestra Petra Llamas, “corremos el riesgo de atrofiar ciertas habilidades si no las utilizamos y tal vez después sea difícil de recuperar. Una de ellas es la memoria, compañera inseparable de la inteligencia y mal conceptualizada, que al considerarla parte de la educación tradicional se tiende a prescindir de ella. Encargué un trabajo a mis alumnos sobre qué es la ciencia y por qué la medicina es ciencia. Todos los alumnos entregaron sus trabajos bien presentados y engargolados, solo uno lo entregó manuscrito, y ante la observación que le hice me contestó que el suyo era el mejor, ‘porque cuando menos –me explicó– tuve que leerlo y escribirlo, sin usar ese recurso fácil de copia y pega’, recurso que usó seguramente el resto de sus compañeros”. Cierta tendencia pedagógica es considerar a la memoria antipedagógica. Hablo de la memoria que consiste en repetir sin entender, con poca voluntad para el esfuerzo, por ejemplo: aprender para el examen, aunque a los tres días se olvide lo aprendido, eso es “memorismo”. Memorismo no es memoria, la memoria implica un esfuerzo intelectual intenso, que sirve para la adquisición y generalización de conocimientos, como decía Aristóteles: “Nada está en la inteligencia que primero no haya pasado por los sentidos”. O este otro concepto: “Razonar es obtener nuevos conocimientos a partir de los ya adquiridos”. Es decir, el conocimiento y el razonamiento no pueden caminar sin la otra pierna, que es la memoria.

El desarrollo de la ciencia y la tecnología es una exigencia del curso progresivo de la humanidad, es un proceso imparable y obligado, sin ocultar también que el sistema de mercado lo ha convertido en un arma de dominación y lucro. Los países más desarrollados económicamente son los que más pueden invertir en investigación y se posesionan de los avances científicos y tecnológicos y los convierte en mercancías. Desgraciadamente el progreso tecnológico no ha salvado a la educación de su deterioro cualitativo, porque en el fondo, como apunta la maestra Petra Llamas: “donde subyace la ideología de una economía neoliberal interesada que las instituciones educativas se conviertan en centros de adiestramiento para el trabajo, de los que egresen personas poco pensantes, pero dóciles y con la porción de conocimientos y destrezas suficientes para aceptar empleos precarios y mal pagados”. Sometida a los intereses de la economía mundial o de intereses ajenos a su verdadera esencia.

Obtener nuevos conocimientos y profundizar sobre ellos requiere del desarrollo de la tecnología, particularmente de la física y la química, que es la forma de extender y profundizar nuestros sentidos, nuestra capacidad de abstracción e imaginación. Hacerlos extensivos, enriquecerlos, accesibles y generalizarlos, debería ser el objetivo de la enseñanza; desgraciadamente el sistema capitalista los ha convertido en mercancías y quiere dosificar el conocimiento en competencias, para capacitar y adiestrar, sobre todo en los países pobres, “donde se formen personas poco pensantes, dóciles y con la porción de conocimientos y las destrezas suficientes para aceptar empleos precarios y mal pagados”. Es decir, adiestrarlos, no educarlos. Capacitar no es educar, bien lo dijo el poeta hindú Rabindranath Tagore: “No es tarea fácil educar jóvenes, en cambio, adiestrarlos es muy sencillo”.

Obtener nuevos conocimientos y profundizar sobre ellos requiere del desarrollo de la tecnología, particularmente de la física y la química.

En la antigüedad la historia, el conocimiento y la experiencia se trasmitían de padres a hijos por tradición oral. La memoria y el respeto a los ancianos eran elementos importantes y valiosos en la comunidad.

Con la aparición de la imprenta, el libro se posicionó como vehículo trasmisor y en gran parte sustituyó a esa tradición oral, trasmisora y enriquecedora de la cultura. Al mismo tiempo y progresivamente se fue perdiendo el respeto y el valor a los ancianos. El progreso de la tecnología se impuso como necesidad para el crecimiento de la economía de mercado, teniendo como centro la competitividad, es decir, la producción de mercancías al menor costo.

Aun así, no hay duda que la tecnología nos hace las cosas, el trabajo y la vida más fácil. Sin embargo, en la educación, dice la maestra Petra Llamas, “corremos el riesgo de atrofiar ciertas habilidades si no las utilizamos y tal vez después sea difícil de recuperar. Una de ellas es la memoria, compañera inseparable de la inteligencia y mal conceptualizada, que al considerarla parte de la educación tradicional se tiende a prescindir de ella. Encargué un trabajo a mis alumnos sobre qué es la ciencia y por qué la medicina es ciencia. Todos los alumnos entregaron sus trabajos bien presentados y engargolados, solo uno lo entregó manuscrito, y ante la observación que le hice me contestó que el suyo era el mejor, ‘porque cuando menos –me explicó– tuve que leerlo y escribirlo, sin usar ese recurso fácil de copia y pega’, recurso que usó seguramente el resto de sus compañeros”. Cierta tendencia pedagógica es considerar a la memoria antipedagógica. Hablo de la memoria que consiste en repetir sin entender, con poca voluntad para el esfuerzo, por ejemplo: aprender para el examen, aunque a los tres días se olvide lo aprendido, eso es “memorismo”. Memorismo no es memoria, la memoria implica un esfuerzo intelectual intenso, que sirve para la adquisición y generalización de conocimientos, como decía Aristóteles: “Nada está en la inteligencia que primero no haya pasado por los sentidos”. O este otro concepto: “Razonar es obtener nuevos conocimientos a partir de los ya adquiridos”. Es decir, el conocimiento y el razonamiento no pueden caminar sin la otra pierna, que es la memoria.

El desarrollo de la ciencia y la tecnología es una exigencia del curso progresivo de la humanidad, es un proceso imparable y obligado, sin ocultar también que el sistema de mercado lo ha convertido en un arma de dominación y lucro. Los países más desarrollados económicamente son los que más pueden invertir en investigación y se posesionan de los avances científicos y tecnológicos y los convierte en mercancías. Desgraciadamente el progreso tecnológico no ha salvado a la educación de su deterioro cualitativo, porque en el fondo, como apunta la maestra Petra Llamas: “donde subyace la ideología de una economía neoliberal interesada que las instituciones educativas se conviertan en centros de adiestramiento para el trabajo, de los que egresen personas poco pensantes, pero dóciles y con la porción de conocimientos y destrezas suficientes para aceptar empleos precarios y mal pagados”. Sometida a los intereses de la economía mundial o de intereses ajenos a su verdadera esencia.

Obtener nuevos conocimientos y profundizar sobre ellos requiere del desarrollo de la tecnología, particularmente de la física y la química, que es la forma de extender y profundizar nuestros sentidos, nuestra capacidad de abstracción e imaginación. Hacerlos extensivos, enriquecerlos, accesibles y generalizarlos, debería ser el objetivo de la enseñanza; desgraciadamente el sistema capitalista los ha convertido en mercancías y quiere dosificar el conocimiento en competencias, para capacitar y adiestrar, sobre todo en los países pobres, “donde se formen personas poco pensantes, dóciles y con la porción de conocimientos y las destrezas suficientes para aceptar empleos precarios y mal pagados”. Es decir, adiestrarlos, no educarlos. Capacitar no es educar, bien lo dijo el poeta hindú Rabindranath Tagore: “No es tarea fácil educar jóvenes, en cambio, adiestrarlos es muy sencillo”.

Obtener nuevos conocimientos y profundizar sobre ellos requiere del desarrollo de la tecnología, particularmente de la física y la química.