/ viernes 22 de octubre de 2021

Testigos de la misericordia

El Dios de la predicación de Jesucristo es el Dios del encuentro. Es, precisamente el encuentro la condición que hace posible la Misericordia.

La experiencia del encuentro, solo se realiza cuando nos decidimos no avergonzarnos del ser humano, como nunca lo hizo Cristo; él, como buen samaritano, supo salir al camino de aquellos que estaban ciegos, o paralíticos, de aquellos que padecían lepra y las demás enfermedades que los paralizaban dejándolos en un estado de vulnerabilidad, marginándolos de la vida. Situándolos “a la orilla del camino”.

Por esa razón, en cada encuentro con los demás reconocía la sacralidad del rostro humano. Por tanto, un buen discípulo será siempre un misionero, y la única forma de ser discípulos y misioneros auténticos es siendo pregoneros de la misericordia, según el estilo del Señor.

Jesús dejó de manifiesto que el encuentro constituye una necesidad profunda del hombre. Esa es la razón por la que, en el relato de la Creación, una vez que el hombre nombró a todos los animales de la creación, se dio cuenta que ninguno de ellos era una buena compañía, que satisficiera su verdadera necesidad de encuentro. Por esta razón, un discípulo y un misionero es uno que tiene la capacidad de ser contener, de acompañar. Es uno que sabe ser compañero. La misericordia es un verdadero jubileo cuando se tiene la doble oportunidad: por un lado, de regresar al Dios de Jesucristo, cuya nota esencial es la misericordia. El Dios que, como un padre y madre, “espera amable y tierno el regreso de sus hijos, que cuando los ve acercarse se encuentra con ellos para cubrirlos de besos, y llevarlos al interior de la casa. Pero, por el otro lado, este jubileo alcanza su objetivo cuando los cristianos nos decidimos a salir al encuentro de los demás, con la calidad con la que lo hizo aquel samaritano que bajaba esos 27 kilómetros desérticos para llegar a Jericó.

Jesús dejó testigos, en su discurso de despedida previo a la Ascensión es enfático: ¡son testigos!, es decir, habrán de dar testimonio de esto y no de otra cosa. Esta es la característica esencial: el testimonio. Ser testigos como luz y como sal, con la demostración de la Verdad en la propia vida. No con discursos, porque Jesús no dejó oradores, ni con planes solamente, porque no dejó estrategas. Con el resplandor de la propia vida que hable del Señor, reconociéndose cada cristiano como una bendición en el mundo.

El Dios de la predicación de Jesucristo es el Dios del encuentro. Es, precisamente el encuentro la condición que hace posible la Misericordia.

La experiencia del encuentro, solo se realiza cuando nos decidimos no avergonzarnos del ser humano, como nunca lo hizo Cristo; él, como buen samaritano, supo salir al camino de aquellos que estaban ciegos, o paralíticos, de aquellos que padecían lepra y las demás enfermedades que los paralizaban dejándolos en un estado de vulnerabilidad, marginándolos de la vida. Situándolos “a la orilla del camino”.

Por esa razón, en cada encuentro con los demás reconocía la sacralidad del rostro humano. Por tanto, un buen discípulo será siempre un misionero, y la única forma de ser discípulos y misioneros auténticos es siendo pregoneros de la misericordia, según el estilo del Señor.

Jesús dejó de manifiesto que el encuentro constituye una necesidad profunda del hombre. Esa es la razón por la que, en el relato de la Creación, una vez que el hombre nombró a todos los animales de la creación, se dio cuenta que ninguno de ellos era una buena compañía, que satisficiera su verdadera necesidad de encuentro. Por esta razón, un discípulo y un misionero es uno que tiene la capacidad de ser contener, de acompañar. Es uno que sabe ser compañero. La misericordia es un verdadero jubileo cuando se tiene la doble oportunidad: por un lado, de regresar al Dios de Jesucristo, cuya nota esencial es la misericordia. El Dios que, como un padre y madre, “espera amable y tierno el regreso de sus hijos, que cuando los ve acercarse se encuentra con ellos para cubrirlos de besos, y llevarlos al interior de la casa. Pero, por el otro lado, este jubileo alcanza su objetivo cuando los cristianos nos decidimos a salir al encuentro de los demás, con la calidad con la que lo hizo aquel samaritano que bajaba esos 27 kilómetros desérticos para llegar a Jericó.

Jesús dejó testigos, en su discurso de despedida previo a la Ascensión es enfático: ¡son testigos!, es decir, habrán de dar testimonio de esto y no de otra cosa. Esta es la característica esencial: el testimonio. Ser testigos como luz y como sal, con la demostración de la Verdad en la propia vida. No con discursos, porque Jesús no dejó oradores, ni con planes solamente, porque no dejó estrategas. Con el resplandor de la propia vida que hable del Señor, reconociéndose cada cristiano como una bendición en el mundo.