/ viernes 15 de junio de 2018

Tras una gran fortuna

Balzac inmortalizó su razonamiento que no dista mucho de la realidad actual: “Detrás de una gran fortuna, se esconde siempre un gran delito”. Basta con ver lo que sucede en las altas esferas de la sociedad para que podamos descubrir la cadena de transgresiones que se esconde tras una gran fortuna. Desgraciadamente nos referimos sólo a la fortuna económica, aunque la verdadera fortuna dista mucho de lo que sólo se compra con dinero.

Se ha minado entre nosotros un pensamiento sempiterno para los hombres: la vida es buena en la medida que se tengan las posibilidades económicas de crecimiento. La sabiduría popular lo canonizó con el dicho famoso: “Con dinero baila el perro”. Mensajes que parecen decirnos que la vida y la fortuna van de la mano, que una y la otra se necesitan de tal forma que la primera no es vida sin la segunda.

Parece que no se antoja una vida “ligera de equipajes”, nos asombran las estampas de aquellos que han vivido en el desapego de los bienes materiales, e incluso a los que viven en esa sobriedad hasta se les admira como si fuera una virtud heroica, trasciende como noticia impresionante que los líderes anden por la calle.

Por el contrario, resultan sobradamente atractivos los estilos de vida entre lujos y comodidades: la ropa decorosa y de alto prestigio, las casas prominentes y millonarias, los autos de lujo, las joyas, y toda la serie de cuestiones que no resuelven las primeras necesidades y que enamoran la mirada de muchos, mientras entristecen a otros tantos que no pueden hacerse de esos bienes efímeros.

A propósito de lo anterior, resulta impresionante la apología que de sí hacen los candidatos a los cargos de elección popular para defender, abigarradamente, sus casas, vehículos y accesorios. Los estilos de vida fastuosos que ofenden a todos los mexicanos que luego de una larga jornada de trabajo apenas y logran conseguir para alimentar a los integrantes de su familia. Ofende a los padres de familia que llevan años trabajando y no han logrado conseguir para los suyos un patrimonio digno en el cual compartir sus vidas.

No es que el lujo sea malo, de hecho, no parece que lo sea, una vida así se antoja a propios y extraños, en las palabras y elecciones que a lo largo de la vida se van haciendo se esconde el anhelo de una vida en calma y comodidad. La cuestión verdaderamente inquietante es la serie de delitos que punzan atrás de una fortuna: “Detrás de una gran fortuna, se esconde siempre un gran delito”.


Balzac inmortalizó su razonamiento que no dista mucho de la realidad actual: “Detrás de una gran fortuna, se esconde siempre un gran delito”. Basta con ver lo que sucede en las altas esferas de la sociedad para que podamos descubrir la cadena de transgresiones que se esconde tras una gran fortuna. Desgraciadamente nos referimos sólo a la fortuna económica, aunque la verdadera fortuna dista mucho de lo que sólo se compra con dinero.

Se ha minado entre nosotros un pensamiento sempiterno para los hombres: la vida es buena en la medida que se tengan las posibilidades económicas de crecimiento. La sabiduría popular lo canonizó con el dicho famoso: “Con dinero baila el perro”. Mensajes que parecen decirnos que la vida y la fortuna van de la mano, que una y la otra se necesitan de tal forma que la primera no es vida sin la segunda.

Parece que no se antoja una vida “ligera de equipajes”, nos asombran las estampas de aquellos que han vivido en el desapego de los bienes materiales, e incluso a los que viven en esa sobriedad hasta se les admira como si fuera una virtud heroica, trasciende como noticia impresionante que los líderes anden por la calle.

Por el contrario, resultan sobradamente atractivos los estilos de vida entre lujos y comodidades: la ropa decorosa y de alto prestigio, las casas prominentes y millonarias, los autos de lujo, las joyas, y toda la serie de cuestiones que no resuelven las primeras necesidades y que enamoran la mirada de muchos, mientras entristecen a otros tantos que no pueden hacerse de esos bienes efímeros.

A propósito de lo anterior, resulta impresionante la apología que de sí hacen los candidatos a los cargos de elección popular para defender, abigarradamente, sus casas, vehículos y accesorios. Los estilos de vida fastuosos que ofenden a todos los mexicanos que luego de una larga jornada de trabajo apenas y logran conseguir para alimentar a los integrantes de su familia. Ofende a los padres de familia que llevan años trabajando y no han logrado conseguir para los suyos un patrimonio digno en el cual compartir sus vidas.

No es que el lujo sea malo, de hecho, no parece que lo sea, una vida así se antoja a propios y extraños, en las palabras y elecciones que a lo largo de la vida se van haciendo se esconde el anhelo de una vida en calma y comodidad. La cuestión verdaderamente inquietante es la serie de delitos que punzan atrás de una fortuna: “Detrás de una gran fortuna, se esconde siempre un gran delito”.