/ miércoles 25 de noviembre de 2020

Un año de prisión injusta obligó a Rosario a defeccionar

De aquella luchadora social y líder estudiantil en la UNAM, la señora Rosario Robles Berlanga pasó a la lucha política desde la izquierda mexicana, distinguiéndose siempre por su congruencia ideológica, preparación e inteligencia, que le sirvieron de guía para impulsar, junto con la familia Cárdenas, el movimiento democrático nacional en el año de 1987 y postulando al ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano como candidato presidencial.

Los cambios sociales que se iniciaron en la primavera de 1968 en París, Francia, llegaron a Latinoamérica y en México se comenzó a vislumbrar una ruptura que fue creciendo por errores cometidos desde el gobierno. La oportunidad de Vicente Fox se perdió por compartir el poder con Marta Sahagún; luego Felipe Calderón declaró la guerra contra las drogas, dejando una estela de inseguridad por la lucha entre los cárteles de la mafia. La añoranza de que siempre estuvimos mejor cuando estábamos peor, hizo recapacitar a los votantes que refrendaron su voto triunfador a Enrique Peña Nieto.

Lamentable resultó para todos la llegada de AMLO y hoy se vuelve a recordar que con los gobiernos emanados del PRI, siempre estuvimos mejor y que el fiasco que constituye Morena, sin duda permitirá nuevamente el triunfo de los candidatos tricolores en las elecciones del año entrante.

La mala noticia de ayer para quienes admiramos su trayectoria y entendimos su cambio de camiseta del PRD al PRI de Peña Nieto, es que la exsecretaria de Desarrollo Social, Rosario Robles, aspira a ser testigo protegido en el caso la “estafa maestra”. Rosario Robles, considerada por ella misma y por muchos de sus seguidores, incluido el autor de esta columna, como una mujer íntegra, que no caería en las traiciones a las que han sucumbido, primero, Emilio Lozoya y, luego, Emilio Zebadúa; al aspirar a que se le reconozca como testigo protegido en el proceso penal que se le sigue, está a punto de causar una gran decepción.

Aunque cabría la posibilidad de que Rosario Robles estuviera presionada y/o amenazada desde los sótanos del poder de Palacio Nacional, que de no confesar (sin pruebas) o señalar a sus excompañeros de gabinete, con ilícitos presuntamente ejecutados en el gobierno anterior, ella sería condenada injustamente a una pena privativa de su libertad, por su fidelidad al peñanietismo. Solo entonces, Rosario se mantendría con la frente en alto y las manos limpias.

De aquella luchadora social y líder estudiantil en la UNAM, la señora Rosario Robles Berlanga pasó a la lucha política desde la izquierda mexicana, distinguiéndose siempre por su congruencia ideológica, preparación e inteligencia, que le sirvieron de guía para impulsar, junto con la familia Cárdenas, el movimiento democrático nacional en el año de 1987 y postulando al ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano como candidato presidencial.

Los cambios sociales que se iniciaron en la primavera de 1968 en París, Francia, llegaron a Latinoamérica y en México se comenzó a vislumbrar una ruptura que fue creciendo por errores cometidos desde el gobierno. La oportunidad de Vicente Fox se perdió por compartir el poder con Marta Sahagún; luego Felipe Calderón declaró la guerra contra las drogas, dejando una estela de inseguridad por la lucha entre los cárteles de la mafia. La añoranza de que siempre estuvimos mejor cuando estábamos peor, hizo recapacitar a los votantes que refrendaron su voto triunfador a Enrique Peña Nieto.

Lamentable resultó para todos la llegada de AMLO y hoy se vuelve a recordar que con los gobiernos emanados del PRI, siempre estuvimos mejor y que el fiasco que constituye Morena, sin duda permitirá nuevamente el triunfo de los candidatos tricolores en las elecciones del año entrante.

La mala noticia de ayer para quienes admiramos su trayectoria y entendimos su cambio de camiseta del PRD al PRI de Peña Nieto, es que la exsecretaria de Desarrollo Social, Rosario Robles, aspira a ser testigo protegido en el caso la “estafa maestra”. Rosario Robles, considerada por ella misma y por muchos de sus seguidores, incluido el autor de esta columna, como una mujer íntegra, que no caería en las traiciones a las que han sucumbido, primero, Emilio Lozoya y, luego, Emilio Zebadúa; al aspirar a que se le reconozca como testigo protegido en el proceso penal que se le sigue, está a punto de causar una gran decepción.

Aunque cabría la posibilidad de que Rosario Robles estuviera presionada y/o amenazada desde los sótanos del poder de Palacio Nacional, que de no confesar (sin pruebas) o señalar a sus excompañeros de gabinete, con ilícitos presuntamente ejecutados en el gobierno anterior, ella sería condenada injustamente a una pena privativa de su libertad, por su fidelidad al peñanietismo. Solo entonces, Rosario se mantendría con la frente en alto y las manos limpias.