/ viernes 11 de junio de 2021

Un valor en el olvido

Nuestra sociedad disfruta las prisas, la rapidez, la inmediatez. La velocidad de las comunicaciones y la rapidez con la que las plataformas nos permiten conocer productos, enterarnos de lo que sucede del otro lado del mundo, hasta las nuevas aplicaciones que nos ofrecen productos y comida con exagerada rapidez; todo ello nos ha hecho minusvalorar la paciencia.

Incluso, tal parece que se pondera como algo muy bueno la eficiencia, la prontitud y la rapidez, ¡hasta es el mensaje promocional de muchas marcas! Frente a una sociedad que diviniza la rapidez emerge el gran valor la paciencia.

En el ambiente del campo la paciencia es un valor muy estimado. Los sembradores preparan sus tierras con gran paciencia. Con paciente espera aguardan los tiempos de lluvias. Con paciencia esperan que sus semillas maduren para la siembra. Y así, cuando todo está listo, con paso lento, van a sus tierras y comienzan a esparcir sus semillas; con la desbordante emoción de quien espera una abundante cosecha.

Terminado el protocolo, se retiran a sus casas cansados y contentos, con la esperanza decidida que su semilla emerja de la tierra. Y sus ojos se llenan de emoción contagiosa cuando ven que ha brotado una platita tímida, con un tono que deja al descubierto su fragilidad. La gracia del sembrador, su virtud por excelencia, es la paciencia. Después de haber sembrado, todo depende de la semilla, del clima y de la tierra. De él ya no depende. Por eso se retira a esperar. Por más que haga esfuerzos, la semilla brotará a su tiempo. Ni antes ni después: en su momento.

Así como el sembrador se retira confiado, esperanzado, seguro de su semilla, así podemos retirarnos nosotros. Seguros que nuestra semilla de calidad brotará a su tiempo, si las condiciones se lo permiten. Qué hermoso es pensar que en la esperanzada paciencia. Sólo espera paciente –y con un tanto de sufrimiento– el que ama.

Incluso, uno de los mensajes que hay detrás del texto del evangelio en el que Jesús explica la vitalidad que se encierra en la semilla y que está por estallar si encuentra las condiciones precisas es la invitación a la paciencia.

La paciencia es un don de Dios y es parte, también, del esfuerzo humano. Es una invitación a ser pacientes con cada uno. A tener paciencia que todo lo bueno, si encuentra en nosotros tierra y condiciones fértiles, germinará hasta dar frutos. O hasta convertirse en un arbusto grande que dé sombra a las aves. ¡Vaya valor tan sugerente y contracultural!

Nuestra sociedad disfruta las prisas, la rapidez, la inmediatez. La velocidad de las comunicaciones y la rapidez con la que las plataformas nos permiten conocer productos, enterarnos de lo que sucede del otro lado del mundo, hasta las nuevas aplicaciones que nos ofrecen productos y comida con exagerada rapidez; todo ello nos ha hecho minusvalorar la paciencia.

Incluso, tal parece que se pondera como algo muy bueno la eficiencia, la prontitud y la rapidez, ¡hasta es el mensaje promocional de muchas marcas! Frente a una sociedad que diviniza la rapidez emerge el gran valor la paciencia.

En el ambiente del campo la paciencia es un valor muy estimado. Los sembradores preparan sus tierras con gran paciencia. Con paciente espera aguardan los tiempos de lluvias. Con paciencia esperan que sus semillas maduren para la siembra. Y así, cuando todo está listo, con paso lento, van a sus tierras y comienzan a esparcir sus semillas; con la desbordante emoción de quien espera una abundante cosecha.

Terminado el protocolo, se retiran a sus casas cansados y contentos, con la esperanza decidida que su semilla emerja de la tierra. Y sus ojos se llenan de emoción contagiosa cuando ven que ha brotado una platita tímida, con un tono que deja al descubierto su fragilidad. La gracia del sembrador, su virtud por excelencia, es la paciencia. Después de haber sembrado, todo depende de la semilla, del clima y de la tierra. De él ya no depende. Por eso se retira a esperar. Por más que haga esfuerzos, la semilla brotará a su tiempo. Ni antes ni después: en su momento.

Así como el sembrador se retira confiado, esperanzado, seguro de su semilla, así podemos retirarnos nosotros. Seguros que nuestra semilla de calidad brotará a su tiempo, si las condiciones se lo permiten. Qué hermoso es pensar que en la esperanzada paciencia. Sólo espera paciente –y con un tanto de sufrimiento– el que ama.

Incluso, uno de los mensajes que hay detrás del texto del evangelio en el que Jesús explica la vitalidad que se encierra en la semilla y que está por estallar si encuentra las condiciones precisas es la invitación a la paciencia.

La paciencia es un don de Dios y es parte, también, del esfuerzo humano. Es una invitación a ser pacientes con cada uno. A tener paciencia que todo lo bueno, si encuentra en nosotros tierra y condiciones fértiles, germinará hasta dar frutos. O hasta convertirse en un arbusto grande que dé sombra a las aves. ¡Vaya valor tan sugerente y contracultural!