/ miércoles 31 de octubre de 2018

Una señora de otro tiempo

Era una viejecita menuda de cuerpo, de apariencia frágil aunque en general de buena salud; amable con todos, de sonrisa fácil pero de carácter fuerte. En su vida sufrió penas grandes de ésas que incluso a otros quitan las ganas de continuar con vida, pero ella asimilaba los golpes y seguía adelante. Tenía el alma marcada con muchas cicatrices, sin embargo su ánimo se renovaba con cada amanecer. Sufrió mucho empero raras veces se le vio llorar. Durante varias décadas vivió sola, mas eso nunca le robó la alegría de vivir; la depresión nunca tocó a su puerta. Le gustaba escuchar música y a veces cantaba sola como lo había hecho desde su juventud mientras hacía sus quehaceres domésticos. Su modesta casa era todo su patrimonio, mas nunca envidió a los demás porque vivía convencida que no necesitaba más; nunca aspiró a competir con los ricos del panteón. Por cierto compró un lote en el cementerio, para no preocupar a nadie a la hora de su muerte. Tenía una memoria excelente que conservó sin mengua hasta el día de su muerte; en ella guardaba el debe y el haber de su existencia y todo el acontecer de su tiempo. Apenas sabía leer y escribir, pero discutir con ella era enfrentarse a una pugilista implacable: a su memoria, su lógica y sentido común. Salir airoso no era cosa fácil. Frecuentemente me contaba historias de mi familia y de mi pueblo; algunas borradas con el polvo del tiempo, pero que ella resucitaba con la magia de su relato. Semejantes a sus relatos verbales eran sus cartas. Sus palabras fluían como un arroyo cuesta abajo. Sus metáforas sencillas daban elegancia a su relato; pero sobre todo el sentimiento que trasmitía era capaz de conmover hasta la Esfinge egipcia. A veces componía también algunos versos. Yo como nadie tuve el privilegio de ser depositario de muchos de sus recuerdos de tiempos añejos; de los que ella presenció o vivió, y de los que le contó su madre, ya que su padre falleció siendo ella una infanta. Por lo tanto, era traer al presente hechos acaecidos en la época de la Revolución. Falleció un día de diciembre de hace tres años. Su corazón no resistió más y dejó de palpitar una madrugada. La noticia me llegó a la hora de irme a trabajar. No puede acudir de inmediato, ya que a las once horas de ese infausto día, iba a ser en mi entonces calidad de magistrado, ponente en una audiencia pública dentro de un juicio penal oral. Al finalizar ésta acudí a verla. Era mi madre, a quien hoy quise recordar con estas palabras. evaz2010@hotmail.com


Era una viejecita menuda de cuerpo, de apariencia frágil aunque en general de buena salud; amable con todos, de sonrisa fácil pero de carácter fuerte. En su vida sufrió penas grandes de ésas que incluso a otros quitan las ganas de continuar con vida, pero ella asimilaba los golpes y seguía adelante. Tenía el alma marcada con muchas cicatrices, sin embargo su ánimo se renovaba con cada amanecer. Sufrió mucho empero raras veces se le vio llorar. Durante varias décadas vivió sola, mas eso nunca le robó la alegría de vivir; la depresión nunca tocó a su puerta. Le gustaba escuchar música y a veces cantaba sola como lo había hecho desde su juventud mientras hacía sus quehaceres domésticos. Su modesta casa era todo su patrimonio, mas nunca envidió a los demás porque vivía convencida que no necesitaba más; nunca aspiró a competir con los ricos del panteón. Por cierto compró un lote en el cementerio, para no preocupar a nadie a la hora de su muerte. Tenía una memoria excelente que conservó sin mengua hasta el día de su muerte; en ella guardaba el debe y el haber de su existencia y todo el acontecer de su tiempo. Apenas sabía leer y escribir, pero discutir con ella era enfrentarse a una pugilista implacable: a su memoria, su lógica y sentido común. Salir airoso no era cosa fácil. Frecuentemente me contaba historias de mi familia y de mi pueblo; algunas borradas con el polvo del tiempo, pero que ella resucitaba con la magia de su relato. Semejantes a sus relatos verbales eran sus cartas. Sus palabras fluían como un arroyo cuesta abajo. Sus metáforas sencillas daban elegancia a su relato; pero sobre todo el sentimiento que trasmitía era capaz de conmover hasta la Esfinge egipcia. A veces componía también algunos versos. Yo como nadie tuve el privilegio de ser depositario de muchos de sus recuerdos de tiempos añejos; de los que ella presenció o vivió, y de los que le contó su madre, ya que su padre falleció siendo ella una infanta. Por lo tanto, era traer al presente hechos acaecidos en la época de la Revolución. Falleció un día de diciembre de hace tres años. Su corazón no resistió más y dejó de palpitar una madrugada. La noticia me llegó a la hora de irme a trabajar. No puede acudir de inmediato, ya que a las once horas de ese infausto día, iba a ser en mi entonces calidad de magistrado, ponente en una audiencia pública dentro de un juicio penal oral. Al finalizar ésta acudí a verla. Era mi madre, a quien hoy quise recordar con estas palabras. evaz2010@hotmail.com