/ viernes 25 de marzo de 2022

Una vida más y mejor

La dinámica propia de la cuaresma sólo cumple su finalidad cuando encamina por una vida nueva, cuando permite anhelar profundamente una vida mejor, distinta, mayor. Vida nueva que no se queda en la abstracción de bellas ideas, sino que se experimenta en la manera de sentir, pensar, vivir y plantarse en el mundo.

Si al final de la cuaresma, esta vida nueva no es un estilo propio, de nada habrá servido el ayuno, la caridad, abstenernos de carne, rezar los viacrucis, ni la ceniza en la frente. Todo está en función de sacudir del letargo y hacer que estalle en el interior el deseo por una vida más y mejor.

La vida nueva que comunica Cristo, Él es el único que puede hacer nuevas todas las cosas, nadie más tiene esa capacidad, sólo Él. Estando con Él es como se aprende a mirar como Él mira, a sentir como siente Él, estando en una relación afectiva con Él es como se alcanza a tener los sentimientos del Hijo. En eso consiste la verdadera vida nueva, todo lo demás son deformaciones de un ego que anhela erigirse, gobernar, controlar, impresionar. La vida nueva sólo es posible según el modo y el estilo de Jesús.

Por eso Él ha llamado a los discípulos a estar con Él, y a quienes les pregunta dónde vive, les invita a ir y a ver, porque viéndolo y conviviendo con Él se puede experimentar la sutileza de una vida nueva, según el Espíritu.

La vida nueva es una forma distinta de relacionarse unos con otros, una relación más sana, mejor, auténtica. La primera relación es con uno mismo, no desde las expectativas de los otros, ni los proyectos de los demás, sino de acuerdo con la verdad que ha dejado Dios en nuestro corazón. Así, desde una relación sana y respetuosa consigo mismo, es posible una relación saludable con los otros, que no son enemigos ni súbditos, sino compañeros de viaje, festejando con ellos, caminando con ellos es como se vive una dimensión más de la vida nueva. Y, por último, la vida nueva comporta una relación sana con Dios, ni neurótica ni laxa, sino la relación del Hijo que se sabe entrañablemente amado por su padre.

Dada la belleza y hermosura de esta vida nueva, constantemente urge la invitación al discernimiento, a la revisión constante, a mirar como Él mira. La vida nueva es tan hermosa que con facilidad se quiere arrebatar. El que vive según Cristo es una criatura nueva, para quien todo lo viejo ha pasado.

La dinámica propia de la cuaresma sólo cumple su finalidad cuando encamina por una vida nueva, cuando permite anhelar profundamente una vida mejor, distinta, mayor. Vida nueva que no se queda en la abstracción de bellas ideas, sino que se experimenta en la manera de sentir, pensar, vivir y plantarse en el mundo.

Si al final de la cuaresma, esta vida nueva no es un estilo propio, de nada habrá servido el ayuno, la caridad, abstenernos de carne, rezar los viacrucis, ni la ceniza en la frente. Todo está en función de sacudir del letargo y hacer que estalle en el interior el deseo por una vida más y mejor.

La vida nueva que comunica Cristo, Él es el único que puede hacer nuevas todas las cosas, nadie más tiene esa capacidad, sólo Él. Estando con Él es como se aprende a mirar como Él mira, a sentir como siente Él, estando en una relación afectiva con Él es como se alcanza a tener los sentimientos del Hijo. En eso consiste la verdadera vida nueva, todo lo demás son deformaciones de un ego que anhela erigirse, gobernar, controlar, impresionar. La vida nueva sólo es posible según el modo y el estilo de Jesús.

Por eso Él ha llamado a los discípulos a estar con Él, y a quienes les pregunta dónde vive, les invita a ir y a ver, porque viéndolo y conviviendo con Él se puede experimentar la sutileza de una vida nueva, según el Espíritu.

La vida nueva es una forma distinta de relacionarse unos con otros, una relación más sana, mejor, auténtica. La primera relación es con uno mismo, no desde las expectativas de los otros, ni los proyectos de los demás, sino de acuerdo con la verdad que ha dejado Dios en nuestro corazón. Así, desde una relación sana y respetuosa consigo mismo, es posible una relación saludable con los otros, que no son enemigos ni súbditos, sino compañeros de viaje, festejando con ellos, caminando con ellos es como se vive una dimensión más de la vida nueva. Y, por último, la vida nueva comporta una relación sana con Dios, ni neurótica ni laxa, sino la relación del Hijo que se sabe entrañablemente amado por su padre.

Dada la belleza y hermosura de esta vida nueva, constantemente urge la invitación al discernimiento, a la revisión constante, a mirar como Él mira. La vida nueva es tan hermosa que con facilidad se quiere arrebatar. El que vive según Cristo es una criatura nueva, para quien todo lo viejo ha pasado.