/ viernes 9 de agosto de 2019

Una vida y una muerte dignas

El pasado 3 de agosto cumplió dos meses de fallecida la maestra e historiadora María Elena Heredia Archila. Nació en Villa Flores, Chiapas, vivió toda su vida en la Ciudad de México, estudió en la UNAM la carrera de Historia. Murió en Xaltepec, Banderilla, atendida por sus seres más queridos y cercanos (sus hijos), con tanto amor como tristeza. Su agonía fue lenta y silenciosa. Se apagó lentamente ese cerebro que fue una lumbrera, parafraseando a Engels sobre la muerte de Carlos Marx (guardando las debidas proporciones).

La maestra Heredia —como era conocida en la Preparatoria no. 5 de la UNAM— trabajó como docente, impartiendo clases de historia de México y Universal. Dándole el carácter científico a la interpretación histórica; concebida ésta como el devenir dialéctico de la lucha de clases. La maestra era consecuente con su ideología, con el marxismo y particularmente con el trotskismo, que ella, como muchos otros, consideraba, el marxismo de nuestra época. Que nos permitió comprender el surgimiento de la burocracia soviética y la debacle del “socialismo” estalinista.

La maestra Heredia, como miles de jóvenes mexicanos, formó su conciencia política en el Movimiento Estudiantil de l968, fue brigadista. Sobrevivió a la masacre de Tlatelolco del 2 de octubre. Visitaba a sus compañeros de lucha y de estudio en la cárcel de Lecumberri. Juntos participamos en la formación —donde nos conocimos— en la organización de un comité por la libertad de los presos políticos. Juntos conocimos quien era Trotsky y el trotskismo. Así empezó una relación y una convivencia que duró 20 años, fructífera, afectiva y políticamente, y la generación de dos hijos (Luisa y Alfredo) hoy ciudadanos herederos de la sensibilidad y de los principios éticos y políticos de su madre. Una amiga viendo la entrega y el amor con que su hijo atendía a su madre, dijo: “Es una bendición de Dios tener un hijo así”.

Participamos en la marcha de junio 1971 por la libertad de los presos políticos, salvajemente reprimida por el grupo paramilitar “los Halcones”. Participó también en la huelga de los trabajadores y empleados de la UNAM (STEUNAM), por su reconocimiento y su legitimación ante la comunidad universitaria. Así quedó inscrito el sindicato dentro de la vertiente democrática de la clase trabajadora.

Consecuente con sus principios, siendo suplente (sin base como docente), apoyó la huelga estudiantil de la UNAM de 2004, cuando pendía sobre los maestros la orden de rectoría que se rescindiera el contrato a los que apoyaran la huelga. La maestra Heredia estaba en la lista de los candidatos a la rescisión. El director se negó a aplicarla, argumentando “que sería un error rescindir a la maestra Heredia, ya que ésta era una excelente docente”. Ya jubilada, tenía proyectado dar clases de historia gratuitas. Tal era su amor a su oficio. Sembrando futuro.

Murió tranquila, en paz y con la cercanía de sus hijos. Consecuente con sus ideas y convicciones. Cuando no perdía totalmente sus facultades motrices e intelectuales le preocupaba la necesidad urgente de sembrar conciencia en los jóvenes, de que en este siglo se juega el destino de la humanidad, la sobrevivencia en este planeta y que no hay otra salida para conseguir la paz, que el socialismo. Repetía la sentencia de Rosa Luxemburgo: “Socialismo o barbarie”. Así mismo compartía lo escrito por León Trotsky en su testamento: “… cualesquiera que sean las circunstancias de mi muerte, moriré con una fe inquebrantable en el futuro comunista. Esta fe en el hombre y en su futuro me da incluso ahora, un poder tal de resistencia, como no puede dar ninguna religión”. Descanse en paz la maestra, la que frente a la vida y sus vicisitudes fue una guerrera, como alguien la calificó.

El pasado 3 de agosto cumplió dos meses de fallecida la maestra e historiadora María Elena Heredia Archila. Nació en Villa Flores, Chiapas, vivió toda su vida en la Ciudad de México, estudió en la UNAM la carrera de Historia. Murió en Xaltepec, Banderilla, atendida por sus seres más queridos y cercanos (sus hijos), con tanto amor como tristeza. Su agonía fue lenta y silenciosa. Se apagó lentamente ese cerebro que fue una lumbrera, parafraseando a Engels sobre la muerte de Carlos Marx (guardando las debidas proporciones).

La maestra Heredia —como era conocida en la Preparatoria no. 5 de la UNAM— trabajó como docente, impartiendo clases de historia de México y Universal. Dándole el carácter científico a la interpretación histórica; concebida ésta como el devenir dialéctico de la lucha de clases. La maestra era consecuente con su ideología, con el marxismo y particularmente con el trotskismo, que ella, como muchos otros, consideraba, el marxismo de nuestra época. Que nos permitió comprender el surgimiento de la burocracia soviética y la debacle del “socialismo” estalinista.

La maestra Heredia, como miles de jóvenes mexicanos, formó su conciencia política en el Movimiento Estudiantil de l968, fue brigadista. Sobrevivió a la masacre de Tlatelolco del 2 de octubre. Visitaba a sus compañeros de lucha y de estudio en la cárcel de Lecumberri. Juntos participamos en la formación —donde nos conocimos— en la organización de un comité por la libertad de los presos políticos. Juntos conocimos quien era Trotsky y el trotskismo. Así empezó una relación y una convivencia que duró 20 años, fructífera, afectiva y políticamente, y la generación de dos hijos (Luisa y Alfredo) hoy ciudadanos herederos de la sensibilidad y de los principios éticos y políticos de su madre. Una amiga viendo la entrega y el amor con que su hijo atendía a su madre, dijo: “Es una bendición de Dios tener un hijo así”.

Participamos en la marcha de junio 1971 por la libertad de los presos políticos, salvajemente reprimida por el grupo paramilitar “los Halcones”. Participó también en la huelga de los trabajadores y empleados de la UNAM (STEUNAM), por su reconocimiento y su legitimación ante la comunidad universitaria. Así quedó inscrito el sindicato dentro de la vertiente democrática de la clase trabajadora.

Consecuente con sus principios, siendo suplente (sin base como docente), apoyó la huelga estudiantil de la UNAM de 2004, cuando pendía sobre los maestros la orden de rectoría que se rescindiera el contrato a los que apoyaran la huelga. La maestra Heredia estaba en la lista de los candidatos a la rescisión. El director se negó a aplicarla, argumentando “que sería un error rescindir a la maestra Heredia, ya que ésta era una excelente docente”. Ya jubilada, tenía proyectado dar clases de historia gratuitas. Tal era su amor a su oficio. Sembrando futuro.

Murió tranquila, en paz y con la cercanía de sus hijos. Consecuente con sus ideas y convicciones. Cuando no perdía totalmente sus facultades motrices e intelectuales le preocupaba la necesidad urgente de sembrar conciencia en los jóvenes, de que en este siglo se juega el destino de la humanidad, la sobrevivencia en este planeta y que no hay otra salida para conseguir la paz, que el socialismo. Repetía la sentencia de Rosa Luxemburgo: “Socialismo o barbarie”. Así mismo compartía lo escrito por León Trotsky en su testamento: “… cualesquiera que sean las circunstancias de mi muerte, moriré con una fe inquebrantable en el futuro comunista. Esta fe en el hombre y en su futuro me da incluso ahora, un poder tal de resistencia, como no puede dar ninguna religión”. Descanse en paz la maestra, la que frente a la vida y sus vicisitudes fue una guerrera, como alguien la calificó.