/ miércoles 14 de abril de 2021

¡Vamos México, hasta las piedras cambian!

Voy escribiendo, mientras leo, me detengo ante la noticia, queda una sensación de tristeza, de ahogo, incluso de desesperanza. En el inconsciente permanecen las ideas; en el inconsciente, tal vez las palabras.

Encuentro también frases, uniones de palabras que han terminado por ser casi una palabra, expresiones que se leen a golpe de vista, frases hechas ya, a fuerza de repeticiones incesantes.

No se trata de culpar a los medios que al fin reportan lo que sucede signo de reconocer que hoy otras palabras están ligadas a hechos y entornos difíciles, lo que no debe llevarnos a la desesperanza, sino a la conciencia.

Y, desde luego, a la decisión de transformar esta realidad para que nuestro ánimo y nuestras palabras nos conduzcan a un mejor horizonte, a un campo semántico distinto.

Como es bien sabido, el próximo 6 de junio se celebrarán las elecciones más grandes de la historia de México. A nivel nacional se decidirá quiénes van a ocupar los 500 asientos de la Cámara de Diputados. A nivel estatal estarán en juego 15 gubernaturas. Se elegirá en total a mil 67 diputados locales y mil 967 alcaldes, con sus respectivos regidores. En total, 21 mil puestos de elección popular. Más de un millón 400 mil ciudadanos estarán investidos la responsabilidad de ser funcionarios en alguna de las 162 mil casillas de votación en las que potencialmente podrán depositar su voto (o bien, enviarlo por vía electrónica o postal en el caso de quienes voten desde el extranjero) unos 94 millones de electores.

Para la política nacional, desde luego, la renovación de la Cámara de Diputados tiene una enorme relevancia. Se trata de las elecciones de medio término del presidente López Obrador, y en cierta medida son una evaluación de su mandato y un termómetro de la confianza de la gente en su ambiciosa propuesta de transformación. El resultado de esta elección va a definir ni más ni menos qué tanto margen de maniobra tendrá el presidente para seguir con su proyecto. Una variable importante para definir el resultado de esta elección es la aprobación presidencial. La encuesta de Alejandro Moreno, publicada por El Financiero, muestra que el presidente llega a esta elección con una aprobación (del 61%) ligeramente a la baja y una desaprobación a la alza (36%), pero que siguen dentro de una franja en la que se han mantenido estables desde mediados del año pasado. Como es natural, la aprobación del presidente ha dejado ya los altísimos niveles que tuvo al inicio del sexenio y se ubica en niveles parecidos a los que tuvieron otros presidentes en momentos equivalentes.

Hay que sumar en los temas del desempeño de gobierno, en específico el manejo de la salud, seguridad pública, combate a la corrupción y economía, han bajado y que hoy las opiniones negativas son más altas que las positivas, además de que la valoración sobre las cualidades del presidente para gobernar también han bajado.

La aprobación del presidente y el desempeño del gobierno federal no son los únicos datos que van a definir el resultado de esta elección. Expertos en la aprobación presidencial y voto han señalado que la aprobación es condición necesaria, pero no suficiente para que el partido en el gobierno gane una elección. También está el efecto de las elecciones locales. Dado que es frecuente que los electores crucemos todas las boletas por el mismo partido o coalición, en lugar de hacer voto diferenciado para cada elección, la influencia de los asuntos locales en las elecciones nacionales es natural, pues para el ciudadano promedio lo que ocurre en su municipio y estado le afecta de manera palpable, mientras que los asuntos de la Federación muchas veces ni a melón le sabe.

En otro tema, nunca ha habido una palabra de reconocimiento hacia el INE por parte del presidente. Mucho menos respeto. No es la primera vez que el INE está bajo ataque, aunque sí la primera ocasión que lo hace un presidente en funciones.

Cuando tomó posesión, tuvo algunas expresiones de agradecimiento y reconciliación para algunos sectores y personas, incluido el presidente Peña Nieto. Ninguna para el INE. No las habrá. Lo previsible son más descalificaciones a la autoridad electoral.

El PRI lo hizo acremente durante muchos años. Por ejemplo: a fines de la década de 1990, el entonces partido en el poder acusaba al instituto de tener un sesgo anti-PRI y amenazó con enjuiciar a varios consejeros. En 1997 habrá perdido por primera vez en su historia la mayoría en la Cámara de Diputados y ese hecho lo predispone a acusar, de vez en vez, a la autoridad electoral.

El Partido Verde también ha asediado al instituto.

En 2007 ante una embestida en contra del IFE por parte del PRI y del PRD al que acusaban de pérdida de confianza por razones confusas, entre ellas el conflicto pos electoral de 2006, el PAN apoyó una reforma electoral.

De tal forma que los ataques al INE, activos o pasivos, son parte del paisaje de la política mexicana tan llena de actitudes oportunistas irresponsables.

Voy escribiendo, mientras leo, me detengo ante la noticia, queda una sensación de tristeza, de ahogo, incluso de desesperanza. En el inconsciente permanecen las ideas; en el inconsciente, tal vez las palabras.

Encuentro también frases, uniones de palabras que han terminado por ser casi una palabra, expresiones que se leen a golpe de vista, frases hechas ya, a fuerza de repeticiones incesantes.

No se trata de culpar a los medios que al fin reportan lo que sucede signo de reconocer que hoy otras palabras están ligadas a hechos y entornos difíciles, lo que no debe llevarnos a la desesperanza, sino a la conciencia.

Y, desde luego, a la decisión de transformar esta realidad para que nuestro ánimo y nuestras palabras nos conduzcan a un mejor horizonte, a un campo semántico distinto.

Como es bien sabido, el próximo 6 de junio se celebrarán las elecciones más grandes de la historia de México. A nivel nacional se decidirá quiénes van a ocupar los 500 asientos de la Cámara de Diputados. A nivel estatal estarán en juego 15 gubernaturas. Se elegirá en total a mil 67 diputados locales y mil 967 alcaldes, con sus respectivos regidores. En total, 21 mil puestos de elección popular. Más de un millón 400 mil ciudadanos estarán investidos la responsabilidad de ser funcionarios en alguna de las 162 mil casillas de votación en las que potencialmente podrán depositar su voto (o bien, enviarlo por vía electrónica o postal en el caso de quienes voten desde el extranjero) unos 94 millones de electores.

Para la política nacional, desde luego, la renovación de la Cámara de Diputados tiene una enorme relevancia. Se trata de las elecciones de medio término del presidente López Obrador, y en cierta medida son una evaluación de su mandato y un termómetro de la confianza de la gente en su ambiciosa propuesta de transformación. El resultado de esta elección va a definir ni más ni menos qué tanto margen de maniobra tendrá el presidente para seguir con su proyecto. Una variable importante para definir el resultado de esta elección es la aprobación presidencial. La encuesta de Alejandro Moreno, publicada por El Financiero, muestra que el presidente llega a esta elección con una aprobación (del 61%) ligeramente a la baja y una desaprobación a la alza (36%), pero que siguen dentro de una franja en la que se han mantenido estables desde mediados del año pasado. Como es natural, la aprobación del presidente ha dejado ya los altísimos niveles que tuvo al inicio del sexenio y se ubica en niveles parecidos a los que tuvieron otros presidentes en momentos equivalentes.

Hay que sumar en los temas del desempeño de gobierno, en específico el manejo de la salud, seguridad pública, combate a la corrupción y economía, han bajado y que hoy las opiniones negativas son más altas que las positivas, además de que la valoración sobre las cualidades del presidente para gobernar también han bajado.

La aprobación del presidente y el desempeño del gobierno federal no son los únicos datos que van a definir el resultado de esta elección. Expertos en la aprobación presidencial y voto han señalado que la aprobación es condición necesaria, pero no suficiente para que el partido en el gobierno gane una elección. También está el efecto de las elecciones locales. Dado que es frecuente que los electores crucemos todas las boletas por el mismo partido o coalición, en lugar de hacer voto diferenciado para cada elección, la influencia de los asuntos locales en las elecciones nacionales es natural, pues para el ciudadano promedio lo que ocurre en su municipio y estado le afecta de manera palpable, mientras que los asuntos de la Federación muchas veces ni a melón le sabe.

En otro tema, nunca ha habido una palabra de reconocimiento hacia el INE por parte del presidente. Mucho menos respeto. No es la primera vez que el INE está bajo ataque, aunque sí la primera ocasión que lo hace un presidente en funciones.

Cuando tomó posesión, tuvo algunas expresiones de agradecimiento y reconciliación para algunos sectores y personas, incluido el presidente Peña Nieto. Ninguna para el INE. No las habrá. Lo previsible son más descalificaciones a la autoridad electoral.

El PRI lo hizo acremente durante muchos años. Por ejemplo: a fines de la década de 1990, el entonces partido en el poder acusaba al instituto de tener un sesgo anti-PRI y amenazó con enjuiciar a varios consejeros. En 1997 habrá perdido por primera vez en su historia la mayoría en la Cámara de Diputados y ese hecho lo predispone a acusar, de vez en vez, a la autoridad electoral.

El Partido Verde también ha asediado al instituto.

En 2007 ante una embestida en contra del IFE por parte del PRI y del PRD al que acusaban de pérdida de confianza por razones confusas, entre ellas el conflicto pos electoral de 2006, el PAN apoyó una reforma electoral.

De tal forma que los ataques al INE, activos o pasivos, son parte del paisaje de la política mexicana tan llena de actitudes oportunistas irresponsables.