/ martes 13 de noviembre de 2018

Vientos de transformación

Mi padre Julio Lara Reyes fue almazanista y henriquista y sufrió como joven y como hombre maduro las derrotas ante un aparato electoral devastador que imponía su voluntad de manera contundente y brutal. Allá por la década de los 50, en un período de aflicción, mi progenitor me expresó que era muy difícil y casi imposible ganarle al elemento que designaba el gobierno como su candidato. En tal ocasión como un niño de la primaria me atreví a decirle a ese ser noble y trabajador que eso cambiaría después, cuando el pueblo despertara y votara por una opción diferente. Me agradeció por mis palabras, pero no logré borrar sus pesadumbres. Desafortunadamente falleció antes del año 2000 y no pudo ver ni la alternancia en el poder ni el inicio de una incipiente transición democrática en este 2018.

Que componga el mundo quien lo hizo. Eso me decían algunos de mis mayores. Otros de mis amigos anteriores incentivaban mi temeridad para actuar de manera emergente, a fin de purificar o mejorar las cosas. Esos individuos, los tranquilos, lo menos que indicaban es que saldrían crucificados todos los que se propongan la mejoría del pueblo. Pero hay alocados o ilusos que no entienden o no entendemos y todavía ahora, a más de 76 años de existencia, andamos en esas aventuras populares y en esas concentraciones revitalizadoras. Uno de mis hijos, entendido en cuestiones estadísticas, me ilustra que los mexicanos somos en buena proporción comodinos y conservadores; preferimos seguir como estamos que experimentar momentos de prueba y de desasosiego. Cuando me atrevo a invitar a algunos colegas, amigos, vecinos y compañeros para que nos sumemos a una lucha que ponga un dique a los depredadores, conservadores y neoliberales, una buena parte de mis interlocutores me indican a quemarropa que no le entran al asunto, que estamos bien y que nuestro país tiene estabilidad. Probablemente ando un poco deschavetado, porque observo al país muy alejado de mis anhelos. Desearía que mi Nación fuera un campo ideal para las aspiraciones de mis descendientes; que en cada oportunidad, tanto mis hijos como mis nietos, vieran la manera de poner en vigencia sus conocimientos y habilidades y lograr así sus aspiraciones legítimas. Espero que el devenir les permita consolidar sus objetivos y metas personales y profesionales en nuestro territorio y no tengan que cruzar el charco o la frontera norte para mejorar sus niveles de vida y de realización laboral y existencial.

Hoy avizoro tiempos de cambio real, de un período transformador que enderece a nuestro país, de un lapso renovador que impida el colapso de México como nación soberana. Si bien pareciera que con el actual presidente íbamos en caída libre hacia el “despeñadero”, razono que el sufragio ciudadano mayoritario del primero de julio fue un mandato para que los nuevos funcionarios y representantes populares transiten por vías diferentes a sus antecesores, prevaleciendo en ellos el afán de servicio, la eficiencia, la congruencia y el comportamiento ético en el desempeño de sus labores comunitarias. La triste realidad no cambiará de la noche a la mañana, pero sí se pueden poner las bases o cimientos para el desenvolvimiento pleno de las nuevas generaciones y el uso sustentable de nuestro patrimonio natural. Tengo la certeza de que no se desaprovechará esta oportunidad histórica.


Mi padre Julio Lara Reyes fue almazanista y henriquista y sufrió como joven y como hombre maduro las derrotas ante un aparato electoral devastador que imponía su voluntad de manera contundente y brutal. Allá por la década de los 50, en un período de aflicción, mi progenitor me expresó que era muy difícil y casi imposible ganarle al elemento que designaba el gobierno como su candidato. En tal ocasión como un niño de la primaria me atreví a decirle a ese ser noble y trabajador que eso cambiaría después, cuando el pueblo despertara y votara por una opción diferente. Me agradeció por mis palabras, pero no logré borrar sus pesadumbres. Desafortunadamente falleció antes del año 2000 y no pudo ver ni la alternancia en el poder ni el inicio de una incipiente transición democrática en este 2018.

Que componga el mundo quien lo hizo. Eso me decían algunos de mis mayores. Otros de mis amigos anteriores incentivaban mi temeridad para actuar de manera emergente, a fin de purificar o mejorar las cosas. Esos individuos, los tranquilos, lo menos que indicaban es que saldrían crucificados todos los que se propongan la mejoría del pueblo. Pero hay alocados o ilusos que no entienden o no entendemos y todavía ahora, a más de 76 años de existencia, andamos en esas aventuras populares y en esas concentraciones revitalizadoras. Uno de mis hijos, entendido en cuestiones estadísticas, me ilustra que los mexicanos somos en buena proporción comodinos y conservadores; preferimos seguir como estamos que experimentar momentos de prueba y de desasosiego. Cuando me atrevo a invitar a algunos colegas, amigos, vecinos y compañeros para que nos sumemos a una lucha que ponga un dique a los depredadores, conservadores y neoliberales, una buena parte de mis interlocutores me indican a quemarropa que no le entran al asunto, que estamos bien y que nuestro país tiene estabilidad. Probablemente ando un poco deschavetado, porque observo al país muy alejado de mis anhelos. Desearía que mi Nación fuera un campo ideal para las aspiraciones de mis descendientes; que en cada oportunidad, tanto mis hijos como mis nietos, vieran la manera de poner en vigencia sus conocimientos y habilidades y lograr así sus aspiraciones legítimas. Espero que el devenir les permita consolidar sus objetivos y metas personales y profesionales en nuestro territorio y no tengan que cruzar el charco o la frontera norte para mejorar sus niveles de vida y de realización laboral y existencial.

Hoy avizoro tiempos de cambio real, de un período transformador que enderece a nuestro país, de un lapso renovador que impida el colapso de México como nación soberana. Si bien pareciera que con el actual presidente íbamos en caída libre hacia el “despeñadero”, razono que el sufragio ciudadano mayoritario del primero de julio fue un mandato para que los nuevos funcionarios y representantes populares transiten por vías diferentes a sus antecesores, prevaleciendo en ellos el afán de servicio, la eficiencia, la congruencia y el comportamiento ético en el desempeño de sus labores comunitarias. La triste realidad no cambiará de la noche a la mañana, pero sí se pueden poner las bases o cimientos para el desenvolvimiento pleno de las nuevas generaciones y el uso sustentable de nuestro patrimonio natural. Tengo la certeza de que no se desaprovechará esta oportunidad histórica.


ÚLTIMASCOLUMNAS
viernes 08 de marzo de 2019

Ayer tuve un sueño…

Jorge E

viernes 28 de diciembre de 2018

Cavilaciones en el año que se va

Jorge E

miércoles 28 de noviembre de 2018

Amplios horizontes de la ciencia

Jorge E

martes 13 de noviembre de 2018

Vientos de transformación

Jorge E

miércoles 24 de octubre de 2018

El optimismo ante el devenir

Jorge E

martes 16 de octubre de 2018

¡Más luz y menos oscuridad!

Jorge E

martes 02 de octubre de 2018

La masacre del 68

Jorge E

Cargar Más