/ viernes 20 de julio de 2018

Vino añejo: la mentira

La comunicación es propia del ser humano. ¡Comunicamos siempre y todo!, lo que decididamente hacemos. Tanto lo que indudablemente optamos por no querer comunicar. Ante la mirada y oído sensibles del otro: ¡siempre estamos comunicando!

La mentira es una forma de comunicación, en la cual dejamos al descubierto lo que somos y pensamos. Lo que fuimos y queremos ser. La mentira nos descubre y nos esconde... El acto mismo de mentir desnuda al que miente. Lo desarma, ¡lo deja al descubierto!

Si bien, el acto de mentir es una tremenda cuestión moral cuánto más la serie de consecuencias que de una mentira se desencadenan, como afirma Bettetini: “la mentira necesita un ambiente protegido que le permita triunfar enmascarada por numerosos elementos de verdad, dichos con intención de engañar”.

La mentira, entonces, necesita de un caldo de cultivo que le permita ser, extenderse, diseminarse. Un hábitat donde arraigarse, fortalecerse y erigirse. Sin el ambiente protegido en su gestación, la mentira simplemente no podría ser. La mentira triunfa tras una máscara. No tiene identidad propia, es un híbrido camaleónico que se vale de estirar la verdad, pero que esconde la ponzoña terriblemente venenosa de quien quiere salirse con la suya por los atajos.

La mentira consigo mismo: el principio de la mentira está en la costumbre de vivir lejos de la verdad. De olvidarse de sí, de no saber quién se es. Quien no se inquita por conocerse, escucharse, sentirse y pensarse; ese vive en las periferias. En la mendicidad, buscando ser lo que no es para agradar a quien no le ama. Esta mentira tiene dos caras, la primera, sentirse más de lo que se es, con el ego por los cielos preciándose de una altura que no corresponde y, en segundo lugar, el rostro de quien se siente menos, quien se coloca debajo de los demás. Ambas son llagas terribles.

La mentira con los demás: mentir es responsabilidad de cada uno, y cada mentira descubre una buena habilidad creativa. La mentira a los demás se oferta cuando vemos al otro como un enemigo, y como un buen medio para el propio desarrollo. Por eso, como tiene poca importancia, ¿qué más da ofrecerle paliativos? No resulta importante burlarlos. No interesa la traición a la confianza. Lo importante es “salir al paso”, el fin justifica los medios.

¿Se puede mantenerse en la verdad cuando todo llama a la mentira?, para qué hacerlo. ¿Es posible romper la espiral de la mentira, tan hondamente arraigada y extendida por todos lados?


La comunicación es propia del ser humano. ¡Comunicamos siempre y todo!, lo que decididamente hacemos. Tanto lo que indudablemente optamos por no querer comunicar. Ante la mirada y oído sensibles del otro: ¡siempre estamos comunicando!

La mentira es una forma de comunicación, en la cual dejamos al descubierto lo que somos y pensamos. Lo que fuimos y queremos ser. La mentira nos descubre y nos esconde... El acto mismo de mentir desnuda al que miente. Lo desarma, ¡lo deja al descubierto!

Si bien, el acto de mentir es una tremenda cuestión moral cuánto más la serie de consecuencias que de una mentira se desencadenan, como afirma Bettetini: “la mentira necesita un ambiente protegido que le permita triunfar enmascarada por numerosos elementos de verdad, dichos con intención de engañar”.

La mentira, entonces, necesita de un caldo de cultivo que le permita ser, extenderse, diseminarse. Un hábitat donde arraigarse, fortalecerse y erigirse. Sin el ambiente protegido en su gestación, la mentira simplemente no podría ser. La mentira triunfa tras una máscara. No tiene identidad propia, es un híbrido camaleónico que se vale de estirar la verdad, pero que esconde la ponzoña terriblemente venenosa de quien quiere salirse con la suya por los atajos.

La mentira consigo mismo: el principio de la mentira está en la costumbre de vivir lejos de la verdad. De olvidarse de sí, de no saber quién se es. Quien no se inquita por conocerse, escucharse, sentirse y pensarse; ese vive en las periferias. En la mendicidad, buscando ser lo que no es para agradar a quien no le ama. Esta mentira tiene dos caras, la primera, sentirse más de lo que se es, con el ego por los cielos preciándose de una altura que no corresponde y, en segundo lugar, el rostro de quien se siente menos, quien se coloca debajo de los demás. Ambas son llagas terribles.

La mentira con los demás: mentir es responsabilidad de cada uno, y cada mentira descubre una buena habilidad creativa. La mentira a los demás se oferta cuando vemos al otro como un enemigo, y como un buen medio para el propio desarrollo. Por eso, como tiene poca importancia, ¿qué más da ofrecerle paliativos? No resulta importante burlarlos. No interesa la traición a la confianza. Lo importante es “salir al paso”, el fin justifica los medios.

¿Se puede mantenerse en la verdad cuando todo llama a la mentira?, para qué hacerlo. ¿Es posible romper la espiral de la mentira, tan hondamente arraigada y extendida por todos lados?