/ lunes 20 de enero de 2020

Volando bajo

Hace algunos ayeres Winston Churchill acuñó una frase que hoy más que nunca toma vigencia: “El político debe de ser capaz de predecir lo que va a pasar mañana, el mes próximo y el año que viene, y de explicar después por qué no ha ocurrido”.

Algunos políticos mexicanos han hecho de esta frase su modus operandi, no conscientemente desde luego, bueno eso quiero creer, pues resulta altamente significativa la frecuencia con que hacen uso de ella.

El caso más representativo de ello ocurre con la llevada y traída venta del avión presidencial que desde diciembre de 2018 fue enviado a San Bernardino, California, para ser vendido y lo único que se logró fue mantenerlo más de un año embodegado y generando cuantiosos gastos y a decir del Banco Nacional de Obras y Servicios (Banobras), al cierre del 2019 el gobierno mexicano gastó mil 833 millones de pesos en el pago de deuda más intereses.

Durante su campaña política para alcanzar la Presidencia, el titular del Ejecutivo federal utilizó como estandarte la venta inmediata del avión presidencial tan pronto alcanzara el triunfo, pues señaló que era “un lujo del que él prescindiría”, por lo que para trasladarse a otras entidades y concretar sus giras lo haría a través de vuelos comerciales. Es decir, desde entonces, no pensaba salir del país lo que era una clara señal que aparentemente nadie percibió, no pensaba atender los asuntos de carácter internacional que nos competen y mucho menos presentarse en los foros y reuniones fuera de México, sin importar la trascendencia y el impacto que sobre nuestro país pudieran tener los temas a desahogarse en los mismos.

Al cabo de un año hemos podido percatarnos del activismo político de AMLO particularmente en zonas marginadas o rurales, que fueron las que más votos le aportaron y a cuyos habitantes no les interesa si cumple o no cumple sus promesas de campaña y mucho menos si se vende o no se vende el avión presidencial, lo importante es seguir haciendo campaña.

La promesa de vender el avión presidencial sigue en el aire, ahora se habla hasta de la posibilidad de rentarlo e inclusive de rifarlo entre los mexicanos. Lo leyó usted bien, rifarlo entre los mexicanos, teniendo ya diseñada la estrategia para ello en caso necesario: vender 6 millones de boletos de 500 pesos cada uno para la rifa.

La 4T nos lleva de sorpresa en sorpresa.

Esto de la rifa del avión presidencial más bien parece una jalada que pretende desviar la atención de lo que ocurre con el INSABI, cuya institución dedicada a brindar atención médica a los mexicanos está en manos de un antropólogo y lógicamente, lo que ocurre es simple y llanamente reflejo de la incompetencia de la autoridad y quizá también de la falta de vocación de servicio y sensibilidad humana para llevar a buen puerto un área neurálgica de la administración pública mexicana. Aquí bien cabe aquello de que no se le pueden pedir peras al olmo.

Con tantas promesas que ha habido cuando se tenga el recurso proveniente de la venta del avión presidencial, pues no hay que olvidar que todavía el pasado 17 de agosto el presidente ofreció en Zacualtipán, en el estado de Hidalgo, destinar parte del dinero para resolver el problema del agua, lo que se suma a la promesa de utilizar también parte de este recurso para financiar el plan para reducir el flujo de migrantes centroamericanos que buscan llegar a los Estados Unidos, así como el financiamiento de “proyectos prioritarios en beneficio de los mexicanos”, bien podría decirse que el gobierno federal anda volando bajo.

Hace algunos ayeres Winston Churchill acuñó una frase que hoy más que nunca toma vigencia: “El político debe de ser capaz de predecir lo que va a pasar mañana, el mes próximo y el año que viene, y de explicar después por qué no ha ocurrido”.

Algunos políticos mexicanos han hecho de esta frase su modus operandi, no conscientemente desde luego, bueno eso quiero creer, pues resulta altamente significativa la frecuencia con que hacen uso de ella.

El caso más representativo de ello ocurre con la llevada y traída venta del avión presidencial que desde diciembre de 2018 fue enviado a San Bernardino, California, para ser vendido y lo único que se logró fue mantenerlo más de un año embodegado y generando cuantiosos gastos y a decir del Banco Nacional de Obras y Servicios (Banobras), al cierre del 2019 el gobierno mexicano gastó mil 833 millones de pesos en el pago de deuda más intereses.

Durante su campaña política para alcanzar la Presidencia, el titular del Ejecutivo federal utilizó como estandarte la venta inmediata del avión presidencial tan pronto alcanzara el triunfo, pues señaló que era “un lujo del que él prescindiría”, por lo que para trasladarse a otras entidades y concretar sus giras lo haría a través de vuelos comerciales. Es decir, desde entonces, no pensaba salir del país lo que era una clara señal que aparentemente nadie percibió, no pensaba atender los asuntos de carácter internacional que nos competen y mucho menos presentarse en los foros y reuniones fuera de México, sin importar la trascendencia y el impacto que sobre nuestro país pudieran tener los temas a desahogarse en los mismos.

Al cabo de un año hemos podido percatarnos del activismo político de AMLO particularmente en zonas marginadas o rurales, que fueron las que más votos le aportaron y a cuyos habitantes no les interesa si cumple o no cumple sus promesas de campaña y mucho menos si se vende o no se vende el avión presidencial, lo importante es seguir haciendo campaña.

La promesa de vender el avión presidencial sigue en el aire, ahora se habla hasta de la posibilidad de rentarlo e inclusive de rifarlo entre los mexicanos. Lo leyó usted bien, rifarlo entre los mexicanos, teniendo ya diseñada la estrategia para ello en caso necesario: vender 6 millones de boletos de 500 pesos cada uno para la rifa.

La 4T nos lleva de sorpresa en sorpresa.

Esto de la rifa del avión presidencial más bien parece una jalada que pretende desviar la atención de lo que ocurre con el INSABI, cuya institución dedicada a brindar atención médica a los mexicanos está en manos de un antropólogo y lógicamente, lo que ocurre es simple y llanamente reflejo de la incompetencia de la autoridad y quizá también de la falta de vocación de servicio y sensibilidad humana para llevar a buen puerto un área neurálgica de la administración pública mexicana. Aquí bien cabe aquello de que no se le pueden pedir peras al olmo.

Con tantas promesas que ha habido cuando se tenga el recurso proveniente de la venta del avión presidencial, pues no hay que olvidar que todavía el pasado 17 de agosto el presidente ofreció en Zacualtipán, en el estado de Hidalgo, destinar parte del dinero para resolver el problema del agua, lo que se suma a la promesa de utilizar también parte de este recurso para financiar el plan para reducir el flujo de migrantes centroamericanos que buscan llegar a los Estados Unidos, así como el financiamiento de “proyectos prioritarios en beneficio de los mexicanos”, bien podría decirse que el gobierno federal anda volando bajo.

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