/ lunes 23 de abril de 2018

Xalapa con esencia de provincia

A través de las décadas el ámbito xalapeño es el mismo, hoy como ayer podemos disfrutar los atardeceres de enero a diciembre, con esa niebla de goyesco nácar, sintiendo el frío húmedo reanimante de la piel y el sentimiento.

Cuando fui niño viví en una casona de típico barrio xalapeño, aún perdura aunque no igual, justo abajo del parque Juárez. Recuerdo los atardeceres de esta época, veía desde el “traspatio” el parpadear de aquellos arbotantes, cada uno con cinco focos redondos alumbrando “la rampa del parque”, eran como brillantes latidos, haciéndose notar con dificultad entre la espesura de la niebla. Esa imagen imbuía mi espíritu infantil de una sensación de regocijo al percibir el pulso de mi ciudad latiendo con luz de vida propia.

El apacible júbilo de hoy es diferente, la niebla sigue siendo bella y más el atardecer, pero hoy la condimentan los recuerdos que trae a mi conciencia.

En Xalapa siempre ha habido niebla; entre los viejos árboles del legendario parque Los Berros o imprimiendo imagen de fantasmal ensoñación al xalapeñísimo parque Juárez. Humedeciendo baldosas, dispersando mortecina luz nocturna desde la cuesta de Revolución, envolviendo con condescendiente seda blanca y húmeda a toda la ciudad desparramándose hacia El Dique y el estadio.

Cuando se quiere con entraña al terruño de donde se es y donde se está, las vivencias del pasado vuelven cada vez, con más fuerza. Al revivirlas, el alma se tonifica, aunque los años pasan inmisericordes y el tiempo transcurre implacable.

La avenida Miguel Alemán, campo montaras en mi infancia, hoy asfalto cacarizo y descuidado, se percibía en calma, cubierta por el hálito nácar de su bruma. Caminar por esa antigua calle fue un placer, disfrutando más al presenciar el viacrucis, ceremonia que tiene en sí el poder de unir por la fe a los profesantes, transmitiéndola a su alrededor al marchar lentamente, mientras cantan alabanzas al Señor.

Xalapa, tranquila, sus calles solitarias, la niebla cubriendo el cielo unos metros arriba de nosotros, me hizo refrendar el cariño por esta ciudad, aunque cada día vuelva a luchar con el tráfico desordenado, hoyancos crateriformes en el pavimento y la carrera cotidiana contra el inflexible competidor en nuestra vida, el inflexible tiempo. Muchas semanas santas, nos quedamos a gozar la apacible soledad, porque nuestra ciudad no ha perdido su esencia de provincia.

hsilva_mendoza@hotmail.com


A través de las décadas el ámbito xalapeño es el mismo, hoy como ayer podemos disfrutar los atardeceres de enero a diciembre, con esa niebla de goyesco nácar, sintiendo el frío húmedo reanimante de la piel y el sentimiento.

Cuando fui niño viví en una casona de típico barrio xalapeño, aún perdura aunque no igual, justo abajo del parque Juárez. Recuerdo los atardeceres de esta época, veía desde el “traspatio” el parpadear de aquellos arbotantes, cada uno con cinco focos redondos alumbrando “la rampa del parque”, eran como brillantes latidos, haciéndose notar con dificultad entre la espesura de la niebla. Esa imagen imbuía mi espíritu infantil de una sensación de regocijo al percibir el pulso de mi ciudad latiendo con luz de vida propia.

El apacible júbilo de hoy es diferente, la niebla sigue siendo bella y más el atardecer, pero hoy la condimentan los recuerdos que trae a mi conciencia.

En Xalapa siempre ha habido niebla; entre los viejos árboles del legendario parque Los Berros o imprimiendo imagen de fantasmal ensoñación al xalapeñísimo parque Juárez. Humedeciendo baldosas, dispersando mortecina luz nocturna desde la cuesta de Revolución, envolviendo con condescendiente seda blanca y húmeda a toda la ciudad desparramándose hacia El Dique y el estadio.

Cuando se quiere con entraña al terruño de donde se es y donde se está, las vivencias del pasado vuelven cada vez, con más fuerza. Al revivirlas, el alma se tonifica, aunque los años pasan inmisericordes y el tiempo transcurre implacable.

La avenida Miguel Alemán, campo montaras en mi infancia, hoy asfalto cacarizo y descuidado, se percibía en calma, cubierta por el hálito nácar de su bruma. Caminar por esa antigua calle fue un placer, disfrutando más al presenciar el viacrucis, ceremonia que tiene en sí el poder de unir por la fe a los profesantes, transmitiéndola a su alrededor al marchar lentamente, mientras cantan alabanzas al Señor.

Xalapa, tranquila, sus calles solitarias, la niebla cubriendo el cielo unos metros arriba de nosotros, me hizo refrendar el cariño por esta ciudad, aunque cada día vuelva a luchar con el tráfico desordenado, hoyancos crateriformes en el pavimento y la carrera cotidiana contra el inflexible competidor en nuestra vida, el inflexible tiempo. Muchas semanas santas, nos quedamos a gozar la apacible soledad, porque nuestra ciudad no ha perdido su esencia de provincia.

hsilva_mendoza@hotmail.com