La película McFarland: Sin límites, es una historia ambientada en los años 80’s, protagonizada por Kevin Costner, que narra la historia de cómo un entrenador de cross country logró éxitos deportivos con un grupo de estudiantes mexicoamericanos cambiando sus vidas. Hay una escena que me gusto al momento de sacar mi balance económico de primer trimestre anual. La historia narra que los chicos no conocían el mar. Estaban dedicados al campo, a la cosecha, como lo hacen muchos paisanos y familiares para enviar las remesas de vuelta a México. En determinado momento, el entrenador los sorprende al llevarlos a la playa. Es tal la sorpresa y el impacto de los muchachos al mirar las olas impactarse en la arena que no pueden hacer nada más que contemplar, así es, solamente contemplar, hasta que reciben el permiso para sentir por vez primera el agua marina.
El espíritu de gratitud se siente en la pantalla. Esa gratitud que sólo se experimenta cuando se valora lo que se recibe, sabiendo que el valor va más allá del costo. Es entonces que me pregunté ¿cómo hacer que un hijo(a) valore lo que tiene? Ante el embate mercadotécnico pareciera que la demanda de los hijos es un gran pozo sin fondo que se llena apenas con lo que la tarjeta de crédito permite. No es extraño encontrar familias sometidas por la vorágine consumista, donde no puede omitirse nada de la lista propuesta por la publicidad o de lo contrario se estaría en una falta grave. Si este es el caso, la gratitud pasa a un estado secundario en la experiencia personal de recibir, ubicada después de la sensación de obligatoriedad que se tiene al comprar o dar ciertas cosas. Me parece maravilloso que cada quien tenga el poder adquisitivo para darle a los suyos lo que considera merecen y seguramente que es así, eso no lo pongo en cuestión. Sin embargo, habría que primero responder: ¿qué es lo que un hijo merece tener? En la respuesta radica la esencia de la gratitud, pues la respuesta no estaría situada en el mundo de lo material y quizá ni siquiera en el terreno tangible. Un hijo agradece cuando se le da lo que merece: tiempo, paciencia, cariño y protección. Y del mercado, lo que le alimente y le vista sanamente harían un buen juego con lo anterior mencionado. Desde este punto de vista saqué el balance de mi inicio de año, encontrándole más valor a las cosas que hago y doy a mis hijos por encima de las que les se pudieron comprar y créanme, las finanzas siguieron en números negros.