El valor que debe dársele a las cosas sólo se aprecia cuando ya no se tienen.
Y muchas veces no es posible retenerlas, porque todo cumple su ciclo, y no se supo aprovechar.
El tiempo pasa y es inflexible. No acepta ni escucha lamentos de quienes no supieron vivir el momento, pensando que la verdadera felicidad está en el futuro, el cual es incierto.
Hay que vivir el presente porque es la realidad del momento. No sabemos si al minuto siguiente ya no estaremos conectados con la vida. Se valora a la familia cuando ya no se tiene.
Se valoran los momentos vividos cuando el tiempo está expirando, y queremos alargarlo. Se aprecia el frío cuando hace calor, y al calor en el momento en que el frío cala hasta los huesos. Muchos rezongan del excesivo trabajo, y cuando no lo tienen, quieren tener otra vez esta bendición.
Los padres desean que los hijos crezcan pronto, y después añoran que vuelvan a ser pequeños. Muchos se pasan la vida quejándose de sus viejos, y cuando los padres parten de este mundo, quisieran volver a tenerlos para demostrarles en muchos de los casos, que extrañan sus sabios consejos, y ayuda que brindaban.
Hay que hacer un alto en nuestra alocada existencia, y mirar a nuestro alrededor. Veremos a nuestra madre preparando la comida, al niño que corre a recibirnos cuando llegamos a casa, al que hace malabares en las calles, para ganarse unos pesos, y esto es parte del escenario de la vida, del cual somos actores activos porque cuando ya no estemos, no por esto las escenas disminuirán.
La vida sigue adelante y sólo nos recordarán un poco tiempo las amistades cercanas. Comamos, amemos, bailemos, viajemos y no nos guardemos las cosas para una mejor ocasión, porque no sabemos hasta cuando el Todopoderoso nos la tiene prestada. Te caíste, levántate y deja de quejarte. Estás en la opulencia, disfrútala. Si te llegó la felicidad es porque la mereces. No la dejes escapar porque quizá la pierdas para siempre.