Doy gracias porque mi mujer, enterada de que estoy a dieta, dice: ¡vamos a comprar tamales para cenar! ¡Qué tal! pero ella está conmigo y no con alguien más.
Doy gracias porque mi esposo tirado como costal de papas en el sofá, ve el fut en la tele, come chatarra y toma “cheves bien frías”, mientras yo sudo la gota gorda cocinando para diez. Pero él, mi flojo marido, está conmigo, no con otra, no en un bar.
Doy gracias porque mi nieto me hace berrinche y medio porque trato de obligarle a que lave los platos; pero no está en la calle, ni drogándose; está parado frente a mí. Doy gracias por el “desmadre” que tengo que limpiar después de una comida familiar, pero con ello compruebo que tengo hijos y nietos.
Y finalmente doy gracias por las llamadas telefónicas y correos recibidos, que me hacen entender que tengo familiares y amigos que piensan en mí como yo en ellos.