El avance médico concentrado en la pediatría poco hace por la gerontología. Hay una razón para ello: las máquinas nuevas rinden; las viejas ya no producen. Por su parte a los jóvenes no les interesa la ligazón entre las distintas fases y épocas de la vida. Ellos viven en el futuro fincando sus metas y proyectos.
El presente les resulta anacrónico, igual que un sesentón a quien califican de ruco, dinosaurio o chocho, cuando en realidad empezamos a convertirnos en un libro viviente. Quizá llegar a viejo sería más llevadero, si los jóvenes entendieran que ellos, todos ellos, llevan un viejo adentro.
Ojalá reflexionaran a tiempo sobre esas vicisitudes que se nos presentan a los mayorcitos, entre otras cuando llegamos a paralizamos ante el nido vacío y optamos por zambullirnos en la depresión, acentuada por forzada jubilación. Constancia que día con día nos recuerda la pérdida de autoridad, respeto, agradecimiento, por parte de nuestros hijos y nietos. Los abuelos cuando hemos dejado de ser proveedores, a veces nos convertimos en estorbos. Familia, amigos y las mismas instituciones no valoran lo valioso que le resulta a los abuelos que afrontan tales circunstancias, ser escuchado, atendido. Que alguien nos colme de caricias y buenos tratos. Nada podrá hacernos más felices que sentirnos amados, porque un anciano querido es como un invierno con flores.
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