/ sábado 20 de enero de 2018

La bondad con disfraz de enfermero

I

Es invierno, pero no es un invierno cualquiera, es uno másfrío debido a una onda gélida que ha cubierto a gran parte deMéxico. En Xalapa, el paisaje es espléndido, pero no para todos.Don José Manuel, quien no sabe si tiene 70 o 90 años, estáhospitalizado. Así como no recuerda su edad exacta, tampocorecuerda si tiene dos o siete hijos. Pero el número no importa,porque está solo en una cama de hospital, golpeado, con unacirugía reciente que lo ha privado de tener su pie derechocompleto.

En sus ensoñaciones, rememora innumerables viajes, y cuandodespierta, le habla a un ser imaginario y le repite una y otra vezque está allí porque se cayó de una camioneta en movimientocuando, cansado de estar en Xalapa, se fue a Martínez de la Torre,“nomás para cambiar de aires y saludar a losconocidos”.

El regreso fue de ride, entre papas, acelgas y unmontón de verduras.

—Ya no cabía y sopas, azoté —dice al aire, a la soledad,al cansancio, a la incertidumbre que se respira en esa habitación,donde está acompañado por Jonathan, un joven de 18 años; doñaEréndira, que no llega a los cincuenta, y Francisco, un sordomudode 38 años.

Todos han estado allí más de una semana. Se conocen, sabencómo duermen, qué es de sus vidas. En ellos hay nostalgia, ansiasde salir de ese lugar, de sentir el calor del hogar, de dejar dever por las dos grandes ventanas el imponente Pico de Orizaba, queen un principio les pareció un paisaje maravilloso pero que hoy, afuerza de verlo, les aumenta el dolor de no saber qué será de susvidas y cuándo llegará la anhelada alta médica.

Cuando el hastío ha hecho de las suyas y el dolor no cede,aparece él, un joven que avanza de una cama a otra con pasosfirmes y rápidos, como si tuviera prisa de quién sabe qué...Aunque un cubrebocas impide ver su sonrisa, es posible imaginarlacon la expresión de sus oscuros ojos. Al mismo tiempo que toma lossignos vitales y ve los medicamentos que cada paciente toma, cuentaanécdotas, anima, logra que se escuchen carcajadas.

Ha pasado un solo día y es suficiente para saber que Carlos(Bautista Garnica) no tiene prisa, sus movimientos rápidos sonreflejo de su juventud, de su vocación de servicio, de su esfuerzodenodado por conocer más de cada una de las personas.

Carlos es estudiante de Enfermería y está en el Hospital Civilde Xalapa para hacer sus prácticas.  Es de Oaxaca. Carismático,de ojos oscuros y penetrantes, no sabe silenciar las palabras, lasdeja fluir libremente para animar un rato a don José Manuel y otroa Jonathan o doña Eréndira.

Con todos hay pláticas y anécdotas, aventuras, risas...

II

El de don José Manuel es un caso especial. Nadie lo havisitado. Cuando necesita algo, los familiares de los otrospacientes lo ayudan. Horas previas a dejar el hospital, él estácontento, de buen ánimo, dice que su hijo lo visitó:  “Escabrón y muy terco; con engaños me hizo comer”.

Lo que asegura no es verdad. El único de sus siete hijos sólollega a dormir —Porque hay que chambear para pagar las medicinas.Le dijo otro día a un médico.

Quien lo rasuró amorosamente y lo ha hecho comer es Carlos.

III

El día que a don José Manuel lo dan de alta, una enfermeracomenta que “el abuelito” no se cayó de una camioneta y quenunca ha salido de Xalapa. Es un alcohólico y unos hombres logolpearon y lo dejaron abandonado a su suerte. Él se va con lapromesa de que ahora sí, no volverá a tomar. Al día siguiente seva doña Eréndira y a la noche, Jonathan —mi hijo— y yotambién.  Mientras avanzamos por pasillos calcificados de luz,él en camilla y yo a su lado, pasan de manera fugaz todas lashistorias que allí conocí. También recuerdo a Carlos. Sonrío.Lo hago porque  pese a la angustia que se vive en ese lugar y queal salir hallaré nuevamente un mundo golpeado por la violencia, esreconfortante saber que la bondad aún deambula por muchos lados yque, algunas veces, decide ponerse su disfraz de enfermero.

I

Es invierno, pero no es un invierno cualquiera, es uno másfrío debido a una onda gélida que ha cubierto a gran parte deMéxico. En Xalapa, el paisaje es espléndido, pero no para todos.Don José Manuel, quien no sabe si tiene 70 o 90 años, estáhospitalizado. Así como no recuerda su edad exacta, tampocorecuerda si tiene dos o siete hijos. Pero el número no importa,porque está solo en una cama de hospital, golpeado, con unacirugía reciente que lo ha privado de tener su pie derechocompleto.

En sus ensoñaciones, rememora innumerables viajes, y cuandodespierta, le habla a un ser imaginario y le repite una y otra vezque está allí porque se cayó de una camioneta en movimientocuando, cansado de estar en Xalapa, se fue a Martínez de la Torre,“nomás para cambiar de aires y saludar a losconocidos”.

El regreso fue de ride, entre papas, acelgas y unmontón de verduras.

—Ya no cabía y sopas, azoté —dice al aire, a la soledad,al cansancio, a la incertidumbre que se respira en esa habitación,donde está acompañado por Jonathan, un joven de 18 años; doñaEréndira, que no llega a los cincuenta, y Francisco, un sordomudode 38 años.

Todos han estado allí más de una semana. Se conocen, sabencómo duermen, qué es de sus vidas. En ellos hay nostalgia, ansiasde salir de ese lugar, de sentir el calor del hogar, de dejar dever por las dos grandes ventanas el imponente Pico de Orizaba, queen un principio les pareció un paisaje maravilloso pero que hoy, afuerza de verlo, les aumenta el dolor de no saber qué será de susvidas y cuándo llegará la anhelada alta médica.

Cuando el hastío ha hecho de las suyas y el dolor no cede,aparece él, un joven que avanza de una cama a otra con pasosfirmes y rápidos, como si tuviera prisa de quién sabe qué...Aunque un cubrebocas impide ver su sonrisa, es posible imaginarlacon la expresión de sus oscuros ojos. Al mismo tiempo que toma lossignos vitales y ve los medicamentos que cada paciente toma, cuentaanécdotas, anima, logra que se escuchen carcajadas.

Ha pasado un solo día y es suficiente para saber que Carlos(Bautista Garnica) no tiene prisa, sus movimientos rápidos sonreflejo de su juventud, de su vocación de servicio, de su esfuerzodenodado por conocer más de cada una de las personas.

Carlos es estudiante de Enfermería y está en el Hospital Civilde Xalapa para hacer sus prácticas.  Es de Oaxaca. Carismático,de ojos oscuros y penetrantes, no sabe silenciar las palabras, lasdeja fluir libremente para animar un rato a don José Manuel y otroa Jonathan o doña Eréndira.

Con todos hay pláticas y anécdotas, aventuras, risas...

II

El de don José Manuel es un caso especial. Nadie lo havisitado. Cuando necesita algo, los familiares de los otrospacientes lo ayudan. Horas previas a dejar el hospital, él estácontento, de buen ánimo, dice que su hijo lo visitó:  “Escabrón y muy terco; con engaños me hizo comer”.

Lo que asegura no es verdad. El único de sus siete hijos sólollega a dormir —Porque hay que chambear para pagar las medicinas.Le dijo otro día a un médico.

Quien lo rasuró amorosamente y lo ha hecho comer es Carlos.

III

El día que a don José Manuel lo dan de alta, una enfermeracomenta que “el abuelito” no se cayó de una camioneta y quenunca ha salido de Xalapa. Es un alcohólico y unos hombres logolpearon y lo dejaron abandonado a su suerte. Él se va con lapromesa de que ahora sí, no volverá a tomar. Al día siguiente seva doña Eréndira y a la noche, Jonathan —mi hijo— y yotambién.  Mientras avanzamos por pasillos calcificados de luz,él en camilla y yo a su lado, pasan de manera fugaz todas lashistorias que allí conocí. También recuerdo a Carlos. Sonrío.Lo hago porque  pese a la angustia que se vive en ese lugar y queal salir hallaré nuevamente un mundo golpeado por la violencia, esreconfortante saber que la bondad aún deambula por muchos lados yque, algunas veces, decide ponerse su disfraz de enfermero.

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