No te olvides que los conejos cada vez que ven a alguna persona salen huyendo, espantados corren por el monte hasta encontrar un arbusto o una madriguera que los defienda de un posible peligro. Entonces no va a ser tan fácil ver sentado entre el pasto al conejillo que tú quieres para llevarlo a casa. Así que caminemos con cautela y que la suerte nos haga coincidir con él.
Es más fácil que escuchemos a un pájaro cantar o verlo buscando algo qué comer entre las ramas que hay por aquí, que a un conejo vagabundo, como dijiste ayer.
Sí, ya sé, me vas a decir que tú no quieres ver a un pájaro y deseas encontrarte con un conejo; ojalá haya suerte.
Cortaste flores amarillas. Se las llevarías a la abuela porque el amarillo le gusta mucho, se le hace radiante, con mucha vida, además de alegre, como la abuela que ríe tanto cada vez que escucha tus aventuras.
Entonces ¿crees que hoy no podamos ver a un conejo? Quisiste saber y te contesté que dependía de muchas cosas. Por ejemplo si alguno tenía sed lo más probable sería que éste abandonara el arbusto o la madriguera y saliera a buscar algún arroyo, o también de tener la necesidad de andar por ahí y encontrar un poco de comida, o de plano si estuviera solo y aburrido lo más probable es que anduviera buscando a algún otro conejo para hacerse compañía. Por eso te contesté que dependía de muchas razones.
Pasaban de las cuatro y media de la tarde. Algunas nubes grises empezaban a tapar el azul del cielo. Quizá los conejos ya anduvieron paseando por la pradera, es probable que en su madriguera estén reunidas las familias porque el aire ya corre fresco entre los árboles. Hoy todavía no se ha asomado alguno, otras veces hemos escuchado el ruido que hacen cuando salen de estampida y corren monte adentro, porque ellos nos vieron primero. ¿Qué fue ese ruido?, ¿algún zorro o una larga serpiente? Quieres escuchar la respuesta: pero no, se trató de un conejillo que salió en busca de comida, y ya huyó.
Hace unos días escuché a la abuela contarte que a ella también le emocionaba ver a los conejos cerca de la rodada, mientras un carro de madera jalado por caballos la regresaba al pueblo después de haber regresado de su visita de la capital. Dejaron de verse por mucho tiempo porque los cazadores terminaron con ellos. A ella también le emocionaba verlos mientras comían o cuando salían huyendo porque cerca de ahí ladraban los perros amaestrados para cazar. La madriguera, no el arbusto, era la única salvación.
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