Si el lector al tener en sus manos A quien corresponda de Martín Caparrós toma conciencia de que leerá un libro sobre “la generación más fracasada de esta larga historia de fracasos que es la historia argentina”, entonces está dispuesto a realizar un viaje a los infiernos.
A quien corresponda es un ajuste de cuentas con la historia, pero también con sus personajes. Una narración sin concesiones, en la que Carlos (o El colorado o El gallego) el protagonista, ve cómo algunos de sus amigos exrevolucionarios se integran a una sociedad corrompida, mientras que otros, los no integrados, son más bien degradados en esa misma sociedad que los margina y desprecia. Entre esos dos polos de amigos, Carlos ve cómo aquellos que quisieron cambiar el mundo ahora quieren cambiar de perfume o de marca de jeans.
La novela de Caparrós inicia con un brutal asesinato: en un pequeño pueblo de la provincia argentina un día aparece el cadáver de un cura que fue desfigurado a puñaladas, ¿quién lo asesinó?, ¿qué cuentas debía?, ¿por qué lo odiaban tanto? Tras esa pesquisa el lector viajará línea a línea hasta alcanzar la última frase de la novela (hay que tener en cuenta la estructura de ésta: recuerda a un drama de caza de Antón Chéjov, en la que quien narra la historia y la cierra es el editor del autor): “Allá él. Yo también podría haber hecho lo que quisiera con su historia, pero preferí dejarla como estaba. Total, a quién le importa”.
Ya se sabe que toda revolución se inicia para lograr estabilidad social; casi siempre nace luego de una dictadura o cualquier otro tipo de opresión. La premisa de A quien corresponda de Martín Caparrós podría resumirse en aquellas palabras de Chesterton: “Quien se considera justificado para desenvainar la espada de la justicia puede ser tentado por el diablo y terminar adorando no la justicia sino la espada”. Para desgracia de muchos, sobre todo en Latinoamérica, las revoluciones no siempre han tenido un final feliz; su sistema ha pasado a ser peor que aquello contra lo que lucharon y buscaron su paz y libertad.
