/ miércoles 9 de enero de 2019

Babel y laberinto / Truman Capote de Gerald Clarke

La primera mitad del siglo XX fue definitiva para la literatura estadounidense

Si ya en el XIX se habían leído las grandes obras de Hawthorne, Emerson, Longfellow, Thoreau, Poe, Whitman, Dickinson, Twain, por mencionar sólo a los más importantes, es con la obra de Herman Melville que el siglo XIX se vincula con el XX. La lectura de Moby Dick, Pierre y sobre todo, Bartleby, produjo en los escritores del incipiente siglo XX una visión diferente que redundaría en la obra de otros grandes: Willa Cather, Frost, Wallace Stevens, Katherine Anne Porter, Dos Passos, Fitzgerald, Faulkner y, sobre todos ellos, Truman Capote. Es una aseveración arriesgada poner a Capote sobre los antes mencionados, pero cuento a cuento, novela a novela, Capote demostró ser uno de los genios más grandes de las letras universales.

Recordar sus cuentos es dar un repaso por la literatura, la conciencia, las modas, el espectáculo, las artes del siglo XX. Su estética fue única. Él mismo se describió de la siguiente manera: "Soy un alcohólico. Un drogadicto. Un homosexual. Soy un genio". Esa descripción no es una baladronada si leemos cuentos como “Miriam”, “El halcón decapitado”, “El invitado de Acción de Gracias” o las novelas A sangre fría u Otras voces, otros ámbitos.

La vida de Truman Capote ha sido siempre motivo de admiración, sorpresa y repudio. Su infancia estuvo marcada por la vida de sus padres. Su madre era una guapa mujer sureña con una inmensa predilección por los hombres. Al ser abandonada por su marido, se refugió en los brazos de innumerables hombres, entre los que se contaban, incluso, los amigos del bachillerato de Capote. Siendo todavía un niño Capote, su madre se unió en matrimonio con un cubano-norteamericano de ascendencia española, quien le da el apellido de Capote al futuro escritor. Entre separaciones y reconciliaciones, la pareja logra sobrevivir su matrimonio y se mudan a Nueva York en donde Truman consigue su primer trabajo en el New York Times y se empieza a dar a conocer como escritor de relatos en las entonces célebres Harper’s Bazar y Mademoiselle, revistas destinadas a las modas y en las que empezaban a incluirse cuentos de escritores en forma.

A partir de ahí la vida de Capote transcurre entre fiestas, amigos célebres (entre los que se contaban Tennessee Williams, Carson McCullers, Paul Bowles, en fin, lo más granado del stablishment literario) y alcohol, mucho alcohol acompañado de tranquilizantes.

Aunque Capote era un hombre rodeado de artistas, actores y millonarios (se cuenta en esta biografía que un célebre homosexual francés y acaudalado le envió un cheque en blanco para que lo visitara en París) en realidad era un hombre solitario, que iba de amante en amante y a quien la bebida iba minando cada vez más.

La vida de este genio no se reduce a este volumen de más de 600 páginas, sin embargo este es el más grande esfuerzo que se ha realizado para plasmar la vida de uno de los hombres más asombrosos y brillantes de todos los tiempos.

Si ya en el XIX se habían leído las grandes obras de Hawthorne, Emerson, Longfellow, Thoreau, Poe, Whitman, Dickinson, Twain, por mencionar sólo a los más importantes, es con la obra de Herman Melville que el siglo XIX se vincula con el XX. La lectura de Moby Dick, Pierre y sobre todo, Bartleby, produjo en los escritores del incipiente siglo XX una visión diferente que redundaría en la obra de otros grandes: Willa Cather, Frost, Wallace Stevens, Katherine Anne Porter, Dos Passos, Fitzgerald, Faulkner y, sobre todos ellos, Truman Capote. Es una aseveración arriesgada poner a Capote sobre los antes mencionados, pero cuento a cuento, novela a novela, Capote demostró ser uno de los genios más grandes de las letras universales.

Recordar sus cuentos es dar un repaso por la literatura, la conciencia, las modas, el espectáculo, las artes del siglo XX. Su estética fue única. Él mismo se describió de la siguiente manera: "Soy un alcohólico. Un drogadicto. Un homosexual. Soy un genio". Esa descripción no es una baladronada si leemos cuentos como “Miriam”, “El halcón decapitado”, “El invitado de Acción de Gracias” o las novelas A sangre fría u Otras voces, otros ámbitos.

La vida de Truman Capote ha sido siempre motivo de admiración, sorpresa y repudio. Su infancia estuvo marcada por la vida de sus padres. Su madre era una guapa mujer sureña con una inmensa predilección por los hombres. Al ser abandonada por su marido, se refugió en los brazos de innumerables hombres, entre los que se contaban, incluso, los amigos del bachillerato de Capote. Siendo todavía un niño Capote, su madre se unió en matrimonio con un cubano-norteamericano de ascendencia española, quien le da el apellido de Capote al futuro escritor. Entre separaciones y reconciliaciones, la pareja logra sobrevivir su matrimonio y se mudan a Nueva York en donde Truman consigue su primer trabajo en el New York Times y se empieza a dar a conocer como escritor de relatos en las entonces célebres Harper’s Bazar y Mademoiselle, revistas destinadas a las modas y en las que empezaban a incluirse cuentos de escritores en forma.

A partir de ahí la vida de Capote transcurre entre fiestas, amigos célebres (entre los que se contaban Tennessee Williams, Carson McCullers, Paul Bowles, en fin, lo más granado del stablishment literario) y alcohol, mucho alcohol acompañado de tranquilizantes.

Aunque Capote era un hombre rodeado de artistas, actores y millonarios (se cuenta en esta biografía que un célebre homosexual francés y acaudalado le envió un cheque en blanco para que lo visitara en París) en realidad era un hombre solitario, que iba de amante en amante y a quien la bebida iba minando cada vez más.

La vida de este genio no se reduce a este volumen de más de 600 páginas, sin embargo este es el más grande esfuerzo que se ha realizado para plasmar la vida de uno de los hombres más asombrosos y brillantes de todos los tiempos.

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