/ miércoles 23 de octubre de 2019

Babel y laberinto/Kubla Khan de Julián Herbert

La poesía de Herbert es una poesía lúcida, culta y desaforada; la cultura no es para él un asunto de elite

La tradición poética en nuestro país es de tal arraigo que se dice que en ciertos estados levantas una piedra y aparece, por arte de magia y sin abracadabra, un poeta. Después del siglo XIX y su romanticismo, el siglo XX mexicano fue —qué duda cabe ahora— el momento más alto de las letras mexicanas. Con nombres como Villaurrutia, Pellicer, Novo, Reyes, López Velarde, Zaid, Segovia, Pacheco, Lizalde, Huerta, Bracho, Rivas, por mencionar sólo a unos pocos, y Paz a la cabeza de ellos: al frente, por aquello del Nobel, sin opacar a los poetas antes mencionados.

Los diccionarios de escritores mexicanos consignan a la mayoría de los poetas que han publicado a la fecha; sin embargo, será tarea ardua elaborar un diccionario de finales del siglo XX y principios del XXI, pues basta ver la producción editorial de programas como Tierra Adentro y de ahí, sólo de ahí, sale ya un volumen de considerable tamaño. Y eso sin mencionar a los ganadores y finalistas de los cientos de concursos, juegos florales, certámenes y demás que sobre poesía se realizan año con año en todo el territorio mexicano.

De entre los más jóvenes poetas hay uno que ya cuenta con más media docena de libros, en su mayoría de poesía (aunque también ha visitado con altura la novela y ha sido antólogo de la poesía mexicana y hispanoamericana): Julián Herbert, nacido en Acapulco en 1971, se considera a sí mismo saltillense. El caso de Herbert es el de un poeta, hijo de Rimbaud, que ya no sólo es bardo y canta sus poemas, sino que es vocalista de un grupo de Rock: Las Madrastras. Con Kubla Khan ganó el Premio Nacional de Literatura Gilberto Owen en el 2003, uno de los premios más importantes de nuestro país.

La poesía de Herbert es una poesía lúcida, culta y desaforada; la cultura no es para él un asunto de elite. La cultura es la televisión, los centros comerciales, las hamburguesas y las telenovelas. Sin embargo, también podemos rastrear algunas citas de autores nada fáciles como Coleridge, autor de aquel famoso poema hermético Kubla Khan.

Con Julián Herbert no se puede hablar de irreverencia, lo suyo no es el escándalo, es la transpolación de términos cotidianos, de hechos reales y de actoscontemporáneos. No es ésta una poesía para puristas, al paso del tiempo sigue siendo una de las voces más frescas y actuales de nuestra poesía. Nacido en la década de los setenta, Herbert es uno de los primeros poetas “serios” de la generación Atari, su crecimiento fue junto a las caricaturas, frente a las noticias vía CNN, a la divulgación científica a través de Discovery Channel; en fin, hijo de la televisión y de los mass media, Julián Herbert es un poeta de nuestra contemporaneidad.

El también autor de El nombre de esta casa hace cantar a Tom Waits junto a Li Po, realiza un sonoro maridaje entre Octavio Paz y Francisco Gabilondo Soler, en fin, que es éste un gran poeta, con una voz vibrante y un acento prodigioso.

Por alguna razón que no viene al caso mencionar aquí, releí en días pasados este libro; me di cuenta de que hace casi quince años lo leí por primera vez. A años de distancia vuelvo a afirmar lo que me pareció entonces: un libro capital en las letras mexicanas.

La tradición poética en nuestro país es de tal arraigo que se dice que en ciertos estados levantas una piedra y aparece, por arte de magia y sin abracadabra, un poeta. Después del siglo XIX y su romanticismo, el siglo XX mexicano fue —qué duda cabe ahora— el momento más alto de las letras mexicanas. Con nombres como Villaurrutia, Pellicer, Novo, Reyes, López Velarde, Zaid, Segovia, Pacheco, Lizalde, Huerta, Bracho, Rivas, por mencionar sólo a unos pocos, y Paz a la cabeza de ellos: al frente, por aquello del Nobel, sin opacar a los poetas antes mencionados.

Los diccionarios de escritores mexicanos consignan a la mayoría de los poetas que han publicado a la fecha; sin embargo, será tarea ardua elaborar un diccionario de finales del siglo XX y principios del XXI, pues basta ver la producción editorial de programas como Tierra Adentro y de ahí, sólo de ahí, sale ya un volumen de considerable tamaño. Y eso sin mencionar a los ganadores y finalistas de los cientos de concursos, juegos florales, certámenes y demás que sobre poesía se realizan año con año en todo el territorio mexicano.

De entre los más jóvenes poetas hay uno que ya cuenta con más media docena de libros, en su mayoría de poesía (aunque también ha visitado con altura la novela y ha sido antólogo de la poesía mexicana y hispanoamericana): Julián Herbert, nacido en Acapulco en 1971, se considera a sí mismo saltillense. El caso de Herbert es el de un poeta, hijo de Rimbaud, que ya no sólo es bardo y canta sus poemas, sino que es vocalista de un grupo de Rock: Las Madrastras. Con Kubla Khan ganó el Premio Nacional de Literatura Gilberto Owen en el 2003, uno de los premios más importantes de nuestro país.

La poesía de Herbert es una poesía lúcida, culta y desaforada; la cultura no es para él un asunto de elite. La cultura es la televisión, los centros comerciales, las hamburguesas y las telenovelas. Sin embargo, también podemos rastrear algunas citas de autores nada fáciles como Coleridge, autor de aquel famoso poema hermético Kubla Khan.

Con Julián Herbert no se puede hablar de irreverencia, lo suyo no es el escándalo, es la transpolación de términos cotidianos, de hechos reales y de actoscontemporáneos. No es ésta una poesía para puristas, al paso del tiempo sigue siendo una de las voces más frescas y actuales de nuestra poesía. Nacido en la década de los setenta, Herbert es uno de los primeros poetas “serios” de la generación Atari, su crecimiento fue junto a las caricaturas, frente a las noticias vía CNN, a la divulgación científica a través de Discovery Channel; en fin, hijo de la televisión y de los mass media, Julián Herbert es un poeta de nuestra contemporaneidad.

El también autor de El nombre de esta casa hace cantar a Tom Waits junto a Li Po, realiza un sonoro maridaje entre Octavio Paz y Francisco Gabilondo Soler, en fin, que es éste un gran poeta, con una voz vibrante y un acento prodigioso.

Por alguna razón que no viene al caso mencionar aquí, releí en días pasados este libro; me di cuenta de que hace casi quince años lo leí por primera vez. A años de distancia vuelvo a afirmar lo que me pareció entonces: un libro capital en las letras mexicanas.

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