/ miércoles 6 de noviembre de 2019

Babel y laberinto/Liquidación de Imre Kertész

Se le ha criticado al húngaro su obsesión por el llamado Holocausto y que su único tema sea ese. Sin embargo, lo que despliega en cada uno de sus libros es siempre diferente

Después de Tibor Déry y Sándor Marai el más grande narrador húngaro es Imre Kertész. La Academia sueca le otorgó el Premio Nobel en el 2002, cuando su nombre apenas era conocido por unos cuantos. Ya entonces podíamos leer libros suyos en Taurus (La lengua exiliada, una serie de ensayos y reflexiones) o Herder (Un instante de silencio en el paredón, libro ensayístico y autobiográfico de su paso por Auschwitz). Ante la fiebre del Nobel, la editorial El acantilado compró los derechos de toda la obra y ha ido publicando los libros que el húngaro ha venido escribiendo desde 1975.

La historia de Kertész es la historia del pueblo judío y, sobre todo, la historia de las miserias vividas durante la Segunda Guerra Mundial. Una vida miserable, es cierto, pero una vida que le permitió al hombre observarse (como nos lo dejó en claro Primo Levi con Si esto es un hombre, Jorge Semprún en La literatura y la vida, Tadeusz Borowski con Nuestro hogar en Auschwitz o, desde otro punto de vista, Ernst Junger en sus memorias) y poner esa pena en observación, como dijera C.S. Lewis.

Se le ha criticado al húngaro su obsesión por el llamado Holocausto y que su único tema sea ese. Sin embargo, lo que despliega Kertész en cada uno de sus libros es siempre diferente. No sólo la historia y la situación, sino el enramado que hace con la historia y la religión. Un solo tema sí, pero un tema que no deja de horrorizar y fascinar a los lectores.

Todo lector es un ser entrometido, que le gusta observar y hurgar en las entrañas de los personajes. A todo lector le gusta meterse bajo las sábanas de Madame Bovary o de Anna Karenina, husmear en los sentimientos de los personajes de El buen soldado y ver, por sí mismo, las mariposas amarillas de Macondo. Pero, ¿seremos los lectores unos seres morbosos, que nos regodeamos con el dolor ajeno, que gustamos de ver la postración del hombre, de oír los gritos infantiles silenciados a culatazos? ¿Qué atracción nos ha producido a través de la historia Treblinka, Sobibor o Auschwitz en Polonia; Kolymá o Siberia en Rusia; Les Milles en Francia; Buchenwald, Sachsenhausen o Bergen-Belsen en Alemania; El campito en Buenos Aires; o los horrores que se vivieron en el Estadio Nacional de Chile? Como lectores somos seres dispuestos a desenmascararnos a nosotros mismos y descubrirnos en alguno de los personajes.

Lo que nos ha enseñado Kertész es que podemos ver nuestro interior y poder seguir viviendo siempre en busca de una expiación.

Después de Tibor Déry y Sándor Marai el más grande narrador húngaro es Imre Kertész. La Academia sueca le otorgó el Premio Nobel en el 2002, cuando su nombre apenas era conocido por unos cuantos. Ya entonces podíamos leer libros suyos en Taurus (La lengua exiliada, una serie de ensayos y reflexiones) o Herder (Un instante de silencio en el paredón, libro ensayístico y autobiográfico de su paso por Auschwitz). Ante la fiebre del Nobel, la editorial El acantilado compró los derechos de toda la obra y ha ido publicando los libros que el húngaro ha venido escribiendo desde 1975.

La historia de Kertész es la historia del pueblo judío y, sobre todo, la historia de las miserias vividas durante la Segunda Guerra Mundial. Una vida miserable, es cierto, pero una vida que le permitió al hombre observarse (como nos lo dejó en claro Primo Levi con Si esto es un hombre, Jorge Semprún en La literatura y la vida, Tadeusz Borowski con Nuestro hogar en Auschwitz o, desde otro punto de vista, Ernst Junger en sus memorias) y poner esa pena en observación, como dijera C.S. Lewis.

Se le ha criticado al húngaro su obsesión por el llamado Holocausto y que su único tema sea ese. Sin embargo, lo que despliega Kertész en cada uno de sus libros es siempre diferente. No sólo la historia y la situación, sino el enramado que hace con la historia y la religión. Un solo tema sí, pero un tema que no deja de horrorizar y fascinar a los lectores.

Todo lector es un ser entrometido, que le gusta observar y hurgar en las entrañas de los personajes. A todo lector le gusta meterse bajo las sábanas de Madame Bovary o de Anna Karenina, husmear en los sentimientos de los personajes de El buen soldado y ver, por sí mismo, las mariposas amarillas de Macondo. Pero, ¿seremos los lectores unos seres morbosos, que nos regodeamos con el dolor ajeno, que gustamos de ver la postración del hombre, de oír los gritos infantiles silenciados a culatazos? ¿Qué atracción nos ha producido a través de la historia Treblinka, Sobibor o Auschwitz en Polonia; Kolymá o Siberia en Rusia; Les Milles en Francia; Buchenwald, Sachsenhausen o Bergen-Belsen en Alemania; El campito en Buenos Aires; o los horrores que se vivieron en el Estadio Nacional de Chile? Como lectores somos seres dispuestos a desenmascararnos a nosotros mismos y descubrirnos en alguno de los personajes.

Lo que nos ha enseñado Kertész es que podemos ver nuestro interior y poder seguir viviendo siempre en busca de una expiación.

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